miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sin tetas, no hay paraíso

Mi trabajo nuevo, sin dudas, es algo increíble y dos por tres me pellizco para saber si luego de haberlo deseado tanto, durante tanto tiempo, es una realidad, o bien es producto de mis constantes divagues por este mundo entre lo real y lo deseado. Pero, gracias a una persona como Mauro, que sabe mirar a través de las paredes y de las personas, (al igual que Superman, solo que aquel hombre de acero no es humano como M.) arrojó un acto de fé a mis conocimientos y mi entusiasmo, para subirme a un barco que hoy me llena de orgullo.

Claro que esto, trae consecuencias y una de ellas es el tiempo. Adiós al boludeo y bienvenido a la adrenalina de un mundo donde las letras se vuelven papel, para ser noticia y luego, con el tiempo, pasar a ser envoltorio de huevos… sí, un gran diario, es el lugar que ahora se lleva mis historias, mi tiempo y mis fuerzas para sentarme en la PC de mi casa y convertirla en el diván de mi vida.

Tres jefes de distintas áreas me tienen de acá para allá y los tiempos para ir a la cocina en busca de un poco de soda, se vuelven imposibles. Por suerte, tengo dos compañeros de oficina que son increíbles, sanos y con ganas pasarla bien, más allá de las presiones, de las cosas que a veces no funcionan como deben ser, o los tiempos para comer juntos y conocernos un poco más. Así que, la soda se hace desear, especialmente cuando los aires acondicionados no refrescan lo suficiente. Llamadas de teléfono, entregas de escritos para ayer, reuniones y un sinfín de presiones para salir a tiempo, hacen que los pequeños detalles, se pasen por alto. Así es, que cuando llego a mi vaso con soda, me doy cuenta que la botella, siempre está al mismo nivel. Raro, porque soy el único que toma y no puedo entender cómo es que nunca se acabe o aparezca llena o sin abrir. Miro a mis compañeros pero cada uno está en su mundo. Espero una mirada pícara, pero nada. Todos están aspirando el sabor de una tinta que imprime cada una de sus ideas. No hay lugar ni para un comentario, entonces vuelvo a mi silla, observándolos con ojos de chino, a ver si se les escapa una sonrisa que me digan que no estoy loco.

De repente, una llamada anónima al celular, hace que concluya mi día y mientras atiendo, apago la compu y guardo mis cosas.

- Si queres la noticia de tu vida, tendrás que revisar mi escote.

Me quedo intentando descifrar quien era la mujer que me hablaba y miro la pantalla del celular, pero nada. No me animo a arrojar un nombre y entonces sigo la conversación.

- Que trola que sos. ¿Cómo andas?

- Yo bien, pero vos vas a estar mejor cuando sepas quien soy, ¿no?

El resto de la conversación, se resume a un solo nombre: Julia. Se divirtió cerca de diez minutos, hasta que pude reconocer su voz, algo distorsionada, para entretenerse más de lo aconsejado. Una hora más tarde, estaba sentado en un café, esperando su llegada y confirmar lo que suponía con su acertijo demasiado evidente.

Cinco minutos más tarde, aparece de repente, sorprendiéndome leyendo la tapa de una Levité para saber si me había ganado algunos de los tantos premios que nunca me gano.

- Hola, hermoso – dice con una sonrisa más grande que su cara y un escote de similares características.

- Hola Julia… - digo algo tímido, mirando disimuladamente todas sus curvas.

- Y, ¿no te sorprende? – extendiendo su cuerpo como si estuviera clavada en una cruz (con una cartera perrísima en una de sus manos)

- ¿Y las tetas? – digo sorprendido.

- Ah, mis tetas. Se las llevó el médico para analizar. Pero no te preocupes que si zafo de esta, mi ex me dijo que me paga unas nuevas.

La miro a los ojos y lo que me decía como una broma, de repente se transformó en lágrimas. La abrazo fuerte y el silencio fue interrumpido por un llanto de alguien vulnerable e impotente frente a lo inevitable.

Pagué la cuenta y salimos abrazados para caminar una eternidad de cuadras. Algunas en silencio, otras a los besos y un montón más, con palabras de esperanzas para un destino que ya tiene fecha de vencimiento.

