domingo, 2 de junio de 2013

Off / On

Estaba fumando el primer cigarrillo (con ella). La observaba desde el balcón y daba gracias por volver a mi ciudad, mi gente, mis sueños.


El ruido de la pava silbadora (violeta), la hizo quejarse mientras intentaba incorporarse en la cama. Me llamó a sus brazos pero le pedí tiempo para volver con el mate y muchos besos. Agarré mi tarrito de Pringles convertido en azucarera y endulcé el termo para volver como se lo había prometido.


Nos llenamos de palabras, recuerdos, recuentos y reímos más de la cuenta, teniendo en cuenta que era nuestra primera mañana juntos.


El tiempo pasó y entonces la acompañé hasta la puerta y dejé que fuera a cumplir con sus obligaciones familiares.


Otro cigarrillo me acompañó hasta que la perdí de vista y entonces, mi silencio me recordó que esa chica me convenció de volver a formar una familia…


Que será de nuestros hijos que no llegarán a disfrutar el conocer a una persona sin Facebook ni twiter. Donde había que tener más que un amigo en común para poder dar con esa persona; preguntar quién es, donde trabaja, que hace los fines de semana. Llenarse el estómago de café para conocer su biografía y viceversa. Entonces solo ahí, recién había chances de un beso, una caricia… Una oportunidad de amar a alguien.


En aquellos tiempos, eso se llamaba destino y no Facebook.


Las relaciones tenía sus días, sus horas y cuando no sabíamos de nuestra media naranja, optábamos por escribirle una carta, con mucha suerte, si teníamos un teléfono fijo de su familia y la encontrábamos en su casa, se nos estrujaba el corazón charlando un par de minutos.


El amor tenía su equilibrio en aquellos tiempos y las familias se forjaban gracias a los valores y las pocas tentaciones que ofrecía ese mundo analógico.


Pero llegó la tecnología, la posibilidad de estar hasta cuando no estamos o no queremos estar. Y con eso, las mentiras son invitadas a casi todas las relaciones. Lo triste es que ambas partes aceptan esa realidad y el poco compromiso que toman, se desvanece con el tiempo.


Creo que se ha perdido casi todo lo que vale la pena. Y casi como si fuera el fin de la civilización, acá estamos, todos en esta red social, desesperados por sentir algo, lo que sea, hasta caer en brazos vacíos para revolcarnos hasta el fin de los días…


Turning off Facebook, welcome to the real life.

martes, 7 de mayo de 2013

La princesa, el caballero y el dragón


"Fueron suficientes algunas muchas heridas de dragones hasta que el caballero desistiera de su noble profesión y asuma, de una vez y por todas, que las princesas ya no quieren ser rescatadas. Solo gustan de ser conquistadas y quitadas de las garras de las bestias de turno. Luego, todo se vuelve banal y las heridas solo se van con un diván o bien con alguna doncella que prometa falsamente curar sus heridas hasta sentir lo que es tener un hombre al lado. Aunque sea solo por unos momentos para luego volver a su libertad imaginaria que se convierte en nada, cuando se da cuenta que se quedó sola."
Con esta simple historia, termino un café y con mi novia, donde me prometí decirle lo que sentía antes de abandonar mi armadura.
NO es justo, yo te amo! – decía ella mientras se helaban sus manos sobre las mías ni bien entendió que esto era el fin a un montón de promesas que ella mató con sus silencios, cuando yo esperaba un miserable "yo también".
-        Ahora decis que me amas? Eran más sinceros tus “te quiero”.
-        No seas injusto, sabes que no me llevo bien con los sentimientos.
-        Entonces tenes la oportunidad de volver a tu castillo y disfrutar del cuidado de tus dragones de turno. Ellos sabrán que hacer con todas tus emociones.

La charla siguió el tiempo que termine mi café en jarrita. Ella se sintió confundida ya que no sabía siquiera en ese momento lo que estaba perdiendo (si es que perdía algo) y yo aproveché ese momento para darle fin a una profesión que ya no quería ejercer más.
Lloré más de lo que me había prometido. Por suerte, una plaza y un banco vacío, me salvaron de creer que mis piernas ya no podrían dar un paso más sin quebrarse ante el dolor mezclado con enojo y orgullo. 
El celular, ya no sonaba, tampoco había mensajes. De repente, esa libertad de las que muchos se jactan de tener y otros que añoran poseerla, ya estaba conmigo.
Ahora solo es cuestión que esa libertad se vuelva mi dragón y sea yo, quien deba ser rescatado. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Papito, for ever!

Lunes de feriado. Se hizo la tarde y salió el sol. Ya con la casa ordenada (cual bulo), café y compu sobre la mesa ratona, Shakira Live in Paris en la Play 3 convertida en equipo de música y aroma de local de shoping en todo el depto. Todo listo, preparados… no.

Llamó mi ex que trae a mi hijo.

lunes, 30 de abril de 2012

Cuestión de Marketing


Dicen que no hay mal que por bien no venga. Y yo soy uno de esos tantos que disfruta de este beneficio. Será la ley de atracción, suerte, destino… lo que sea, siempre el mal que aparece en mi vida, ya sea deseado por algunos o porque uno se lo busca, lo cierto es que lo malo se vuelve siempre positivo en mi vida.
Así fue que los otros días, un viejo TV Philips que le compré a mi amigo -una navidad que me encontró con 500 pesos de un trabajo literario del cual no pensaba cobrar nunca-, dejó de funcionar. La perversa publicidad marquetinera para adquirir un LED, fue la decisión final para endeudarme en interminables cuotas, en lugar de reparar mi nostálgico TV de 21” ante una dudosa falla que no me molesté en averiguar, ya que era la excusa perfecta para dar ese paso menemista y “que se venga el mundo abajo!”.
Lo cierto, es que tenía que probar todo lo ya visto (Pelis, series, música, etc.), ya que era como volver a ver  clásicos como “Matrix” en el cine, pero en casa, abollado contra un sillón que estaba quejoso de verme inmóvil ante la caja boba (solo que ahora más grande y más linda).
Pero no me fue suficiente con lo que había en mi videoteca y salí en busca de un Video Club que tuviera películas originales, ya que la mayoría eran hijos de megaupload –ahora huérfanos-, y la calidad no entraba en tema de discusión.
Ya tarde, pero nunca lo suficiente como para obtener mi capricho, encuentro un video con películas 100% originales. Increíble! Gracias AVH! Me sentía como un niño en Neverland (pero sin Michael Jackson), así es que miraba todas las cajas, los contenidos que tenían y si venían en dvd dobles.
Con seis películas en mano y un fin de semana largo por explorar, me acerco a la caja y me encuentro con una mujer más elegante que linda, manos finas y una ropa de invierno que daban ganas de tenerla en mi sillón, abrazados y calentitos, mirando una peli aburrida, para llenarla de besos.
-          Parece que no solo encontré un buen cliente, sino que además goza de buen gusto – me dice mirando las cajas pero con sus ojos puestos en los míos.
Me sonrojé –y no porque fuera vergonzoso-, ya que me preguntaba a mi mismo, que cara de pajero tendría mientras la observaba, que me salió con ese piropo comercial.
-          Gracias por el cumplido, pero cualquiera que venga solo y se lleve un sinfín de películas, habla más bien, de un tipo aburrido que no tiene más que hacer un fin de semana.
-          A veces, es mejor estar solo que mal acompañado… suerte la tuya. Disfrutá, vos que podes.
-          Que lastima, por un momento me había ilusionado con la posibilidad de invitarte al cine.
-          Y que te detuvo?
-          Supongo que tu mala suerte – haciendo las comillas con mis dedos.
Ella sonríe, me devuelve la plata y me quita las películas. Agarra la cartera y empieza a apagar las luces del local.
Yo sigo quieto, o más bien tieso en el mostrador, tratando de entender lo que se avecinaba, ya que mi arriesgada invitación, ante una persona que no conocía, podía tener un final no feliz, pero como siempre, me cuesta entender de consecuencias y por un momento, llegué a pensar que iba a terminar con hielo en mi cara y mirando tv por cable.
-          Dale, apurate que creo que aún tenemos tiempo de llegar para la función de la trasnoche.
Al igual que hice con mi vieja TV, ella tampoco dejó pasar la posibilidad de adquirir una cita, aun sabiendo el alto costo por la misma.
Parece que ella tampoco, entiende de consecuencias.
Bingo!

martes, 17 de enero de 2012

Para siempre de los siempres


Vamos a llegar al año de mi último posteo y no encuentro la forma de avanzar;  de contar mis eternas anécdotas que siguen firmes al costado de mi cama.

Quizá, siendo sincero hasta las entrañas, revierta ese conjuro que quitó a la musa de mi lado para que pueda seguir alimentando este blog que tanto hemos compartido juntos.

