domingo, 17 de mayo de 2009

Coco y Vainilla


Una cena en “Don Mario”, ya que en mi restaurant favorito no había lugar, fue el motivo por el cual Mercedes cedió ante mis encantos. Bueno la verdad que de encanto poco, pero reconozcamos que es un buen punto a mi favor empezar de esa manera, teniendo en cuenta los cocodrilos que abundan en los pocos hombres que quedan en la tierra.
Siempre que salgo con una chica, me acuerdo las anécdotas de una amiga con un sinfín de chabones que la invitaban a salir. Todos amarretes. Con plata o sin, el amarretismo poco tiene que ver con esa cualidad. Así es que ella, cuando veía que el flaco de turno, miraba demasiado la carta o sugería un plato para comer a medias, ya le caían las fichas y empezaba a contar con cuanta plata contaba encima, ya que el clásico “¿pagamos a medias?” era el principio del fin.
Ahí estaba yo, sentado, esperando la llegada de una mujer que seguramente poco tendría de esa imagen que construí en el taller literario.
Como buen estratega, tenía todo fríamente calculado. Mi depto estaba impecable, el auto lavado, me acababa de cortar el pelo y busque mi mejor camisa para esa velada.
Más de uno se preguntará por qué no la pasé a buscar. ¡Sencillo! En primer medida sabia que ella tenía auto. Si bien es, hasta un poco descortés de mi parte, estaba seguro que le generaría más confianza a ella y sus amigas la alentarían a que eso esta bueno ya que si la cita la aburre podía irse en cualquier momento. Por otro lado el decir “te veo en tal lugar” ya que debo hacer unas cosas antes, queda como algo mas “casual” (¿estoy muy comillero? ¡Ja!) Y hasta desinteresado, pero todo es mentira, claro está. Y también porque no me gusta llevar a nadie, ¡Que tanto!
Todo esto sin hablar de los silencios y lo contraproducente que puede ser perder los primeros diez minutos de mística hablando boludeces y que ella encima piense “que mal maneja” ¡Sigo con las comillas! (chiste válido para la Argentina).
Llegué 15 minutos antes –solo por ser la primera vez- y me hice amigo del mozo y le di unos pesos para que me llamara por mi nombre y me tratara como de la casa. Cuando llegamos a los 20 minutos, ya éramos como hermanos y hasta se burlaba de mi silla vacía.
Solo después de otros 5 minutos, Mercedes aparece. Radiante, fresca y con un toque en su cabeza que se convirtió en el centro de atención de todos los presentes. No hablo de un peinado punk, sino de una capelina que llevaba haciendo juego con su vestido sensual y naif.
El mozo se acercó a recibirla y la condujo hasta mi mesa.
Mi cara de feliz cumpleaños no se puede disimular. Me paro para saludarla y le acercó la silla, y de paso aprovechar para que saber perfume llevaba encima. (Algún día hablaré de esta teoría).
La gente volvió a sus platos y mis oídos volvieron a recibir todo el bullicio de un restaurant que comenzaba a llenarse.
- ¿Pedimos algo? Estoy muerta de hambre – mientras le hace una seña al mozo para que nos traigan la carta.
Pero, ¿qué fue de esa mujer tímida y sonrojosa (algo así como que se le ponen los cachetes colorados) que habitaba en mi mundo literario?
- También yo – le digo desconcertado por la actitud que traía bajo su vestido con un escote que ya me estaba poniendo celoso.
Todas mis técnicas de levante debían girar 180 grados. No me estaba enfrentando a la clásica muchacha de pueblo. Estaba ante una chica de ciudad, de luces… una verdadera mercenaria.
Mientras ponía el piloto automático de conversación (total, la mística se fue al carajo) revolvía en mi cabeza como hacer para sorprenderla. En este caso y como dirían en mi dulce pueblito, la vaca se volvió toro.
Creo que ella se da cuenta de su avasallamiento y decide bajar un cambio para que sea yo, el que me sienta a gusto.
Al no encontrar nada en mi cabeza, decido ser yo, exponiéndome a todo y hasta correr el riesgo de ser gastado por ella ante mi inocencia que solo unos pocos de mi círculo de confianza conocen.
Ya para el postre, estábamos relajados y gran parte de nuestras vidas habían sido digeridas.
A la salida del restaurant, y con chistes de ocasión por parte de ambos, para evitar una despedida incierta de besos, le pregunto donde dejó el auto
- En verdad no vine en auto, tomé un taxi – haciéndome una sonrisa alentadora
¡Mierda que se la sabe todas! Me dije mientras buscaba una cara que poner y algo que decir. Me sentía como un chico virgen. Pero revuelvo en mi interior y saco el tigre de Ludovica.
Cualquier cosa que dijera iba a estar demás. Así es que la abrazo y le estampo un beso de película.
Ella me agarra más fuerte aun y aprieta sus manos contra mi nuca. La cosa estaba en llamas. Suspiros entre beso y beso, y abrazos que querían ir más allá de las ropas nos sugirieron ir hasta mi casa.
En el auto aun quedaba algo de pudor. Prende un pucho y me mira seductoramente.
Les ahorro la pregunta. La gente que fuma no suele pedir permiso para tirarnos su vicio. Es lógico. Si a ellos no les importa intoxicarse ¿por qué se habrían de tomar la molestia para con nosotros? Aunque hay excepciones, como en todo.
Pasamos por la Octano (una estación de servicio muy conocida de nuestra querida Mendoza) y la típica fue comprar forros y chocolate mientras ella se pasaba el rimel por sus ojos.
- ¡Listo!
Dije, mientras cierro la puerta del auto apurado y con unos nervios que se parecen a cuando tengo frío.
Ella estaba tociendo. No podía hablar y solo hacía señas que no lograba entender.
- ¿Qué te pasa?- Le digo a los gritos mientras trato de sacarle a los sacudones que le estaba pasando.
Me hizo un gesto como para que abriera la ventanilla.
Pongo en contacto el auto y abro todas las ventanillas. Ella saca la cabeza afuera y luego de unos respiros me dice agitada:
- ¿Qué perfume usas para el auto?
Pienso. No entendía nada. ¿Se lo habrá tomado? Se ve medio piantada pero no creo que sea para tanto.
- ¡No se! Uno que compré en el Walmart.
- No, de que sabor es lo que quiero saber
¡Se lo tomó! Me dije en voz baja, mientras ella empezaba a toser.
- ¡No me lo tomé estúpido! ¿Es de vainilla?
- Y coco. Coco y vainila.
Remato con algo de culpa, aunque sin saber el por qué.
- Llevame a casa por favor. Le tengo mucho asco a la vainilla. No creo que tengas ganas de ver vomitar a una mujer toda la noche.
A la mierda con la fiestita. Mi humor en las cuadras restantes fue de mal en peor, mientras la veía de reojo como hacia movimientos de rana para evitar vomitar.
Quedamos en hablarnos y se baja del auto a las corridas porque el vómito estaba a punta de lanza.
No me dio tiempo a despedirla siquiera. Entró a la casa y yo arranco desmoralizado.
En el primer semáforo revoleo los forros contra el parabrisas (tampoco los voy a tirar con lo caro que están) y terminan en mi entre pierna.
¿A que no saben de que sabor era los profilácticos para el sexo oral?
Buena suerte, mala suerte… vaya a saber uno.

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