Ya vencidos por el cansancio y los recuerdos que elegimos recordar a lo largo de todo el camino hasta mi casa, ella se detiene. Luego da los pasos suficientes para que el sonido de sus tacos, me dejen tieso y expectante. Abraza mi cara con sus manos, inunda mis pensamientos con su perfume y con una mirada que difícilmente pueda encontrar en otra mujer, hechiza mi alma por completo.

- Julia, será o no el momento, pero no imagino otra cosa, que no sea desnudar tu cuerpo, para vestirlo con mis besos y mis caricias.

- No vine por otra cosa hasta tu casa.

El resto de la tarde, hasta la noche, fue más parecido al infierno que al paraíso. Desgarramos todo deseo oculto que corría por nuestra sangre y lo dejamos en una cama que ya nos conocía de memoria.

Esa noche, decidimos no amanecer juntos y sí, a diferencias de las anteriores, volvernos a encontrar.

A la mañana siguiente, hablé con el director y le propuse abordar el tema del cáncer, con una columna semanal. Compraron la historia de Julia y aceptaron editarla, siempre y cuando, gozaran de la misma suerte que yo, de conocer a una mujer brillante.

Ese día, cuando fui a la cocina en busca de mi soda, la botella estaba llena y la sonrisa pícara de mis compañeros se hizo realidad.

Hoy mi vida, es real y a la vez, emocionante hasta las lágrimas.



lunes, 11 de octubre de 2010

Ghost Writer

La verdad que la página sigue en blanco. Claro que para muchos, pensar que un escritor tenga su página en blanco es una mala señal. Y culturalmente, es tan así, que muchos escritores creen que así es. Pero lo cierto, es que cuando la hoja en blanco permanece, es porque algo grande se está gestando. Después, estará en cada propietario de dicha hoja que se de cuenta o no.
Lo cierto, es que la mía sigue en blanco y ya casi me estoy amigando, ya que sobre ese pleno, escribo muchas cosas que luego son borradas o lo que es más asombroso, al terminar, me doy cuenta que nada ha sido escrito. Todo está en el aire. Como los sueños, que algunos se cumplen, otros no y por supuesto, están aquellos que merecen el empujón para caer al estrellato o ser estrellado. De cualquier manera, deben llegar al precipicio y dejar que sea la naturaleza quien decida si es digno de volar o no.
Golpean la puerta y otra vez, los tacos de Julia, volvieron a mi vida. Sus piernas, sus medias. Su sensualidad que imanta cada una de mis acciones, me convierte en un esclavo de su cuerpo.
No se a que vino. Yo estaba muy tranquilo escribiendo cuando cayó con alguna excusa de otro trabajo freelance para algún político de turno. La verdad, que todo lo que ocurre con ella, es igual que el trabajo que siempre viene a ofrecerme: en forma fantasma.
Lo cierto, es que al saludarla y sentir ese perfume recién puesto, vestida para ser vista por la mejor de las lunas, pero a plena luz del día, no me dejó otra opción que hacerla pasar y de un abrazo sacarle todas las palabras de su boca con un beso que se humedeció con cada manotazo que arrojaba a su cuerpo.
Como pudimos, nos fuimos desvistiendo hasta llegar a la cama. Los zapatos fueron lo último que sonó sobre el piso de madera. Lo demás fueron gemidos y dedos que pasaban de una lengua a la otra. Palabras sueltas, chirlos apretados y movimientos duros, secos. Calientes.
No pude dejar de insultarla mientras usaba su pelo como rienda para domarla mientras encontraba la posición ideal para profanarle cada uno de sus deseos aún no soñados.
Los músculos seguían tensionados y nada parecía acabar con ellos. Ambos estábamos realmente calientes y el no decirnos siquiera “hola”, ayudó a enardecer una caldera que se alimentaba más y más con cada palabra que salía de nuestras bocas.
-         ¡Pará hijo de puta! Ponete un forro
La miro sin entender nada. Hacía media hora que estábamos saciándonos de la manera más carnal y descuidada que dos adolescentes cuarentones podían tener.
-         ¡Dejate de joder! - Dándole un bife en su mejilla y volviéndola a su posición.
Intentó liberarse con pocas ganas de mis brazos, hasta que su último grito, la dejó extenuada y llorando sobre una cama que, ahora estaba lejos de ser una caldera.
La abrazo, la saludo (nunca es tarde para un “hola”) y con unos besos sobre su espalda logro que deje de temblar.
Recorrió mi rostro con sus manos, se incorporó y sin decir una sola palabra, se vistió como pudo y se fue sin poder mirarme a los ojos.