Lo cierto, es que posteo estas líneas y así ver, si la suerte de un trébol de 4 hojas, me devuelve la musa o al menos, la voluntad de garabatear lo suficiente para que cuando llegue la inspiración, me encuentre escribiendo…

Aun así, con mis días de euforia y los no tanto, les digo que acá sigo,

¡Para siempre de los siempres!
 

miércoles, 27 de abril de 2011

Losing my religion

Una mañana cualquiera y con una excusa potencialmente absurda, Laurita, abre las puertas de mi castillo y yo me someto a su voluntad. Su sonrisa despreocupada me resultaba vulnerable hasta mis labios. Su carne que estaba lejos de llegar a los 30 años, me tumbaba de un lado a otro con pensamientos dignos de un primitivo por un lado y el de un obispo respetable por otro. La dejé entrar a mi mundo como si nos viésemos todos los días.

Sabía que mi último intento por apropiarme de su alma, fue antes de casarse y me había dejado muy en claro que más allá de su deseo de beber de mis labios, no iba a quebrar su palabra, que no era hacia su futuro esposo, sino a la de ella misma, cuando se juró nunca más enmarañarse con un hombre casado. Y yo llevaba esos honores por aquel entonces.

Ahora, mi religión era otra, pero hasta donde yo supe, ella seguía bajo el mismo techo que su corazón supo elegir, pero su visita era sospechosa. Sabía bien ella, que yo era un hombre que no espera segundas oportunidades y más allá de mis votos, era mi esencia primitiva la que mandaba cuando alguien se ponía a cebar mi mar de tiburones. Ella lo hizo con el mate, pero fue lo mismo.

No pasaron más de unos minutos, que la pava comenzó a chillar y ella apostada de espalda a mi frente a la mesada, insistía en querer encontrar un mate débilmente escondido.

- Nene, ¿dónde escondes el mate?

Eso fue el principio del fin. Fin a una interminable ola de deseos intangibles, para hacerlo realidad al enseñarle donde guardo el mate teniendo que apoyarme sobre ella que yacía de espaldas con un jean que parecía tener puesto desde su pubertad.

- Sabías que nunca pude inmunizarme a tus palabras, no? – dice con una voz entrecortada por la calentura y los nervios previos a un asesinato.

- ¿Y cómo fue que te negaste aquella vez?

- Ese día, fueron tus labios y no tus palabras las que me hablaban. Estabas re caliente y yo me estaba por casar.

- Y ahora qué dije?

Ella hizo un leve arqueo de su columna y quedó en forma de “ese”.

- Ahora, no dijiste nada -torció su cabeza para que pueda ver sus labios hinchados de deseo-¡pero, cogeme!

Con cada prenda que le sacaba, borraba de mi cabeza cualquier culpa que podía llegar a boicotear un momento que alguna vez desee en momentos inoportunos. Ayudó que hacía frío, porque mi cabeza no me dejaba en paz.

Llegamos a la cama, ella totalmente desnuda y con sus tetas apuntando al cielo. Nos arrancamos la piel y aun así, seguíamos saboreando un encuentro que olía a prohibido. Algo que yo me había prometido no hacer más. Y esa promesa funcionó con todas, menos con ella, la autora.

Las caricias, los jadeos y los besos no se limitaron al colchón inválido de mi cama. Nos revolcamos por toda la habitación, hasta quedar boca arriba sobre la alfombra del entrepiso.

En un momento de la lucha, sus labios fueron más allá de los míos y de repente, en medio de su recorrida por un camino que ya muchas habían transitado, me quedé solo, mirando el techo y sin nadie a quien abrazar. Los bocados que se llevaba a la boca, se sentían perfectos, pero no pudo callar a mi cabeza.

- ¿Por qué, ahora? – le digo presionando mi mandíbula, con la calentura que juntaba no solo de esa mañana.

Ella levantaba su mirada y jugando a las escondidas, solo sonreía. Hasta parecía disfrutar lo que estaba haciendo. Y mucho.

Y yo también.

No quería quedar como la Lolita de la relación, así que la tomé de los hombros para calzarla de tal forma, que su cuello quedará ante mis labios y mi voz.

- ¡Por qué mierda me estás cogiendo ahora! ¿no te parece un poco tarde para hacer esto? Decime la verdad! ¡Laputaqueteparió!

Su demonio parecía que al fin iba a decir la verdad. Me agarra la cara con sus manos y toma la distancia suficiente como para tener un plano de nuestros cuerpos.

- Decime la verdad, ¡Carajo! –mientras empujo mi cuerpo contra el suyo de una forma tan seca como fuerte.

Su mirada se perdió. Abrió su boca como una víbora a punto de comer a su presa y un grito seco, me privó de saber el nombre de ese demonio. De la verdad.

Una verdad que no iba a ser la misma, como tampoco con la maldad necesaria de una mujer despechada. Mi oportunidad se había fugado junto con la anestesia de una calentura suprema. Ahora eran sus uñas las que me lastimaban la espalda y calculo que las mías en la de ella. Otros minutos interminables para recuperar el aliento –y la razón-, terminaron con las chances de saber qué carajo le pasaba.

Laurita tomó sus cosas, ahora con algo de vergüenza que no supo tener en el momento que planeó su crimen y me dice con algo de culpa en sus ojos, que tiene que irse porque se le hace tarde para preparar el almuerzo.

Me vestí con lo mínimo de ropa y la acompañé hasta la puerta.

- Te voy a deber los mates, ¿sabes?

- Y también la respuesta – le digo con un interés igual al que tenemos cuando sabemos que nos van a mentir.

Cerré la puerta y con la misma certeza que Aladín sentía que al frotar la lámpara saldría su genio, yo sabía que Laurita volvería a sus votos.

Y yo a los míos.

lunes, 21 de febrero de 2011

Sucios recuerdos

Solo las sabanas recién lavadas me pueden llevar a ese pasado que día a día deseo volver, como si fuera un presente interminable. Pero el tiempo sigue a su marcha. Sin esperas ni demoras, haciendo que debamos elegir a cada instante, cada uno de nuestros actos. Pero estamos los que hacemos trampa y detenemos ese tren de lo inevitable, con la magia de los recuerdos y una gran dosis de nostalgia.

Hundo mi nariz en ese bollo de sábanas hasta que alguno de mis tantos suspiros me devuelvan esos tiempos donde quisiera no haber estado nunca.

Las imágenes aparecen y mis sentidos se van activando uno a uno: su sonrisa, sus mimos rozantes, algunas palabras y el sabor de su perfume. Suficientes para estar ahí.

Con ella.

- Dale, ayudame con la cama así nos vamos- dice ella, mientras intento boicotear la salida prometida con un abrazo por la espalda envolviéndola con mis brazos.

- Te parece irnos? Con lo nublado que está, ya son casi las 2 de la tarde… y te noto tan mimosa.

- Déjate de joderrrrrrr – dice, riéndose – me prometiste que hoy íbamos sí o sí.

- Dije eso, tan así? En qué débil momento pude haberme traicionado de semejante manera?

- No te hagas el boludo y levantá el colchón que sola no puedo.

Lo intenté de todas las maneras posibles, pero fue en vano. Ella es una mujer peligrosa en el campo de todas las discusiones.

Estaba nerviosa. Intenté de averiguar sin preguntar que la tenía preocupada, pero sus ganas, ahora convertida en una obsesión me privó de saberlo hasta que llegamos.

- No voy a convencerte con nada para que no lo compres, ¿no?

- No

- Pero, vos me ves con la ropa sucia?

Ella se frena en seco, metro y medio antes de llegar al local. Logra que ponga toda mi atención en su mirada que destilaba fuego y agarrándome la mandíbula con su mano más firme, arroja su lanza:

- Te veo sólo y no voy a estar siempre para cuidarte!

Antes que mis ojos se llenaran de lágrimas como los de ella, la abracé fuerte porque mis discursos sobre el tiempo y la enfermedad que la acecha a cada amanecer, desapareció y le dio la bienvenida a un dolor en mi pecho, que hasta el día de hoy, me acompaña hasta en los momentos más alegres.

- Dejá de mariconear y busquemos uno que sea Aurora. Me han dicho que es de lo mejorcito y no es caro.

Le hayan dicho o no, lo cierto es que una vez le conté acerca de una foto donde sale mi madre junto al primer lavarropa automático Aurora. Un regalo de mi padre que ella lo disfrutó tanto como estar en compañía de sus mejores amigas. Tan enamorada estaba de esa obra de ingeniería, que me atrevo a confesar que alguna que otra vez, la escuché hablando con ese mamotreto marrón caca. Pero ella, nunca se declaró culpable.

Julia sabía que regalarme un Aurora era mucho más que un lavarropas. Y yo, nostálgico hasta los huesos, no pude negarme.

Estamos haciendo la fila para pagar, cuando la veo que abandona ese rostro pícaro y feliz, por uno aterrador. Me mira con miedo, le devuelvo la mirada de igual manera. Intenta agarrarme pero todo fue muy rápido.

Dos meses me llevó armarme de fuerzas para comprar lo que fue su última voluntad…

Una y otra vez, lavo esas sábanas.

Una y otra vez, me ahogo en sus recuerdos.

