domingo, 2 de junio de 2013

Off / On

Fumaba el primer cigarrillo con ella. La observaba desde el balcón y daba gracias por volver a mi ciudad, a mi gente, a mis sueños.

El ruido de la pava silbadora —violeta— la hizo quejarse mientras intentaba incorporarse en la cama. Me llamó a sus brazos, pero le pedí tiempo para volver con el mate y muchos besos. Agarré mi tarrito de Pringles, convertido en azucarera, y endulcé el termo: volvía tal como se lo había prometido.

Nos llenamos de palabras, recuerdos y recuentos; reímos más de la cuenta, teniendo en cuenta que era nuestra primera mañana juntos.

El tiempo pasó. La acompañé hasta la puerta y la dejé ir a cumplir con sus obligaciones familiares.

Otro cigarrillo me acompañó hasta perderla de vista; entonces mi silencio me recordó que esa chica me había convencido de volver a formar una familia…

¿Qué será de nuestros hijos, que no llegarán a disfrutar conocer a una persona sin Facebook ni Twitter? Donde había que tener algo más que un amigo en común para dar con alguien: preguntar quién era, dónde trabajaba, qué hacía los fines de semana. Llenarse el estómago de café para conocer su biografía y ser conocido a su vez. Entonces —solo entonces— recién había una posibilidad de un beso, una caricia… una oportunidad de amar a alguien.

En aquellos tiempos eso se llamaba destino, no Facebook.

Las relaciones tenían sus días, sus horas; y cuando no sabíamos de nuestra media naranja optábamos por escribirle una carta. Con mucha suerte —si teníamos el teléfono fijo de su familia y la encontrábamos en su casa— se nos estrujaba el corazón por charlar un par de minutos.

El amor tenía su equilibrio en aquellos tiempos, y las familias se forjaban gracias a los valores y a las pocas tentaciones que ofrecía ese mundo analógico.

Pero llegó la tecnología: la posibilidad de estar incluso cuando no estamos o no queremos estar. Y con eso, las mentiras se convirtieron en invitadas en casi todas las relaciones. Lo triste es que ambas partes aceptan esa realidad, y el poco compromiso que asumen se desvanece con el tiempo.

Creo que se ha perdido casi todo lo que vale la pena. Y casi como si fuese el fin de la civilización, aquí estamos todos en esta red social, desesperados por sentir algo —lo que sea— hasta caer en brazos vacíos y revolcarnos hasta el fin de los días…

Apagá Facebook. Bienvenido a la vida real.

martes, 7 de mayo de 2013

La princesa, el caballero y el dragón


"Fueron suficientes algunas muchas heridas de dragones hasta que el caballero desistiera de su noble profesión y asuma, de una vez y por todas, que las princesas ya no quieren ser rescatadas. Solo gustan de ser conquistadas y quitadas de las garras de las bestias de turno. Luego, todo se vuelve banal y las heridas solo se van con un diván o bien con alguna doncella que prometa falsamente curar sus heridas hasta sentir lo que es tener un hombre al lado. Aunque sea solo por unos momentos para luego volver a su libertad imaginaria que se convierte en nada, cuando se da cuenta que se quedó sola."
Con esta simple historia, termino un café y con mi novia, donde me prometí decirle lo que sentía antes de abandonar mi armadura.
NO es justo, yo te amo! – decía ella mientras se helaban sus manos sobre las mías ni bien entendió que esto era el fin a un montón de promesas que ella mató con sus silencios, cuando yo esperaba un miserable "yo también".
-        Ahora decis que me amas? Eran más sinceros tus “te quiero”.
-        No seas injusto, sabes que no me llevo bien con los sentimientos.
-        Entonces tenes la oportunidad de volver a tu castillo y disfrutar del cuidado de tus dragones de turno. Ellos sabrán que hacer con todas tus emociones.

La charla siguió el tiempo que termine mi café en jarrita. Ella se sintió confundida ya que no sabía siquiera en ese momento lo que estaba perdiendo (si es que perdía algo) y yo aproveché ese momento para darle fin a una profesión que ya no quería ejercer más.
Lloré más de lo que me había prometido. Por suerte, una plaza y un banco vacío, me salvaron de creer que mis piernas ya no podrían dar un paso más sin quebrarse ante el dolor mezclado con enojo y orgullo. 
El celular, ya no sonaba, tampoco había mensajes. De repente, esa libertad de las que muchos se jactan de tener y otros que añoran poseerla, ya estaba conmigo.
Ahora solo es cuestión que esa libertad se vuelva mi dragón y sea yo, quien deba ser rescatado.