Me siento de nuevo frente a la hoja en blanco y otra vez, lo absurdo y lo vacío llenó de fantasmas al escritor que hoy usó su pluma y su firma. 

domingo, 15 de agosto de 2010

Ellen

Ellen, tenía unos treinta años cuando la conocí. Y si algo me sorprendió de ella y logró mover hasta mi última fibra, fue su seducción fotográfica. Siempre en posición para ser admirada como una verdadera obra de arte, algo tallado a mano, delicioso, iluminado. Claro, que mi mirada de lobo hambriento no se limitaba solo a lo estético. Su forma de ser, sus palabras dulces y desinteresadas de todo aquello banal del mundo, al cual yo venía adquiriendo acciones, la convertía en un ser difícil de seducir.

Eran los años 90. El glamour se respiraba tanto como los perfumes importados en cualquier esquina de Buenos Aires. Mis tareas como un egresado de un simple bachiller en un barrio de Palermo que aún no era SOHO, me condenaron a la tarea de llevar y traer pedidos de una librería del microcentro. La Galería Pacífico estaba en su máximo esplendor y dos por tres, personalidades del mundo artístico asistían a los eventos de pasarela, que más de una marca utilizaba para convocar a una gran cantidad de personas, de periodistas y también de “cazafortunas”, o sea, nosotros, los que buscábamos dar con el batacazo sexual y hacernos de una blonda que nos hiciera sentir el Hugh Hefner, aunque más no sea por una noche.

Eran épocas de camas solares, mucho gimnasio y con una cara fresca típica de personas que la pasaban bomba. Eso era solo el principio para tener alguna chance en ese mundo pomposo al que más de uno se tentó por más pensamiento de izquierda que tuviera en su sangre.

Un año de fierros, un trabajo que me hacía correr por todo el microcentro con bolsas de todo tipo y hasta cajas con resmas A4, me mantenían en forma y también me hacía conocer a mucha gente. Una de las reglas que si bien no eran expresas, pero que se daban a entender, era que cuando había clientes en un local, yo debía esperar afuera con el pedido. Para mí, era trabajo. Así que correr o no correr. Llegar a tiempo o elegantemente tarde, era cosa de cada cliente.

Un día de muchos que tuvo esa profesión, una mujer se quedó con toda mi atención. Su porte, su ropa y hasta su billetera tenía su propio sello. Estaba pagando y haciendo malabares con todas las bolsas que intentaba agarrar con una mano. Ese día no me importó nada del protocolo del cadete y entré.

Saludé. Dejé un par de biromes a la encargada que pareció darse cuenta de mi estado emocional y busqué la mirada de la clienta, de alguna manera que no hubiera modo de evitar un saludo a alguien que crees conocer pero que no recordás. Su perfume dulce me aflojó las piernas y cuando enterró su mirada en la mía solo pude suspirar antes de cerrar los ojos y darme por vencido.

- Perdón, ¿te conozco?

- No sabes como me gustaría decirte que si.

Creo que todos los que estaban en el local, rieron. Ella estiró firmemente su brazo y me dio la mano como un amigo o bien, para dejar en claro que había al menos una década de besos en su haber.

- Bueno, ahora nos conocemos. Ellen, mi nombre es Ellen.

Eternity era su perfume. Sus botas, de carpincho y sus caderas casi siempre se untaban con un Guess. Y yo fui su alumno durante algunos años. Los suficientes para entender que era esto del amor, el respeto y por sobre todo, el buen gusto por los zapatos. Como el que Sarkany tuvo para poner en la misma vidriera, quince años después.

domingo, 11 de julio de 2010

España Campeón!

Un domingo donde veo por uno de mis tres canales de aire, a un España alzando una copa del mundo, donde mi limpieza de la mañana, se esfumó con el primer soplido de un zonda; y una cama a la cual le sobran ganas de una cucharada de amor lograron que vuelva a la computadora para terminar mis trabajos de la semana.