Y otra vez, el lavarropas y yo, nos volvimos a quedar solos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sin tetas, no hay paraíso

Mi trabajo nuevo, sin dudas, es algo increíble y dos por tres me pellizco para saber si luego de haberlo deseado tanto, durante tanto tiempo, es una realidad, o bien es producto de mis constantes divagues por este mundo entre lo real y lo deseado. Pero, gracias a una persona como Mauro, que sabe mirar a través de las paredes y de las personas, (al igual que Superman, solo que aquel hombre de acero no es humano como M.) arrojó un acto de fé a mis conocimientos y mi entusiasmo, para subirme a un barco que hoy me llena de orgullo.

Claro que esto, trae consecuencias y una de ellas es el tiempo. Adiós al boludeo y bienvenido a la adrenalina de un mundo donde las letras se vuelven papel, para ser noticia y luego, con el tiempo, pasar a ser envoltorio de huevos… sí, un gran diario, es el lugar que ahora se lleva mis historias, mi tiempo y mis fuerzas para sentarme en la PC de mi casa y convertirla en el diván de mi vida.

Tres jefes de distintas áreas me tienen de acá para allá y los tiempos para ir a la cocina en busca de un poco de soda, se vuelven imposibles. Por suerte, tengo dos compañeros de oficina que son increíbles, sanos y con ganas pasarla bien, más allá de las presiones, de las cosas que a veces no funcionan como deben ser, o los tiempos para comer juntos y conocernos un poco más. Así que, la soda se hace desear, especialmente cuando los aires acondicionados no refrescan lo suficiente. Llamadas de teléfono, entregas de escritos para ayer, reuniones y un sinfín de presiones para salir a tiempo, hacen que los pequeños detalles, se pasen por alto. Así es, que cuando llego a mi vaso con soda, me doy cuenta que la botella, siempre está al mismo nivel. Raro, porque soy el único que toma y no puedo entender cómo es que nunca se acabe o aparezca llena o sin abrir. Miro a mis compañeros pero cada uno está en su mundo. Espero una mirada pícara, pero nada. Todos están aspirando el sabor de una tinta que imprime cada una de sus ideas. No hay lugar ni para un comentario, entonces vuelvo a mi silla, observándolos con ojos de chino, a ver si se les escapa una sonrisa que me digan que no estoy loco.

De repente, una llamada anónima al celular, hace que concluya mi día y mientras atiendo, apago la compu y guardo mis cosas.

- Si queres la noticia de tu vida, tendrás que revisar mi escote.

Me quedo intentando descifrar quien era la mujer que me hablaba y miro la pantalla del celular, pero nada. No me animo a arrojar un nombre y entonces sigo la conversación.

- Que trola que sos. ¿Cómo andas?

- Yo bien, pero vos vas a estar mejor cuando sepas quien soy, ¿no?

El resto de la conversación, se resume a un solo nombre: Julia. Se divirtió cerca de diez minutos, hasta que pude reconocer su voz, algo distorsionada, para entretenerse más de lo aconsejado. Una hora más tarde, estaba sentado en un café, esperando su llegada y confirmar lo que suponía con su acertijo demasiado evidente.

Cinco minutos más tarde, aparece de repente, sorprendiéndome leyendo la tapa de una Levité para saber si me había ganado algunos de los tantos premios que nunca me gano.

- Hola, hermoso – dice con una sonrisa más grande que su cara y un escote de similares características.

- Hola Julia… - digo algo tímido, mirando disimuladamente todas sus curvas.

- Y, ¿no te sorprende? – extendiendo su cuerpo como si estuviera clavada en una cruz (con una cartera perrísima en una de sus manos)

- ¿Y las tetas? – digo sorprendido.

- Ah, mis tetas. Se las llevó el médico para analizar. Pero no te preocupes que si zafo de esta, mi ex me dijo que me paga unas nuevas.

La miro a los ojos y lo que me decía como una broma, de repente se transformó en lágrimas. La abrazo fuerte y el silencio fue interrumpido por un llanto de alguien vulnerable e impotente frente a lo inevitable.

Pagué la cuenta y salimos abrazados para caminar una eternidad de cuadras. Algunas en silencio, otras a los besos y un montón más, con palabras de esperanzas para un destino que ya tiene fecha de vencimiento.

Ya vencidos por el cansancio y los recuerdos que elegimos recordar a lo largo de todo el camino hasta mi casa, ella se detiene. Luego da los pasos suficientes para que el sonido de sus tacos, me dejen tieso y expectante. Abraza mi cara con sus manos, inunda mis pensamientos con su perfume y con una mirada que difícilmente pueda encontrar en otra mujer, hechiza mi alma por completo.

- Julia, será o no el momento, pero no imagino otra cosa, que no sea desnudar tu cuerpo, para vestirlo con mis besos y mis caricias.

- No vine por otra cosa hasta tu casa.

El resto de la tarde, hasta la noche, fue más parecido al infierno que al paraíso. Desgarramos todo deseo oculto que corría por nuestra sangre y lo dejamos en una cama que ya nos conocía de memoria.

Esa noche, decidimos no amanecer juntos y sí, a diferencias de las anteriores, volvernos a encontrar.

A la mañana siguiente, hablé con el director y le propuse abordar el tema del cáncer, con una columna semanal. Compraron la historia de Julia y aceptaron editarla, siempre y cuando, gozaran de la misma suerte que yo, de conocer a una mujer brillante.

Ese día, cuando fui a la cocina en busca de mi soda, la botella estaba llena y la sonrisa pícara de mis compañeros se hizo realidad.

Hoy mi vida, es real y a la vez, emocionante hasta las lágrimas.



lunes, 11 de octubre de 2010

Ghost Writer

La verdad que la página sigue en blanco. Claro que para muchos, pensar que un escritor tenga su página en blanco es una mala señal. Y culturalmente, es tan así, que muchos escritores creen que así es. Pero lo cierto, es que cuando la hoja en blanco permanece, es porque algo grande se está gestando. Después, estará en cada propietario de dicha hoja que se de cuenta o no.
Lo cierto, es que la mía sigue en blanco y ya casi me estoy amigando, ya que sobre ese pleno, escribo muchas cosas que luego son borradas o lo que es más asombroso, al terminar, me doy cuenta que nada ha sido escrito. Todo está en el aire. Como los sueños, que algunos se cumplen, otros no y por supuesto, están aquellos que merecen el empujón para caer al estrellato o ser estrellado. De cualquier manera, deben llegar al precipicio y dejar que sea la naturaleza quien decida si es digno de volar o no.
Golpean la puerta y otra vez, los tacos de Julia, volvieron a mi vida. Sus piernas, sus medias. Su sensualidad que imanta cada una de mis acciones, me convierte en un esclavo de su cuerpo.
No se a que vino. Yo estaba muy tranquilo escribiendo cuando cayó con alguna excusa de otro trabajo freelance para algún político de turno. La verdad, que todo lo que ocurre con ella, es igual que el trabajo que siempre viene a ofrecerme: en forma fantasma.
Lo cierto, es que al saludarla y sentir ese perfume recién puesto, vestida para ser vista por la mejor de las lunas, pero a plena luz del día, no me dejó otra opción que hacerla pasar y de un abrazo sacarle todas las palabras de su boca con un beso que se humedeció con cada manotazo que arrojaba a su cuerpo.
Como pudimos, nos fuimos desvistiendo hasta llegar a la cama. Los zapatos fueron lo último que sonó sobre el piso de madera. Lo demás fueron gemidos y dedos que pasaban de una lengua a la otra. Palabras sueltas, chirlos apretados y movimientos duros, secos. Calientes.
No pude dejar de insultarla mientras usaba su pelo como rienda para domarla mientras encontraba la posición ideal para profanarle cada uno de sus deseos aún no soñados.
Los músculos seguían tensionados y nada parecía acabar con ellos. Ambos estábamos realmente calientes y el no decirnos siquiera “hola”, ayudó a enardecer una caldera que se alimentaba más y más con cada palabra que salía de nuestras bocas.
-         ¡Pará hijo de puta! Ponete un forro
La miro sin entender nada. Hacía media hora que estábamos saciándonos de la manera más carnal y descuidada que dos adolescentes cuarentones podían tener.
-         ¡Dejate de joder! - Dándole un bife en su mejilla y volviéndola a su posición.
Intentó liberarse con pocas ganas de mis brazos, hasta que su último grito, la dejó extenuada y llorando sobre una cama que, ahora estaba lejos de ser una caldera.
La abrazo, la saludo (nunca es tarde para un “hola”) y con unos besos sobre su espalda logro que deje de temblar.
Recorrió mi rostro con sus manos, se incorporó y sin decir una sola palabra, se vistió como pudo y se fue sin poder mirarme a los ojos.

Me siento de nuevo frente a la hoja en blanco y otra vez, lo absurdo y lo vacío llenó de fantasmas al escritor que hoy usó su pluma y su firma. 

domingo, 15 de agosto de 2010

Ellen

Ellen, tenía unos treinta años cuando la conocí. Y si algo me sorprendió de ella y logró mover hasta mi última fibra, fue su seducción fotográfica. Siempre en posición para ser admirada como una verdadera obra de arte, algo tallado a mano, delicioso, iluminado. Claro, que mi mirada de lobo hambriento no se limitaba solo a lo estético. Su forma de ser, sus palabras dulces y desinteresadas de todo aquello banal del mundo, al cual yo venía adquiriendo acciones, la convertía en un ser difícil de seducir.

