lunes, 13 de abril de 2009

A la salida del Diván



Cuando le decis a tus amigos y los no tanto, que estas yendo al psiquiatra podes ver como las caras van tomando distintas transformaciones. Por un lado te miran como si fueras la cara de jack Nicholson en “Sin Salida”. Pero luego de unos nanosegundos de reflexión, piensan “que bueno, el flaco tiene coraje” y todo vuelve a la normalidad.
Uno se auto convence que no es malo y que en estos años es casi como ir a un gimnasio. Es parte de nuestra salud mental. Pero cuando pongo la cabeza en mi almohada, me convierto en uno de ellos y me doy cuenta que no soy de los más normales, mientras miro el vaso con agua que me ayudó a tomar las pastillas.
Quilombos me sobran. Pero me los elegí yo solito, diría mi madre. La plata que nunca alcanza, dos ex esposas – ¡sí leyó bien! – que deberían estar en el record de guiness por lo rompe pelotas. Un celular que a veces deseo tirarlo al infinito y más allá –Obviamente tengo dos hijos, uno con cada Eva-. Mis amigos en el rincón más lejano del mundo, y yo, como la ovejita Dolly en la gran ciudad de Mendoza.
Aunque no lo crean, mi amistad con el psiquiatra, llegó de la mano de mi cardiólogo –gauchito el doc- ya que sufro de presión emotiva. ¿Qué quiere decir eso? Resumiendo mi enfermedad, es algo así como tener una bolsa de quilombos, obviamente sin resolver, haciendo que mi torrente sanguíneo se vaya por las alturas.
De ahí que me deriva al psicólogo de terapias cortas (por suerte) pero al llegar, éste percibe que además de la bolsa tengo un comportamiento que lo llevó a hacerme un test, ni bien le dije mi nombre –reconozco que el Psicólogo es muy bueno- y me dice:
-Quedate tranquilo, lo que tenés se resuelve con medicación – mientras me ofrece una pastilla mentolada.
Al ver mi cara de desconsuelo, como si me diagnosticara la peor de las enfermedades, me trata de calmar.
- No te asustes, problema sería que tuvieras que trabajar conmigo desde el análisis. Acá con una pastilla vas a resolver gran parte de tus problemas.
Digamos que eso me alivió un poco y tomé con gusto el teléfono de mi actual psiquiatra.
Conclusión: Dacten D y carvedilol fueron las golosinas de mi cardiólogo. Reiki y tareas para el hogar fueron las actividades de mi psicólogo, mientras que la eminencia psiquiatrita optó por Clonazepam y la maravillosa foxetina, que es algo así como tomarse una garompa ¡todo te chupa un huevo!.
Pero de todo rescato lo bueno y pienso que es una experiencia interesante ya que me puedo poner en la piel de un viejito y hacer que mi trabajo de escritor tenga más sensibilidad cuando hablo de ellos y sus amores que no fueron, para algunos concursos literarios.
Pero este soy yo. Y los que leyeron mi anterior escrito “pensamientos de diván” sabrán que mi segunda visita al psiquiatra, era de rutina y ver como influían los medicamentos en mi vida y en mi sangre alterada.
Le pregunté si el clonazepam (medicamento para bajar los desiveles) luego de su efecto, hacia un efecto rebote, potenciando mis iras.
El médico ríe con la mano apoyada en su mandíbula.
- El clonazepam hace que bajes un cambio, pero cuando el efecto se va, no se potencia. En realidad… ese sos vos.
En términos populares me dijo que soy un loco de mierda, pero vaya con que onda. Ambos reímos un rato.
Ahora, con respecto a la segunda medicación, la cosa se puso seria. Le dije que la había abandonado hacía una semana, ya que al poco tiempo de tomarla y sentir que era el hombre más concentrado del mundo y el más frío para la toma de decisiones –una combinación perfecta para terminar todo lo que empiezo- aparecían terribles dolores de cabeza y fotofobia –No le quise exagerar, pero me sentía como Kai-El (Superman) cuando le acercaban la criptonita-.
- mmm, a veces esa medicación obstruye las fosas nasales, comprimiendo la zona y haciendo que aparezca la fotofobia – me dice mientras se levanta de su sillón –que ya conté lo cómodo que era- para ir en busca de un recetario.
- Voy a cambiarte la droga por una de última generación. La macana que no entra por recetario.
¡Mierda! La única de las pastillas que pagaba con gusto, por lo barato y la que más resultados me daba, ahora prometía convertirse en la más devastadora de mi billetera.
- Mucho gusto y hasta luego – le digo encarando la puerta para ir en busca de una farmacia para que me dé el veredicto final a mi presagio.
Mientras espero a ser atendido, tomo la difícil decisión de subirme a la maldita balanza. –Aún no puedo creer que el marketing no haya llegado a la farmacia y reemplazaran éstas, por unos espejos que te hagan ver como cuando uno tenía 18 años-.
Mi turno. Salgo espantado antes que los números digitales arrojen un resultado increíblemente indeseado y con cara de no haber pasado la prueba –como en el programa de Cormillot- me dirijo a la simpática empleado de turno.
- No te preocupes, debe andar mal. – me dice sonriendo mientras lee lo actualizado que estaba el médico al recetarme una de las últimas y mágicas pastillas para locos del orto como yo.
De paso aprovecho y le pido el restante de pastillas, ya que recordaba que no quedaban muchas. Y la verdad que salir a hacer mandados no es mi fuerte.
La chica, agarra la registradora, empieza a sumar y sumar y sumar, hasta que antes de apretar el total, me dice casi con una carcajada:
- ¿No pensás que es más barato el cajón y el entierro? – tapándose la boca de la risa que ya no podía contener.
- También es caro, pero sería solo una vez y listo – mientras se seguía riendo y haciendo gestos con la mano para que no me lo tomara en serio mientras cortaba el ticket.
- Son para mí – le digo mirándola desconcertado y con más ganas de llorar que de reír.
- ¡Uy perdoname! De verdad lo siento, pensé que eran para tu mujer. Fue un mal chiste, disculpame.
- No tengo esposa… mejor dicho tengo dos ex esposas- para que supiera con quien se estaba metiendo.
- En serio, disculpame. Me llamo Mariana.
Recién ahí caigo en la cuenta que todo fue una artimaña para que la mirara más allá de su guardapolvos blanco.
- No te preocupes, no es nada que no lo podamos resolver con un café.
Ambos nos miramos en forma cómplice y mientras saco de mi billetera mi tarjeta de crédito –ya que no había más efectivo- ella anota su celular detrás del ticket.
-Salgo a las ocho – entregándome el ticket con cara de haberse ganado vaya a saber que –Si entiende de remedios, sabe que además de ser un loco de puta madre, soy inestable en cuestiones de amor.
Me doy vuelta y caminando como en el final de la película de “Spiderman” pienso: “un gran poder, merece una gran responsabilidad”, así que tomo mi blister de pastillas y mientras me llevo la última tecnología farmacéutica a la boca, marco desde mi celular, el teléfono para una gran cita. Con el psiquiatra, claro está.

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