Claro, que cualquier excusa es buena para interrumpir mi concentración: preparar café, elegir música, cambiar la luz del día por una de un velador, elegir un teclado para escribir… ¿sigo?

Estaba en condiciones para empezar el conteo y dejarme llevar por una tinta digital que acabara con esa pesadez de la hoja en blanco. Pero recordé, casi a propósito que uno de mis sentidos estaba esperando por su parte. Fui a la habitación donde atesoro unos sahumerios de vainilla y cometí el error de encender uno.

Ni siquiera pude imaginar un título, cuando el aroma de ese amor invadió mi sangre.

La cinta en mi cabeza avanzaba y rebobinaba. No sabía donde hacer pausa: en que beso, en que abrazo o en que calle de las tantas que nos vieron pecar por falta de tantas otras cosas. Pero daba igual. Todos esos momentos siguen ahí, tan húmedos como mis labios ahora y mis ganas de volver a darlo todo por uno de sus besos y sus incalculables muestras de amor que eran aniquiladas por uno de mis “peros”.

El sabor de una vainilla hecha humo me dice que debo volver a lo mío, que por lo visto no es el amor.

¡Felicitaciones, España! Cuánto deseamos estar en su lugar.

¡Felicitaciones, Gallega! Cuánto deseo estar besando la copa de tus labios. Hacer mi sueño realidad y rebobinar la cinta hasta donde aparece tu primer “te amo”.

Pero el presente no es más que un montón de humo recordándome que mi hoja sigue en blanco.

…¡Joder!

sábado, 10 de julio de 2010

El contrato

Cuando uní mi boca a la suya, luego de tanto tiempo, me di cuenta que había mucho de su pasado que aun no me contaba. Pero era de noche, estábamos con la esperanza de encontrar otra vez esa química y eso no dejaba lugar a otra cosa que no sea hundir nuestros cuerpos y llenarlos de marcas, de descontrol y de muchas soledades inoportunas.

Realmente no se que pasó mientras tomábamos el café, sabía que una charla rutinaria era necesario para no quedar como dos enamorados del sexo del otro. Había propuesto vino, pero ella se negó rotundamente y a cambio sugirió un café como en los viejos tiempos. Una de las cláusulas de este nuevo contrato que nos reunía nuevamente en mi casa, dejaba bien en claro que no cabía lugar para los recuerdos y los golpes bajos, que hicieran volver a tomarnos de una mano que ya nos había arrancado el destino.

Fue por eso, que el pedido de café no tenía como fin ese camino. Pero que importaba, ya no la escuchaba, solo veía como esos labios besaban el aire con palabras. Y yo esperando la luz verde de su mirada para saltar sobre su boca y concluir con lo que habíamos empezado.

Fueron unos segundos, unos eternos segundos hasta morder su boca de un solo bocado. Mi cuerpo se retorció y el de ella se transformó en alguien que volvía a soñar pero esta vez con los ojos abiertos.

Las luces eran muy tenues, apenas se podía apreciar alguna que otra curva, eso limitaba uno de los sentidos, pero abría la puerta a muchos otros dejando el protagonismo a las sensaciones que eran en definitiva la causa del encuentro.

La besé por cuanto rincón me dejó su pelo. La mordí hasta donde sus manos no llegaban para quitarme y mis caricias llegaron hasta aquellos lugares donde jamás lo haría ella por si sola. Mi sangre cambiaba su gravedad y con algunas caricias entre sus manos, perdí el conocimiento, los sentidos. Solo se que me aferré a ella y solo volví a reconocerla cuando su voz intentaba decirme algo al oído. Y no eran exactamente palabras.

Un suspiro llenó la habitación de recuerdos que no podíamos verbalizar. Pero estaban ahí, latentes; nuevamente despiertos y mientras acariciaba un cuerpo que poco a poco se iba enfriando, me daba cuenta que ya no éramos los mismos.

La abracé sin pedirle permiso, la llené de besos y sin decirle nada la invité a que se vistiera y se fuera para no romper ese contrato absurdo que otra vez nos tenía amenazados por un amor lleno de disfraces.

martes, 13 de abril de 2010

¡Joder!

Una hoja de cuaderno doblada en dos, me esperaba detrás de una puerta que no habría hace unos cuantos meses. No era de sorprenderme la carta y mucho menos su contenido, pero vaya que hubo sinceridad.