Eran los años 90. El glamour se respiraba tanto como los perfumes importados en cualquier esquina de Buenos Aires. Mis tareas como un egresado de un simple bachiller en un barrio de Palermo que aún no era SOHO, me condenaron a la tarea de llevar y traer pedidos de una librería del microcentro. La Galería Pacífico estaba en su máximo esplendor y dos por tres, personalidades del mundo artístico asistían a los eventos de pasarela, que más de una marca utilizaba para convocar a una gran cantidad de personas, de periodistas y también de “cazafortunas”, o sea, nosotros, los que buscábamos dar con el batacazo sexual y hacernos de una blonda que nos hiciera sentir el Hugh Hefner, aunque más no sea por una noche.

Eran épocas de camas solares, mucho gimnasio y con una cara fresca típica de personas que la pasaban bomba. Eso era solo el principio para tener alguna chance en ese mundo pomposo al que más de uno se tentó por más pensamiento de izquierda que tuviera en su sangre.

Un año de fierros, un trabajo que me hacía correr por todo el microcentro con bolsas de todo tipo y hasta cajas con resmas A4, me mantenían en forma y también me hacía conocer a mucha gente. Una de las reglas que si bien no eran expresas, pero que se daban a entender, era que cuando había clientes en un local, yo debía esperar afuera con el pedido. Para mí, era trabajo. Así que correr o no correr. Llegar a tiempo o elegantemente tarde, era cosa de cada cliente.

Un día de muchos que tuvo esa profesión, una mujer se quedó con toda mi atención. Su porte, su ropa y hasta su billetera tenía su propio sello. Estaba pagando y haciendo malabares con todas las bolsas que intentaba agarrar con una mano. Ese día no me importó nada del protocolo del cadete y entré.

Saludé. Dejé un par de biromes a la encargada que pareció darse cuenta de mi estado emocional y busqué la mirada de la clienta, de alguna manera que no hubiera modo de evitar un saludo a alguien que crees conocer pero que no recordás. Su perfume dulce me aflojó las piernas y cuando enterró su mirada en la mía solo pude suspirar antes de cerrar los ojos y darme por vencido.

- Perdón, ¿te conozco?

- No sabes como me gustaría decirte que si.

Creo que todos los que estaban en el local, rieron. Ella estiró firmemente su brazo y me dio la mano como un amigo o bien, para dejar en claro que había al menos una década de besos en su haber.

- Bueno, ahora nos conocemos. Ellen, mi nombre es Ellen.

Eternity era su perfume. Sus botas, de carpincho y sus caderas casi siempre se untaban con un Guess. Y yo fui su alumno durante algunos años. Los suficientes para entender que era esto del amor, el respeto y por sobre todo, el buen gusto por los zapatos. Como el que Sarkany tuvo para poner en la misma vidriera, quince años después.

domingo, 11 de julio de 2010

España Campeón!

Un domingo donde veo por uno de mis tres canales de aire, a un España alzando una copa del mundo, donde mi limpieza de la mañana, se esfumó con el primer soplido de un zonda; y una cama a la cual le sobran ganas de una cucharada de amor lograron que vuelva a la computadora para terminar mis trabajos de la semana.

Claro, que cualquier excusa es buena para interrumpir mi concentración: preparar café, elegir música, cambiar la luz del día por una de un velador, elegir un teclado para escribir… ¿sigo?

Estaba en condiciones para empezar el conteo y dejarme llevar por una tinta digital que acabara con esa pesadez de la hoja en blanco. Pero recordé, casi a propósito que uno de mis sentidos estaba esperando por su parte. Fui a la habitación donde atesoro unos sahumerios de vainilla y cometí el error de encender uno.

Ni siquiera pude imaginar un título, cuando el aroma de ese amor invadió mi sangre.

La cinta en mi cabeza avanzaba y rebobinaba. No sabía donde hacer pausa: en que beso, en que abrazo o en que calle de las tantas que nos vieron pecar por falta de tantas otras cosas. Pero daba igual. Todos esos momentos siguen ahí, tan húmedos como mis labios ahora y mis ganas de volver a darlo todo por uno de sus besos y sus incalculables muestras de amor que eran aniquiladas por uno de mis “peros”.

El sabor de una vainilla hecha humo me dice que debo volver a lo mío, que por lo visto no es el amor.

¡Felicitaciones, España! Cuánto deseamos estar en su lugar.

¡Felicitaciones, Gallega! Cuánto deseo estar besando la copa de tus labios. Hacer mi sueño realidad y rebobinar la cinta hasta donde aparece tu primer “te amo”.

Pero el presente no es más que un montón de humo recordándome que mi hoja sigue en blanco.

…¡Joder!

sábado, 10 de julio de 2010

El contrato

Cuando uní mi boca a la suya, luego de tanto tiempo, me di cuenta que había mucho de su pasado que aun no me contaba. Pero era de noche, estábamos con la esperanza de encontrar otra vez esa química y eso no dejaba lugar a otra cosa que no sea hundir nuestros cuerpos y llenarlos de marcas, de descontrol y de muchas soledades inoportunas.

Realmente no se que pasó mientras tomábamos el café, sabía que una charla rutinaria era necesario para no quedar como dos enamorados del sexo del otro. Había propuesto vino, pero ella se negó rotundamente y a cambio sugirió un café como en los viejos tiempos. Una de las cláusulas de este nuevo contrato que nos reunía nuevamente en mi casa, dejaba bien en claro que no cabía lugar para los recuerdos y los golpes bajos, que hicieran volver a tomarnos de una mano que ya nos había arrancado el destino.

Fue por eso, que el pedido de café no tenía como fin ese camino. Pero que importaba, ya no la escuchaba, solo veía como esos labios besaban el aire con palabras. Y yo esperando la luz verde de su mirada para saltar sobre su boca y concluir con lo que habíamos empezado.

Fueron unos segundos, unos eternos segundos hasta morder su boca de un solo bocado. Mi cuerpo se retorció y el de ella se transformó en alguien que volvía a soñar pero esta vez con los ojos abiertos.

Las luces eran muy tenues, apenas se podía apreciar alguna que otra curva, eso limitaba uno de los sentidos, pero abría la puerta a muchos otros dejando el protagonismo a las sensaciones que eran en definitiva la causa del encuentro.

La besé por cuanto rincón me dejó su pelo. La mordí hasta donde sus manos no llegaban para quitarme y mis caricias llegaron hasta aquellos lugares donde jamás lo haría ella por si sola. Mi sangre cambiaba su gravedad y con algunas caricias entre sus manos, perdí el conocimiento, los sentidos. Solo se que me aferré a ella y solo volví a reconocerla cuando su voz intentaba decirme algo al oído. Y no eran exactamente palabras.

Un suspiro llenó la habitación de recuerdos que no podíamos verbalizar. Pero estaban ahí, latentes; nuevamente despiertos y mientras acariciaba un cuerpo que poco a poco se iba enfriando, me daba cuenta que ya no éramos los mismos.

La abracé sin pedirle permiso, la llené de besos y sin decirle nada la invité a que se vistiera y se fuera para no romper ese contrato absurdo que otra vez nos tenía amenazados por un amor lleno de disfraces.

martes, 13 de abril de 2010

¡Joder!

Una hoja de cuaderno doblada en dos, me esperaba detrás de una puerta que no habría hace unos cuantos meses. No era de sorprenderme la carta y mucho menos su contenido, pero vaya que hubo sinceridad.

“No se cuanto tiempo más voy a ser capaz de pedirte perdón, antes de que no signifique nada”.

Esas simples palabras solo me devolvieron el dolor que creía haber dejado en el diván, luego de unas cuantas sesiones, cuando realmente decidí enseñarle la verdad a mi terapeuta, psicólogo o como quieran llamarlo y tratar de poner fin a una relación que prometí que sería para siempre.

No más encuentros bajo una luna cómplice, ni llamados abreviados por un apuro culposo. Decidí que ya no quería ser enemigo del tiempo porque nadie es capaz de ganarle, por más tozudo que sea. Así lo resolví y quien estaba sentado frente al diván apoyó mi decisión. ¿Fácil? Para nada, pero ¿qué más podía hacer? Soy un humano más en este increíble mundo.

Me acosté con cuanta sonrisa se cruzó en mi camino, me enamoré de cada copa que tuve en mis manos y me abracé a cuanta almohada me despertara un domingo cualquiera. Poco a poco fui charlando con el tiempo hasta saberme su lenguaje. La soledad tenía las llaves de mi casa y mi terapeuta estaba siempre al otro lado del diván, para darme esas piernas que necesité más de una mañana para seguir aunque más no sea un día más.

Así fue que me volví a levantar. La disciplina de las obligaciones diarias cicatrizaron las heridas y el dolor volvió a su rincón, esperando a tener nuevamente su turno. Pero esta vez sabía que había perdido, al menos un round.

