Fumaba el primer cigarrillo con ella. La observaba desde el balcón y daba gracias por volver a mi ciudad, a mi gente, a mis sueños.
El ruido de la pava silbadora —violeta— la hizo quejarse mientras intentaba incorporarse en la cama. Me llamó a sus brazos, pero le pedí tiempo para volver con el mate y muchos besos. Agarré mi tarrito de Pringles, convertido en azucarera, y endulcé el termo: volvía tal como se lo había prometido.
Nos llenamos de palabras, recuerdos y recuentos; reímos más de la cuenta, teniendo en cuenta que era nuestra primera mañana juntos.
El tiempo pasó. La acompañé hasta la puerta y la dejé ir a cumplir con sus obligaciones familiares.
Otro cigarrillo me acompañó hasta perderla de vista; entonces mi silencio me recordó que esa chica me había convencido de volver a formar una familia…
¿Qué será de nuestros hijos, que no llegarán a disfrutar conocer a una persona sin Facebook ni Twitter? Donde había que tener algo más que un amigo en común para dar con alguien: preguntar quién era, dónde trabajaba, qué hacía los fines de semana. Llenarse el estómago de café para conocer su biografía y ser conocido a su vez. Entonces —solo entonces— recién había una posibilidad de un beso, una caricia… una oportunidad de amar a alguien.
En aquellos tiempos eso se llamaba destino, no Facebook.
Las relaciones tenían sus días, sus horas; y cuando no sabíamos de nuestra media naranja optábamos por escribirle una carta. Con mucha suerte —si teníamos el teléfono fijo de su familia y la encontrábamos en su casa— se nos estrujaba el corazón por charlar un par de minutos.
El amor tenía su equilibrio en aquellos tiempos, y las familias se forjaban gracias a los valores y a las pocas tentaciones que ofrecía ese mundo analógico.
Pero llegó la tecnología: la posibilidad de estar incluso cuando no estamos o no queremos estar. Y con eso, las mentiras se convirtieron en invitadas en casi todas las relaciones. Lo triste es que ambas partes aceptan esa realidad, y el poco compromiso que asumen se desvanece con el tiempo.
Creo que se ha perdido casi todo lo que vale la pena. Y casi como si fuese el fin de la civilización, aquí estamos todos en esta red social, desesperados por sentir algo —lo que sea— hasta caer en brazos vacíos y revolcarnos hasta el fin de los días…
Apagá Facebook. Bienvenido a la vida real.
1 comentario:
sabias palabras...y verdades verdaderas... muy lindo
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