lunes, 21 de febrero de 2011

Sucios recuerdos

Solo las sabanas recién lavadas me pueden llevar a ese pasado que día a día deseo volver, como si fuera un presente interminable. Pero el tiempo sigue a su marcha. Sin esperas ni demoras, haciendo que debamos elegir a cada instante, cada uno de nuestros actos. Pero estamos los que hacemos trampa y detenemos ese tren de lo inevitable, con la magia de los recuerdos y una gran dosis de nostalgia.

Hundo mi nariz en ese bollo de sábanas hasta que alguno de mis tantos suspiros me devuelvan esos tiempos donde quisiera no haber estado nunca.

Las imágenes aparecen y mis sentidos se van activando uno a uno: su sonrisa, sus mimos rozantes, algunas palabras y el sabor de su perfume. Suficientes para estar ahí.

Con ella.

- Dale, ayudame con la cama así nos vamos- dice ella, mientras intento boicotear la salida prometida con un abrazo por la espalda envolviéndola con mis brazos.

- Te parece irnos? Con lo nublado que está, ya son casi las 2 de la tarde… y te noto tan mimosa.

- Déjate de joderrrrrrr – dice, riéndose – me prometiste que hoy íbamos sí o sí.

- Dije eso, tan así? En qué débil momento pude haberme traicionado de semejante manera?

- No te hagas el boludo y levantá el colchón que sola no puedo.

Lo intenté de todas las maneras posibles, pero fue en vano. Ella es una mujer peligrosa en el campo de todas las discusiones.

Estaba nerviosa. Intenté de averiguar sin preguntar que la tenía preocupada, pero sus ganas, ahora convertida en una obsesión me privó de saberlo hasta que llegamos.

- No voy a convencerte con nada para que no lo compres, ¿no?

- No

- Pero, vos me ves con la ropa sucia?

Ella se frena en seco, metro y medio antes de llegar al local. Logra que ponga toda mi atención en su mirada que destilaba fuego y agarrándome la mandíbula con su mano más firme, arroja su lanza:

- Te veo sólo y no voy a estar siempre para cuidarte!

Antes que mis ojos se llenaran de lágrimas como los de ella, la abracé fuerte porque mis discursos sobre el tiempo y la enfermedad que la acecha a cada amanecer, desapareció y le dio la bienvenida a un dolor en mi pecho, que hasta el día de hoy, me acompaña hasta en los momentos más alegres.

- Dejá de mariconear y busquemos uno que sea Aurora. Me han dicho que es de lo mejorcito y no es caro.

Le hayan dicho o no, lo cierto es que una vez le conté acerca de una foto donde sale mi madre junto al primer lavarropa automático Aurora. Un regalo de mi padre que ella lo disfrutó tanto como estar en compañía de sus mejores amigas. Tan enamorada estaba de esa obra de ingeniería, que me atrevo a confesar que alguna que otra vez, la escuché hablando con ese mamotreto marrón caca. Pero ella, nunca se declaró culpable.

Julia sabía que regalarme un Aurora era mucho más que un lavarropas. Y yo, nostálgico hasta los huesos, no pude negarme.

Estamos haciendo la fila para pagar, cuando la veo que abandona ese rostro pícaro y feliz, por uno aterrador. Me mira con miedo, le devuelvo la mirada de igual manera. Intenta agarrarme pero todo fue muy rápido.

Dos meses me llevó armarme de fuerzas para comprar lo que fue su última voluntad…

Una y otra vez, lavo esas sábanas.

Una y otra vez, me ahogo en sus recuerdos.

Y otra vez, el lavarropas y yo, nos volvimos a quedar solos.