Pero las cartas no solo hablan con sus palabras, sino también con su perfume. Y ésta hizo que la escuchara mucho más allá de sus palabras.

Enciendo el equipo de música y ahí estaba Bob Dylan, con sus filosas canciones para desgarrar cualquier corazón, por duro que sea, o por diván que salga a defenderlo. Me recuesto en el sillón y apoyando la carta sobre mi pecho me voy de este mundo para volver a esos tiempos donde todo sabía prometedor e imposible de destruir.

Sin dudas, su perfume fue un golpe bajo, un disparo directo a las emociones y los recuerdos. Nadie sabía más que ella, a la hora de redactar una carta. Jamás pude encontrar algo de verborragia en sus verbos y eso era tan eficaz que podía matar todo tipo de pensamientos rebeldes.

Pensé que había podido terminar con ella. Pero sus “perdones” aún tienen valor para mí.

Quedamos en vernos la semana que viene.

¡Joder!

sábado, 20 de marzo de 2010

Dos boludos en el desierto

Ya los dos arriba del taxi, pusimos los celulares en vibrador. Ninguno preguntó al otro por qué lo hacía, ya que estaba claro que ambos estábamos de trampa. La verdad que desconocía su vida, su presente. Supuse que el pedirme que la pase a buscar en un taxi, la convertía en una traficante de buenos momentos.

- a Le Prive, por favor – le indico al taxista que ya sabía de antemano mi jugada.
- Bah, ¿te parece o preferís otro lugar? – la miro a ella para que me confirme el telo (que es uno de los mejorcitos de Mendoza).
- El que digas, no tengo drama.

Gracias a Dios, que no cometió el error de decir que no lo conocía, porque si algo me molesta son las mentiras y mucho más si son absurdas. A esta altura, y con unas cuantas canas en la cabeza, no hablaría bien de ninguno de los dos, desconocer el mundo hotelero.

Particularmente, los detesto. La frialdad de elegir de antemano poco más que hasta las posiciones que vamos a intentar hacer, para que nos den una puta habitación, ya es algo que me hace perder el sabor del encuentro. No me cae bien ni la palabra “telo”. Mucho menos hablarle a un vidrio que no se si del otro lado están esperando que les hable o simplemente, no hay nadie.

- ¿de cuánto? – con voz de estar harto de lidiar con indecisos como uno para acertar con la habitación deseada.

Que buena posición tiene en este caso, el que me atiende, ya que siempre se sale con la suya. Nunca se escucha nada de lo que dice tras ese vidrio espejado o polarizado, pero esa frase la escuchan todos, incluyendo tu chica. Así que, elijas lo que elijas, la habitación será de acuerdo a las ganas que tenga el Sr. invisible, mientras que uno busca un nombre que no suene a “común”. Así es, que una habitación con la palabra “suite”, que no era mucho más cara que una común, pero sí gozaba de un nombre algo más acorde a la situación, dejaba a este galán sin billetera en una posición deseable.

El taxi se fue y nosotros corrimos como dos fugitivos los pocos metros que separan al auto de la puerta. Los nervios, la corrida y estrenar labios nuevos, me sirvieron para fingir una agitación mientras cerraba la puerta y pensando como romper el hielo con una primeriza de los encuentros a oscuras. Pero su iniciativa me ahorró un despliegue del cual no tenía ganas y su seguridad de avanzarme me confirmaba que ella estaba muy asustada. Ella necesitaba sentirse que manejaba la situación, y yo no hice mayor esfuerzo para entregarme a su improvisación.

- Mmm, qué falta de estado, chiquito – mientras recorre su lengua por mi cuello que ahora se contraía con solo sentir su respiración sobre el paso de una lengua hambrienta.

Poco a poco, sus besos me fueron relajando y a su vez, erizando lo que creía imposible. Me desabrocha la ropa y me tira en la cama, mientras hace unos pasos hacia atrás y comienza con una danza algo exótica. Evité pensar lo patético de la situación, ya que me resulta hasta de mal gusto una danza, cuando en verdad la única danza que se puede disfrutar en un telo, es la de dos cuerpos húmedos frotándose como dos animales salvajes. Eso quería yo para olvidar a mi amada salteña, que no es salteña, pero que la vida hizo que esa provincia cambiara el rumbo de su vida.

El baile de esa mujer que parecía un mimbre como se doblaba, estaba logrando que me durmiera. Lo cierto es que intenté recordar como fue que terminé acá con ella que ni el nombre puedo memorizar, pero tengo en claro que esta mujer que se sigue meneando, queriendo de mi algo que ya tiene dueño, quiere vivir una aventura o una venganza hacia su pareja y creyó que yo era la mejor partida (a mal puerto fue por leña).

- ¿Te gusta? – ahora subiéndose a mi cuerpo como una víbora y mordiéndose los labios.

Sinceramente, tenía ganas de mandarla a la mierda y también a esa fiesta que fue la que originó todo esto, en complicidad con un Malbec mendocino de la puta madre. Pero si debía mandar a alguien a la remismísima mierda era sin dudas, a mi mismo. Así que, decidí que era momento de seguir con el sueño de ella y yo con mi pesadilla.

Ambos terminamos boca arriba, uno a cada lado de la cama, con las piernas entrecruzadas. Yo suspiro y vaya a saber que entendió ella por mi falta de oxígeno, que luego de un silencio tembloroso, se empezaron a escuchar los chillidos de una niña llorando. Iba a preguntarle lo que le pasaba, pero era demasiado obvio, así que, la abracé fuerte y dejé que llorara hasta el hartazgo.

El teléfono suena. El turno se terminó y aprovecho para pedir un taxi mientras veo que ella se levanta vergonzosa y corre hacia el baño expulsando una frase

- Soy una boluuuuuuuuuuda – estirando la u acompañada de un llanto que asustaba.

Me acerqué a la puerta del baño, quise explicarle como era este mundo. Que estaba lejos de ser ese paraíso como muchos lo venden y que la soledad no se vuelve nuestro mejor amigo, nunca. Vivir bajo las sombras no es bueno para nadie y en el único lugar donde añoramos un poco de esta, es en medio del desierto. Y quizá, es ahí donde nos encontrábamos en ese momento.

Como dos boludos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Semana de un solo día

El taxista me daba su vuelto y yo de reojo observaba a una mujer que me miraba ansiosa, apoyada sobre una pared durante un tiempo que fue más del tolerable para encontrarse con otra persona. Pero la llegada del micro se demoró, el taxi también y bajarme del auto, hasta sacar las valijas para enfrentarme a sus besos, parecían más lejanos que la distancia que nos separaban.

La conocí por chat. De igual manera conocí su tierra natal Salta. ¿Y por qué no? Allá estaba, dispuesto a pasar unos días en una ciudad desconocida, con una mujer hermosa y joven, que prometía el elixir de la vida eterna y yo, dispuesto a pagar con besos teñidos de rojo, todo el stock que tenía.

No fue necesario encontrarla con su remera verde Benetton. La mirada me fue suficiente para saber que era ella y no otra la que me estaba esperando. Los bolsos duraron en mis manos, lo que ella tardó en abrazarme como una niña a su padre. La valija se desplomó y me uní a ese abrazo que si bien parecía fraternal, en verdad era de una total pasión desenfrenada que aun conservábamos por respeto a ese primer y único encuentro que nos da la vida.

Nos miramos a los ojos. Sonreímos y cada uno volvió a su posición original del abrazo. Ahora se sentía su corazón y calculo que ella el mío. Más allá del cliché que tienen estas escenas, lo cierto es que cuando uno es el protagonista, las disfruta pero, como ahora, sin poder expresar con palabras todo lo que se siente.

Lo cierto es que ella saca un manojo de llaves y me mira con deseos de pecar. Su voz era más seductora aún, que en las largas charlas telefónicas que manteníamos en forma ardiente cuando el Messenger ya no podía expresar lo inexpresable.

- ¿Así que, me trato de putita la forra de tu ex? – dice, enrollando los pelos de mi pecho, mientras intentaba escuchar mi corazón.
- Decirte que no tenes que leer mi blog, es al pedo. Así que, es mejor que entiendas que el despecho tiene muchas caras. Esa fue solo una.

Ambos suspiramos.

- ¿En serio que te pasó eso? – dice ella con voz angustiada. Pero aún así, se podía notar su certeza de creer todo lo que conté.
- ¿Si te digo que no, me creerías?
- No.

Nos buscamos con la mirada. Nos esforzamos por un beso y nos hundimos en el mismo sueño y las mismas sábanas.

Cuando desperté, ya no estaba.

Los viernes por la noche, siempre tienen invitados a su casa. Ella se encarga de las empanadas.

El marido, del asado y el vino.

sábado, 6 de marzo de 2010

Keep me in your Heart for a while

La miro sin entender lo que pasaba. De repente un suspiro de ella me pone en alerta. Aún así, no dejo de servir el café con mi mejor cara de anfitrión.

