miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sin tetas, no hay paraíso

Mi trabajo nuevo, sin dudas, es algo increíble y dos por tres me pellizco para saber si luego de haberlo deseado tanto, durante tanto tiempo, es una realidad, o bien es producto de mis constantes divagues por este mundo entre lo real y lo deseado. Pero, gracias a una persona como Mauro, que sabe mirar a través de las paredes y de las personas, (al igual que Superman, solo que aquel hombre de acero no es humano como M.) arrojó un acto de fé a mis conocimientos y mi entusiasmo, para subirme a un barco que hoy me llena de orgullo.

Claro que esto, trae consecuencias y una de ellas es el tiempo. Adiós al boludeo y bienvenido a la adrenalina de un mundo donde las letras se vuelven papel, para ser noticia y luego, con el tiempo, pasar a ser envoltorio de huevos… sí, un gran diario, es el lugar que ahora se lleva mis historias, mi tiempo y mis fuerzas para sentarme en la PC de mi casa y convertirla en el diván de mi vida.

Tres jefes de distintas áreas me tienen de acá para allá y los tiempos para ir a la cocina en busca de un poco de soda, se vuelven imposibles. Por suerte, tengo dos compañeros de oficina que son increíbles, sanos y con ganas pasarla bien, más allá de las presiones, de las cosas que a veces no funcionan como deben ser, o los tiempos para comer juntos y conocernos un poco más. Así que, la soda se hace desear, especialmente cuando los aires acondicionados no refrescan lo suficiente. Llamadas de teléfono, entregas de escritos para ayer, reuniones y un sinfín de presiones para salir a tiempo, hacen que los pequeños detalles, se pasen por alto. Así es, que cuando llego a mi vaso con soda, me doy cuenta que la botella, siempre está al mismo nivel. Raro, porque soy el único que toma y no puedo entender cómo es que nunca se acabe o aparezca llena o sin abrir. Miro a mis compañeros pero cada uno está en su mundo. Espero una mirada pícara, pero nada. Todos están aspirando el sabor de una tinta que imprime cada una de sus ideas. No hay lugar ni para un comentario, entonces vuelvo a mi silla, observándolos con ojos de chino, a ver si se les escapa una sonrisa que me digan que no estoy loco.

De repente, una llamada anónima al celular, hace que concluya mi día y mientras atiendo, apago la compu y guardo mis cosas.

- Si queres la noticia de tu vida, tendrás que revisar mi escote.

Me quedo intentando descifrar quien era la mujer que me hablaba y miro la pantalla del celular, pero nada. No me animo a arrojar un nombre y entonces sigo la conversación.

- Que trola que sos. ¿Cómo andas?

- Yo bien, pero vos vas a estar mejor cuando sepas quien soy, ¿no?

El resto de la conversación, se resume a un solo nombre: Julia. Se divirtió cerca de diez minutos, hasta que pude reconocer su voz, algo distorsionada, para entretenerse más de lo aconsejado. Una hora más tarde, estaba sentado en un café, esperando su llegada y confirmar lo que suponía con su acertijo demasiado evidente.

Cinco minutos más tarde, aparece de repente, sorprendiéndome leyendo la tapa de una Levité para saber si me había ganado algunos de los tantos premios que nunca me gano.

- Hola, hermoso – dice con una sonrisa más grande que su cara y un escote de similares características.

- Hola Julia… - digo algo tímido, mirando disimuladamente todas sus curvas.

- Y, ¿no te sorprende? – extendiendo su cuerpo como si estuviera clavada en una cruz (con una cartera perrísima en una de sus manos)

- ¿Y las tetas? – digo sorprendido.

- Ah, mis tetas. Se las llevó el médico para analizar. Pero no te preocupes que si zafo de esta, mi ex me dijo que me paga unas nuevas.

La miro a los ojos y lo que me decía como una broma, de repente se transformó en lágrimas. La abrazo fuerte y el silencio fue interrumpido por un llanto de alguien vulnerable e impotente frente a lo inevitable.

Pagué la cuenta y salimos abrazados para caminar una eternidad de cuadras. Algunas en silencio, otras a los besos y un montón más, con palabras de esperanzas para un destino que ya tiene fecha de vencimiento.

Ya vencidos por el cansancio y los recuerdos que elegimos recordar a lo largo de todo el camino hasta mi casa, ella se detiene. Luego da los pasos suficientes para que el sonido de sus tacos, me dejen tieso y expectante. Abraza mi cara con sus manos, inunda mis pensamientos con su perfume y con una mirada que difícilmente pueda encontrar en otra mujer, hechiza mi alma por completo.

- Julia, será o no el momento, pero no imagino otra cosa, que no sea desnudar tu cuerpo, para vestirlo con mis besos y mis caricias.

- No vine por otra cosa hasta tu casa.

El resto de la tarde, hasta la noche, fue más parecido al infierno que al paraíso. Desgarramos todo deseo oculto que corría por nuestra sangre y lo dejamos en una cama que ya nos conocía de memoria.

Esa noche, decidimos no amanecer juntos y sí, a diferencias de las anteriores, volvernos a encontrar.

A la mañana siguiente, hablé con el director y le propuse abordar el tema del cáncer, con una columna semanal. Compraron la historia de Julia y aceptaron editarla, siempre y cuando, gozaran de la misma suerte que yo, de conocer a una mujer brillante.

Ese día, cuando fui a la cocina en busca de mi soda, la botella estaba llena y la sonrisa pícara de mis compañeros se hizo realidad.

Hoy mi vida, es real y a la vez, emocionante hasta las lágrimas.