lunes, 4 de mayo de 2009

La mujer disfrazada de Keats




Llegué temprano al cine. El Shopping casi no tenía gente y en el sector de entrada al complejo solo había un puñado de personas, esperando como yo, para sacarse el aburrimiento.

La fila para comprar pochochos, tenía otro tanto de personas. Una madre intentando hacerle upa a su hijita de apenas 45 kilos; un hombre de unos 50 años al estilo Sean Connery, con una barba que desprolija, pero que, al verle un libro en la mano, me di cuenta que era otro cazador de mujeres imprevistas. Dos jóvenes que no reprimían sus hormonas, cada vez que se rozaban y dos viejitas que estaban más para tocar el arpa que la guitarra, completaban el espectáculo previo.
Cómo los pochoclos no me gustan, porque me dan mucha sed, y mucha sed me obliga a tomar Drogacola, y querer más Drogacola, lo que implica sacar plata de mi billetera, cosa que no abunda, me quedo observando y pensando que sin plata y con panza, no soy un buen candidato para captar mujeres, lo que me pone en una perspectiva desesperante. En fin, me acerco al que corta las entradas, pero me las devuelve, ya que la sala aun no estaba disponible.
Busco un asiento cerca de la cartelera para distraerme un rato, pero no pude evitar visualizar a una chica leyendo un libro (y no parecía de autoayuda, por suerte).
- Guau! – digo mientras busco en el bolsillo de mi saco, unas pastillas Tic Tac de naranja.
Ya no quedan casi lectoras y crease o no, para mí un libro en manos de una mujer, es como un buen perfume en su cuello.
Busco en la cartelera si relaciono una película con algún libro, pero nada. Aparentemente, el objetivo era del palo. Así que, disimuladamente vuelvo a tickear la entrada, con el fin de que me rebotaran nuevamente y así pasar por al lado de ella y confirmar el título del libro.
Su belleza era tan interesante como el libro que tenía ante sus ojos.
“Poemas”, de John Keats. ¡Que alguien me salve de esta belleza disfrazada de mujer solitaria!
Ante una situación así, usaría un término muy masculino, pero que solo sucede en las mujeres, así que imagínense mi emoción cuando encontré a ese terroncito de azúcar, ¡leyendo a un poeta del siglo pasado!
Por desgracia, mi aspecto, poco tenía de escritor, profesor, o algo por el estilo. Por lo tanto, no había nada que pudiera hacer, para que ella sacara los ojos de esas bellas estrofas. Y mucho menos para canjearlas por mi aspecto deteriorado debido a mi soledad y mi oficio.
Aun tenía que esperar unos diez minutos para entrar a la sala. Pensé en acercarme, pero si estaba leyendo a Keats, qué mejor que contemplarla.

Me quede extasiado recorriéndola descaradamente con la mirada, la mandíbula desencajada, buscando una excusa para abordarla, vislumbrando el día después; pensé en tirar deliberadamente la entrada al piso justo al pasar delante de ella… si surtiera efecto mas tarde pensaría….

“No se como, logré que ella me de bola a la salida del cine y diez años después, nos encontramos viviendo juntos, en un lindo Depto vaya a saber donde”.

- ¿Por qué conservas ese libro en la mesa de luz?
Dice mi terroncito que aun no apagaba la luz de su lado de la cama.
- ¿Cuál? – digo yo, boca abajo, con la cara en la almohada, algo cansado por el buen momento previo a la lectura.
- El de John Keats
- ¿En serio me lo preguntas? – incorporándome
- Sí.
- Ese poeta me salvó de seguir naufragando en un mar de corazones tibios.
- ¿Todavía tenes ganas de hacerme el filo?
- ¿El filo… nada más?
Ambos empezamos a reírnos, mientras mis manos buscan sus debilidades. Desarmamos la cama, pero la risa es más poderosa. Pido un tiempo para recuperar mi aliento, mientras ella levanta los libros que cayeron de su lado de la mesita…

Un cuerpo algo exuberante para definirlo como ser humano, me saca de mi película, de mi sueño.
- ¡Qué miras pavote!
Lo miro como quien recién se levanta y encuentra un montón de amigos en el dormitorio despertándote a las apuradas.
Seguido de mi respuesta con esa expresión, una trompada llenó de murmullos el lugar. Lo próximo que observo, fue a mi terroncito yéndose abrazada a la morsa vestida jean y un pañuelo en la cabeza (solo le faltaba la moto, que por suerte no la tenía sino también me pisaba).
Trato de acomodar mis ideas y mi ropa, mientras intento fallidamente levantarme. De repente, alguien me toma del brazo para quedar de pie.
- La próxima vez, tendrás que ser más discreto con esa reina de hadas.
Mi sorpresa fue mucha, al ver que esta persona que me doblaba en edad, tenía los mismos gustos que yo. Salvo por los pochoclos que ahora se caían ya que con una mano tenía un libro y la bolsita, mientras que con la otra me levantaba agarrándome del codo.
- Cuanta verdad, amigo. – le digo mientras sacudo mi saco y veo como el alrededor seguía como si nada hubiese pasado.
- “La belleza es la verdad… la verdad es belleza”- dice recitando con una mano en el corazón.
- “Esto es cuanto sabes… y saber necesitas”- remato esa cita que me devolvió la sonrisa.
- ¡John Keats!– decimos a la vez, citando al autor de esa gran verdad, de esa gran belleza.
- Mi nombre es Damian.
Nos damos la mano, y me muestra su entrada. Teníamos la misma sala.
- Creo que la película está por empezar.
- Entonces, vayamos ¡A por ella!. – le digo con un gesto pícaro.
- ¿Por quién? ¿Por la película? – Dice siguiéndome el chiste.
- No, por Ella – haciendo comillas en la palabra ella, con mis dedos.
- Entonces, ¡vayamos por la verdad!

… Esta vez, “Sean Connery” me ha salvado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusto mucho! Saludos

Rodolfo Serrano dijo...

Paso a saludarte y a leerte. y me gusta.

Natys dijo...

Escribis lindo, sabelo.
Gracias por pasar por mi blog, los muffins hagalos mijo que son re faciles.
Saludos

... dijo...

gracias x el comentario!!
me gusto lo que hay alotroladodeldivan.. asi que seguire pasando.
saludos