- ¿Azúcar o edulcorante?
- Pasame el edulcorante.

Estaba inquieta, no se cuantas vueltas le dio al café para que se mezclara. Aún así, seguía con la mirada fija buscando la mía, que seguía escondiéndose en detalles de una mesa que debía parecer improvisada.

- ¿Por qué café y no vino?
- Ehhh, no se. Supongo que el vino es para algo más premeditado. – Digo con la misma cara fresca y despreocupada.
- A caso, ¿esto no lo es? – me dice con una mirada incisiva.

Aun puedo ver el fuego de sus ojos y la ira que le provocó mi gesto de reconocimiento ante lo que ya sospechaba durante los 20 minutos de trayecto en micro que tuvo que hacer hasta llegar a mi casa.

El café en mi chomba nueva, mis libros que volaban por todo el departamento hasta que uno terminó atravesando un vidrio, calmó en seco a una Natalia que no conocía.

- A mi no me vas a dejar así nomás. ¡A mí, no! – ahora agarrándome del cuello y zamarreándome como una bolsa de papa.
- Necesito que te calmes, por favor.
- ¡Una mierrrrrda me voy a calmar! – ahora me suelta y retrocede como para tomar envión- ¡Sos un hijo de millllll putas!
- Calmate por favor – haciéndole señas que los vecinos iban a escuchar. Aunque ya estaban escuchando hace rato.
- ¿Ahora queres que no escuchen? ¡Bien que cuando me cogías no me decías que me calle! Así que ahora, ¡repedazodehijodemilputas! – ella comienza a arrancarse la ropa - ¡Ahora me vas a cogerrrrr!... que digo, me vas a recontra recoger.

Estaba desconocida, su despecho era temerario y mi plan de querer volver a ser amigos, veía que se estaba yendo como el celular que tiró mi hijo por el inodoro. No encontraba una sola frase que pudiera calmarla mientras empezaba a lamer mi cuerpo en forma preocupante. Me intimidaba y el torrente sanguíneo seguía en mi cabeza, lo cual iba a provocar aún más ira en ella.

- ¿Dale forrito, no era que te gustaba así? ¿No era la mejor, la más puta, la más caliente de todas? – mientras quiere arrancarme el cinturón con movimientos brutos y bajando una bragueta que se resistía a su barbaridad.

Fueron varios minutos donde no obtuvo lo que quería. De repente un silencio agudo y escalofriante me dejó tieso.

- Yo no te puedo creer. – abandonando su rezo y manoteando en cuatro patas su ropa que yacía por todos los rincones del comedor.
- ¿Qué? – le digo con ganas de tragar saliva.
- Sos un pelotudo. No solo me dejás, sino que además estás enamorado.

Mi silencio se lo confirma. Ella, ahora con una calma caligulezca, se acerca a mis labios no solo con su boca sino también con su mirada y susurra:

- Te enamoraste, ¡pelotudito! – mientras muerde mi labio inferior – ahora vas a saber lo que es este sentimiento.
- Andate.
- Claro que me voy. Me voy bien a la mierda. – Agarra la cartera y centrando su pollera camina hasta la puerta.

Yo sigo inmóvil. Aún no respiro y anhelo que cierre la puerta. Pero no. Antes de dar el paso final, se frena, levanta su dedo índice como acordándose de algo y se vuelve decidida. Camina hasta el equipo de música, tira todos los Cd´s al piso, hasta que lo encuentra.

- Y si lo querés a Warren Zevon, que te lo compre la putita esa que tenes por novia.
- ¡Pero ese Cd es mío! - le digo, recordando lo que me costó conseguirlo. Pero enseguida recobré mi papel de subordinado y volví al recato.
- Ya no. ¿O te pensás que sos el único que puede decidir sobre los demás? – ahora suspira - yo también tengo derecho a robarte un pedazo de tu corazón.

Pega un portazo y luego, hace enojar sus tacos que tan bien le quedan, para completar su plato de venganza.

Aún sospecho que se fue con una sonrisa entre sus labios.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Terremoto emocional


La salida del diván me tiene preocupado. No dejo de pensar que el amor no existe. Que solo pertenece a mis sueños, a mis imágenes llenas de una vida que no tengo y que no sé si alguna vez la tendré. Esas playas cada vez están más desoladas y la presencia de un abrazo se aleja con cada mujer que se mete en mis sábanas. Besos cada vez más fríos y sensaciones que solo me recuerdan lo aburrido que estoy, le dan la razón a todos esos que se encargaron de librar una batalla contra ese sentimiento tan noble y puro. ¿Estarán ganando? Aún así prefiero seguir de este lado de la línea.

El viaje a casa no me trae nada nuevo, el Mc Donald solo agrupa personas descorazonadas donde disfrutan de una no comida en su casa y en familia. ¡Mierda! Que duele estar sólo. Pero aún así me niego al miserable desafío de lo poco. ¡O todo o nada! Cueste lo que cueste.

Llego a casa, abro las ventanas y dejo las llaves sobre la heladera. Enciendo un sahumerio de vainilla (de todas formas, ¿quién me va decir que huelen feo?), prendo la tele para simular el ruido de una casa habitada y ya tirado en el sillón, enciendo la notebook para mirar los correos que ya nadie ve. Como dijo José Saramago en su Ensayo sobre la Ceguera: “(…) se levantaron trabajosamente, vacilando, con vértigo, agarrándose unos a otros, luego se pusieron en fila, primero los ojos que ven, luego los que teniendo ojos, no ven”.

Los correos siguen siendo basura, nada interesante y lo poco que suelen escribir mis contactos son frases del tipo “no se si es cierto pero por las dudas lo mando” haciendo referencia a que Hotmail cerrará y cuanta estupidez se le cruza a un ser inhumano por la cabeza. ¡Qué vuelva el correo caracol! Al menos teníamos el sabor de no solo oler el perfume de las cartas, sino también su postal, su sobre comprado especialmente o bien robado de la oficina donde se trabaja, una hoja aunque más no sea arrancada y por sobre todo, el empeño en escribir de puño y letra lo que quieren contarnos.

Ahora todo es “copio y pego”, hasta el más octogenario de los humanos se acostumbró a los SPAM y a reenviarlos. Parece que el romanticismo solo queda en alguna que otra rosa que ofrece algún que otro suicida enamorado.

El mundo explota.

Y parece que nadie se da cuenta.

domingo, 6 de diciembre de 2009

CUCARACHAS en los jardines del amor

Ya sentados en la cama con dos almohadas cada uno y una interminable cantidad de sueños realizados en solo una noche, le cuento una historia sobre mi primer depto de divorciado por primera vez.
“La casa era tipo chorizo. Tres habitaciones, las cuales se comunicaban a través de una galería semi abierta (iba a decir semi cerrada, pero recordé tanto el frío que pasé, que de cerrada no tenía un carajo). La entrada principal era por la cocina y de ahí uno iba abriendo puertas, hasta pasar por cada una de las habitaciones. Los techos eran inalcanzables hasta por el foco de 75 watt. Las paredes celestes, los pisos alisados color rojo bermellón y tenían al menos, unos veinte metros cuadrados. El problema que como todo HOMBRE recién divorciado, no había con que llenarlas. Lo cierto que mi pieza, tenía una cama de hierro retorcido, un colchón que estaba a punto de tirar junto con mi vida matrimonial, ya que Pancha, la gata Siamés, lo orinó un mes antes de irme. Esas cosas de la vida que uno sospecha que no debe tirar (más que de la vida, yo digo que son cosas de viejo choto, pero apenas tenía 25 años para declararme viejo), y alguna que otra cosa más, inservible, para hacer algo de bulto. Por supuesto que Pancha no se vino conmigo, ya que en el inventario de cosas que hicimos, el abogado me preguntó que era “1 Pancha” que había detallado mi ex… ¡Sin palabras!
Lo cierto, es que las primeras soledades hay que bancárselas solito, durmiendo a orillas del colchón, tal como en la vida de casados, pero con la diferencia que la soledad no te hace el desayuno en las mañanas.
Fueron seis noches consecutivas. Desde la noche de ese lunes hasta la del sábado, una singular cucaracha macho, entraba por una luz que dejaba ver la puerta que daba a la cocina (una luz que yo dejaba prendida del sorete que tenía de dormir en ese caserón solo) y se quedaba tiesa, firme…”, mi aMada me interrumpe.

- Perdón que te interrumpa – abrazándose fuerte como si fuera a detonar una bomba - ¿cómo sabés que era macho? La cucaracha, digo.
- Por la mirada.
- Ah, bueno seguí entonces

La bomba la detonó, pero igual no le importó –creo que está tan enamorada como yo- “Ahí estaba ella, desafiándome. Me siento de un salto en la cama y quedo con los dos pies en el piso, las manos preparadas para dar el salto, pero previamente cruzamos miradas al mejor estilo western. Tuerzo la mirada para encontrar la pantufla y eso fue la señal para que la cucaracha empezara a correr, pero para el lado contrario. Cuatros largos pasos de un hombre de un metro noventa, no fueron suficientes para alcanzarla, en la corrida que no se terminaba en la puerta, ya que la abrí de un empujón. Seguimos corriendo hasta que el cucaracho logró llegar sano y salvo, con un metro de distancia, a su guarida debajo de un mueble de cocina tan viejo como la casa (y en el mismo estado). Le revoleo la pantufla solo para asustarla, pero ya no estaba.
En aquellos tiempos, tenía una radio reloj despertador con AM. Con un led de color verde, suficiente para vislumbrar algún que otro objeto. Todos los días, con el beep de las noticias de la hora 00,30 aparecía este intruso. La segunda vez, lo llamé casualidad. Para el jueves, el tema se había vuelto personal. La distancia pasó de ser un metro, a escasos treinta centímetros. Pero no alcanzaba y mi puntería, aún a esa distancia, era muy mala.
Sábado a la noche –para aquellos que tuvieron lo huevos de separarse, sin pelos que exijan una yunta de bueyes, saben de lo que les hablo-, la cosa estaba de bajón. Otra vez el beep de las 0,30 y el domingazo era inminente. La soledad acechaba y el cucaracho otra vez proponía guerra. El tiempo y la práctica arrojaban resultados desalentadores para la cucaracha. Mi pie estaba listo para acabar con ella. Otra vez nos miramos y otra vez corrimos. Llegué antes que ella y le cerré el paso. Siento que traga saliva, se queda tiesa, se da vuelta sobre su eje y se entrega para ser aplastada y morir como un digno soldado. Mi mano seguía arriba con la pantufla como espada, esperando mi orden para dar fin con esta invasión de territorio. Un suspiro y recordar que ya estábamos ante un domingo desolador, le salvó la vida…
- Al fin y al cabo estás tan sólo como yo.
Las noches que le siguieron, la cucaracha venía puntualmente con las noticias de un país que ardía tan lento como su presidente, pero a diferencia de De la Rúa, ésta no se escapó como cucaracha, ni como cucaracho y mucho menos como Chacho (Alvarez)”.

- ¡Ja ja ja! Esto te da para un cuento, largo mi amor – me decía mientras caía en la cuenta que no era más que una simple historia de cucarachas.
- A todo esto, ¿a que venía esta anécdota? – le digo con mi principio hereditario de Alzheimer.
- A que en este depto. nuevo que alquilaste, tiene una bocha de cucarachas.
- Sí, tenés razón. Y tengo una teoría para acabar con ellas de una manera algo verde.
- ¿Cuál?
- Hay que hacer dos cosas para que éstas no vuelvan a tu casa. Primero: matar y dejar sus cadáveres (uno por zona como mucho), para que vean a sus pares que por acá hay peligro. Segundo: asustar a aquellas que intentan ser heroicas, dando fuertes zapatazos cerca de ella, con el fin de asustarlas y avisen al resto para que no vuelvan.
- ¿Y eso ya lo comprobaste?
- Estoy en eso. Así que tené cuidado cuando entres al baño, porque hay soldados caídos.
- A propósito de estos estudios tan exhaustos que has elaborado sobre los INSECTOS, ¿tenés pensado como vamos a explicar al mundo, todo esto que nos pasa?
- ¿Vos llamas “esto” a amarnos de manera incomprensible racionalmente?
- Sí.
- No, pero estoy escribiendo en un blog y seguramente me re puteen cuando se enteren que no conté aún, como fue que llegamos acá juntos.
- ¿Vos decís, mi amor?
- … Veamos.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Redes Sociales

Pasaron semanas, es cierto. Una sola no alcanzó para que con Julia, nos diéramos cuenta que era la soledad y no otra cosa, la que nos unía.

Éramos demasiado amigos como para no entender que ese camino solo nos llevaba a uno más patético que es el de la comodidad. Y ninguno de los dos queríamos eso en nuestras vidas.

Así fue que, ya sin la necesidad de tener un “palo donde rascarnos”, ella volvió a su casa y yo a la mía.

Otra vez, me llené de actividades y trabajo. Mis viajes a Buenos Aires empezaron a ser muy frecuentes y volví a contactarme con personas que realmente me querían desde que era apenas un niño de jardín (que tiempos aquellos).

Sin querer, volví a sentir que ya no estaba solo. Las sesiones con mi terapeuta comenzaron a ser profundas y por primera vez, le abrí el juego enseñándole en verdad que había en mis rincones del alma.

Por primera vez me sentí perdido. Sentía que no encajaba en un boliche, las amistades de mis amistades ya eran todas conocidas y ninguna de ellas me llamaba la atención como para pasar más que alguna que otra noche bajo el Hades de mis sábanas. Mi mundo se estaba quedando sin gente por conocer y el presentimiento de una vida sin alguien a quien amar, me estaba acechando.

- Quizá no haga falta conocer más a nadie – dice mi amigo Gustavo.
- No te entiendo.
- ¡Claro hombre! Ya que perteneces al mundo del ciberespacio, por qué no te metes en las redes sociales que hay ahora. En una de esas, “re” conoces a alguien.

Si algo tenemos en común con Gustavo y el Pelado es que somos analógicos (además de una fuerte y sincera amistad). Las redes sociales dejan poco por preguntar cuando nos sentamos a tomar un café con una chica a la que ya le conocemos hasta los presagios de sus galletas de la suerte. Pero los caminos se estaban acotando y las experiencias que encuentro en mi camino, no han dado los mejores resultados.

- Quizá tangas razón – le digo acongojado.
- Igual, vas a hacer lo que se te cante el culo. ¡Como siempre!
- …
- ¡Porteño puto del orto! - (él, es mendocino)

Ambos reímos, hicimos algunas bromas y recordamos algunos pasajes donde mis decisiones fueron el fruto de largos cuentos nocturnos entre amigos. Pagamos el café y nos fuimos cada uno a su casa.
Antes de irme a dormir, chequeo mis aburridos correos y me pregunto si debo hacer caso a la sugerencia de Gustavo. Tal vez, tenga razón, tal vez no. Pero si me quedo de brazos cruzados, lo único que voy a obtener es más de lo mismo.

Y la soledad no deja de recordarme que me sigue esperando para ir a dormir.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Despertares

La mañana, ya con sabores del mediodía, me levanta cansado, con dolor de cabeza y con ganas de hacer nada.
Siempre que me levanto, espero un disparador para poner la máquina en funcionamiento. Antes me mataba buscando la forma de despertar de la rutina, pero con el tiempo, me di cuenta que la naturaleza se encarga de estas cosas. Solo es cuestión de tener una taza de café en mano, para que la vida empiece a rodar como una película.
En esta oportunidad, el teléfono se llevó los honores.

- ¡Que haces guacho! Hace un montón de días que te llamo y nada. ¿Viajaste?
- Hola Julia –con vos de orto- Sí, viajé. Y buenos días
- ¡Buenos días para vos! Yo desde las 5 de la mañana que no puedo pegar un ojo.
- Bueno, no te preocupes, suele pasar cuando uno recién se separa.
- Ahhhhhhhh – escucho del otro lado del teléfono
- ¡Qué te pasa loooooca! – riéndome - ¿estás bien?
- Si, solo que tengo una picazón y no paro de rascarme.

Hago un silencio culposo. Me agarro la cabeza y me insulto por dentro.

- ¿Estas en tu casa?
- Si.
- Bueno ya te paso a buscar y vamos al médico.

No le di tiempo a poner excusas y me fui a buscarla. Una especie de culpa me estaba invadiendo, pero me resistía. A mi me contagiaron y nadie se hizo cargo. Yo me estaba haciendo cargo de ella. Eso sumaba a mi favor en le juicio de mi conciencia.
Ya en el consultorio, le explico lo que me pasó.

- ¡Qué mala leche!
- ¿Quién? –le digo preocupado- ¿vos o yo?
- ¡Los dos, boludo! – Ahora ¿quién fue el gato que te contagió?
- No lo se. Ninguna se hizo cargo.
- Son todas unas putas. Ninguna te merece.

La doctora me llama, y entramos todos al consultorio. Al verme, no puede evitar hacerme una sonrisa cómplice. Supongo que creyó que era mi novia. Lo cierto es que fue muy piola y no dio muchos detalles acerca de las formas del contagio. Pero en este caso, no valía la pena una actuación así. Julia no era mi novia.

- Pasate esta crema antes de acostarte y cuando te levantes bañate con jabón blanco. A la semana lo volves a repetir,
- ¿En todo el cuerpo o solo donde tengo las ronchas?
- Del cuello para abajo. Toda la superficie.

Ella me mira afligida y yo la miro con mucha ternura. Me la imaginé sola, en su casa, tratando de rebuscársela para ponerse la crema, mientras sigue luchando cuerpo a cuerpo, con la soledad de una cama que ahora estaba vacía.
Ya en el auto, camino a la farmacia para comprar el remedio, le digo:

- Ahora pasamos por tu casa, agarras unas mudas y vamos para la mía.
- Pero la doctora dijo una semana…

La miro y ambos reímos como si estuviéramos a punto de hacer una picardía.
Ella me abraza a mi brazo y suspira. Parecía entender lo que le estaba proponiendo.
Y yo… yo entendí que necesito otra oportunidad.

lunes, 31 de agosto de 2009

Despedida de Soltero

Es viernes y una despedida de soltero, de un amigo, fue la excusa perfecta para dejar pasar otro viernes sin pensar en ella.
La despedida, arrancó con unas pizzas en la casa de uno de los chicos. Cerveza, anécdotas y muchas carcajadas no faltaron al evento de este futuro esposo.
Ya cuando la cosa pasó de alegre a nostalgia, producto de mucha mezcla alcoholica, uno de los invitados no tiene mejor idea que acudir a mi sentido del humor para revertir una noche que se estaba apagando.
Pero fue un error.

- ¿Qué consejo le podes dar vos a Juan Pablo?
- Con dos divorcios en mi haber y un sinfín de mujeres que pasaron por mi cama, solo puedo decirte que si ella vale la pena, no le des un motivo para que te deje.

El silencio fue mayúsculo. Pero yo no tenía ganas de dibujar nada. Es más, estaba contento de que al menos haya gente que quiera casarse, comprometerse con el otro… apostar a un futuro juntos. Hoy en día, la convivencia es casi imposible y ver a dos personas que quieren mezclar el agua y el aceite sin quemarse, es digno de mi admiración. Y sigo con mi discurso.

- Y si la idea es que ahora nos vayamos todos a un cabarulo (más conocido como prostíbulo), te aconsejo que te quedes afuera. No es la primera vez que una pareja se arruina por una despedida.
- Pero yo quiero ir. Jamás fui a uno y hoy es mi último día de libertad – agitando su vaso y euforizando a todos en la mesa.
No quise arruinar la noche y decirle que estaba equivocado. Que la libertad comenzaba justo con su matrimonio. Que la condena de estar solo llegaba a su fin y que a la salida de esa cárcel, estaba una mujer no solo esperándolo, sino también con la promesa de estar a su lado, todo el tiempo que dure el amor.
Pero, preferí callar y sumarme a la vanalidad de la fiesta, aunque fabricando una pequeña trampa.
- Entonces, si estas seguro vos y yo seremos los primeros en entrar por la puerta de uno que yo conozco muy bien y que tiene unas minas que te van a dar vuelta la cabeza.
Todos volvieron a chocar sus vasos y vitoreando la decisión de encarar para el cabarulo.
Por supuesto que antes de llegar, hicimos las bromas de turno: desnudarlo, pasearlo por el Parque Gral San Martín, hacer que corra unas cuadras a la caravana de autos por la avenida Las Heras, y por supuesto, llevarlo hasta la casa de los suegros (eso es ser malo).
Y llegamos.
- Ahora no solo vas a debutar en un cabarulo, sino que además lo vas a hacer con la mujer que más sabe de hombres en esta ciudad.
- Me han dicho que hacerlo con una puta es único.
- Yo lo llamaría inolvidable – haciéndole una sonrisa con aires macabros (para mí por supuesto).
Entramos. A los pocos minutos, más de la mitad de los muchachos –por no decir todos- desaparecieron entre el tumulto de gente que se agolpaba en la pista para ver a una bailarina de caño.
“Vos no te me despegues” fueron las palabras que le dije al futuro egresado de la soledad. Caminamos hasta llegar a una de las barras y haciendo lugar con mi cuerpo lleno de ira por estar en un lugar al que ya no visitaba, llego hasta una de las barman.
- ¿Dónde puedo encontrar a Gloria?
La chica me hace señas de no saber donde exactamente. Mal humorado sigo buscando. No dimos ni tres pasos que alguien de atrás de abraza.

- Hijo de mil putas! ¿Qué haces por estos pagos? – me grita Gloria al oído
- Es un caso especial –señalándole al soltero de turno
- Ahora entiendo tu cara de pocos amigos.
- Necesito que hagas lo que mejor sabes hacer en estos casos..
Ella me guiña el ojo y se lleva a mi víctima.
Estaba a punto de salir, cuando vuelvo la mirada al lugar. Me pregunto si no debería volver a estos barrios, y compartir mi condena con toda esta gente. Al fin de cuentas, estaba tan solo como todos ellos… pero no.
prefiero volver a mi celda, aun tengo muchos recuerdos que envolver.

viernes, 28 de agosto de 2009

Tiempo de Contratos

Mi llegada a Mendoza no hace otra cosa que mostrarme cuan enamorado sigo de ella. Como un alma en pena, tomo mis valijas y camino hasta la parada de taxis para volver a casa.
El chofer me llena de comentarios que no escucho y tampoco me importa responderle. Solo miro por la ventanilla buscando algunas piernas que se parezcan a las de ella, alguna esquina que nos haya encontrado a los besos o alguna cosa que me diga que no fue un sueño, que es real y que volverá de su largo camino que decidió tomar.
Me pregunto cuántas mujeres tendrán que sufrir su decisión. Cuántos labios pasarán por mi boca, hasta que reemplace todos sus sabores.
Quiero besarla, quiero abrazarla. Quiero sus palabras, sus enojos, sus iras.
Hoy tengo la libertad –o condena- de esperarla. Ya no puede decirme que me busque a otra porque no sabe que quiere, o mejor dicho que no puede estar con nadie, culpa de sus demonios.
Como le dije en la última carta, solo espero que cuando se canse de esos amores descartables, sepa donde encontrarme.
Tengo que pensar si tomo la decisión de esperarla, aunque nunca llegue, o bien olvidarla para encontrar en otra mujer, ese sabor tan exquisito que es el amor.
Mientras tanto, voy a llamar a la inmobiliaria para renovar el contrato. No quiero irme de este lugar.
Ni de su vida.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Las brujas no existen, pero…

Los pueblos pueden tener muchas particularidades, pero sin dudas, el chusmerío y las brujas, son dos cosas que siempre vamos a encontzrar, sea el pueblo que sea.
Antes de irme de Navarro, una amiga que conoce mis pasos amorosos, me pidió con una autoridad que yo no conocía de su personalidad, que vaya a ver a una de esas brujas.
No solo que no creo en esas cosas, sino que también me generan fastidio. Me las imagino envolviendo a cuanto paisano llega al pueblo en su sulky, con frases tipo “es evidente que ha sido victima de un trabajo” seguido, según la cara de pánico y/o desconcierto del cliente, con un “¿usted no ha experimentado problemas físico?”. Si la respuesta es un no, entonces lo que sigue es “y ha podido dormir bien estos días, o sea ¿ha descansado?”. Siempre con esas preguntas tipo le gusta el rojo o el blanco, sin opción de decir verde.
Es obvio que si estamos en ese lugar, entregando nuestra dignidad a la “bruja” de turno, es porque no hemos descansado como quisiéramos o bien, tenemos un mal tipo cáncer que los médicos ya nos han dado la fecha de vencimiento de nuestro cuerpo.
Pero parece que esta fórmula sigue dando resultados, ya que este oficio de tuertos renueva su clientela año a año. Y yo colaboré con esta industria.

- Contame que te dijo – me dice Luz, mi amiga.
- Nada – digo con cara de culo.
- Algo te debe haber dicho, estuviste más de media hora con Mabel. Ella no tiene a sus pacientes más de quince minutos.
- Ok- digo con cara de fastidio- Me dijo que mi vida amorosa es una balsa en medio del océano, que una mujer con detalles físicos que delatan mi ex, me hizo un trabajo, que pronto voy a tener una propuesta de trabajo muy buena y que alguien cercano a mí puede darme lo que mi corazón está necesitando.
- ¿Entonces?
- Entonces, que cumplí con mi parte de ir a esta bruja. Ahora vos cumplí con la tuya e invítame a cenar. Tengo hambre. Mañana salgo temprano para Mendoza.

Luz me abraza y me lleva a un lindo restaurant, creo que el único del pueblo.

- Pedí lo que quieras. El dueño es amigo mío.
- Mmm, me parece que en este último tiempo, has logrado lindas amistades. ¿Me perdí de algo?
- No, perseguido. Era mi jefe, es un buen tipo.

Pedimos el plato del día –o la noche mejor dicho- y ella volvió al ruedo.

- Dale, contame que pensas sobre lo que dijo esta mujer
- ¿En verdad crees en estas cosas? – le digo con enojo.
- Sí. Vos te habrás ido a la gran ciudad, y seguramente “estas cosas” te parecen tontas o para gente crédula, pero los lugareños aun creemos en estas cosas.
- Ok esta bien. No quiero pelear.
- ¡No estamos peleando!
- Bueno parece que sí.
- ¡Por qué no te vas a la mierda!

Me quedo en silencio.

- Todavía que me preocupo por vos – agarrando su cartera- andá a decirle a la otra que te cuide, ¿sabes?

Disimuladamente, intenté hacer que no se vaya, pero me dejó solo, con la comida servida, la gente tomando nota de cada detalle –bien de pueblo-, y con una cuenta que ahora tenía dueño.
Evidentemente, la bruja había fallado.
Esa persona cercana, no era mi amiga Luz.