“No se cuanto tiempo más voy a ser capaz de pedirte perdón, antes de que no signifique nada”.

Esas simples palabras solo me devolvieron el dolor que creía haber dejado en el diván, luego de unas cuantas sesiones, cuando realmente decidí enseñarle la verdad a mi terapeuta, psicólogo o como quieran llamarlo y tratar de poner fin a una relación que prometí que sería para siempre.

No más encuentros bajo una luna cómplice, ni llamados abreviados por un apuro culposo. Decidí que ya no quería ser enemigo del tiempo porque nadie es capaz de ganarle, por más tozudo que sea. Así lo resolví y quien estaba sentado frente al diván apoyó mi decisión. ¿Fácil? Para nada, pero ¿qué más podía hacer? Soy un humano más en este increíble mundo.

Me acosté con cuanta sonrisa se cruzó en mi camino, me enamoré de cada copa que tuve en mis manos y me abracé a cuanta almohada me despertara un domingo cualquiera. Poco a poco fui charlando con el tiempo hasta saberme su lenguaje. La soledad tenía las llaves de mi casa y mi terapeuta estaba siempre al otro lado del diván, para darme esas piernas que necesité más de una mañana para seguir aunque más no sea un día más.

Así fue que me volví a levantar. La disciplina de las obligaciones diarias cicatrizaron las heridas y el dolor volvió a su rincón, esperando a tener nuevamente su turno. Pero esta vez sabía que había perdido, al menos un round.

Pero las cartas no solo hablan con sus palabras, sino también con su perfume. Y ésta hizo que la escuchara mucho más allá de sus palabras.

Enciendo el equipo de música y ahí estaba Bob Dylan, con sus filosas canciones para desgarrar cualquier corazón, por duro que sea, o por diván que salga a defenderlo. Me recuesto en el sillón y apoyando la carta sobre mi pecho me voy de este mundo para volver a esos tiempos donde todo sabía prometedor e imposible de destruir.

Sin dudas, su perfume fue un golpe bajo, un disparo directo a las emociones y los recuerdos. Nadie sabía más que ella, a la hora de redactar una carta. Jamás pude encontrar algo de verborragia en sus verbos y eso era tan eficaz que podía matar todo tipo de pensamientos rebeldes.

Pensé que había podido terminar con ella. Pero sus “perdones” aún tienen valor para mí.

Quedamos en vernos la semana que viene.

¡Joder!

sábado, 20 de marzo de 2010

Dos boludos en el desierto

Ya los dos arriba del taxi, pusimos los celulares en vibrador. Ninguno preguntó al otro por qué lo hacía, ya que estaba claro que ambos estábamos de trampa. La verdad que desconocía su vida, su presente. Supuse que el pedirme que la pase a buscar en un taxi, la convertía en una traficante de buenos momentos.

- a Le Prive, por favor – le indico al taxista que ya sabía de antemano mi jugada.
- Bah, ¿te parece o preferís otro lugar? – la miro a ella para que me confirme el telo (que es uno de los mejorcitos de Mendoza).
- El que digas, no tengo drama.

Gracias a Dios, que no cometió el error de decir que no lo conocía, porque si algo me molesta son las mentiras y mucho más si son absurdas. A esta altura, y con unas cuantas canas en la cabeza, no hablaría bien de ninguno de los dos, desconocer el mundo hotelero.

Particularmente, los detesto. La frialdad de elegir de antemano poco más que hasta las posiciones que vamos a intentar hacer, para que nos den una puta habitación, ya es algo que me hace perder el sabor del encuentro. No me cae bien ni la palabra “telo”. Mucho menos hablarle a un vidrio que no se si del otro lado están esperando que les hable o simplemente, no hay nadie.

- ¿de cuánto? – con voz de estar harto de lidiar con indecisos como uno para acertar con la habitación deseada.

Que buena posición tiene en este caso, el que me atiende, ya que siempre se sale con la suya. Nunca se escucha nada de lo que dice tras ese vidrio espejado o polarizado, pero esa frase la escuchan todos, incluyendo tu chica. Así que, elijas lo que elijas, la habitación será de acuerdo a las ganas que tenga el Sr. invisible, mientras que uno busca un nombre que no suene a “común”. Así es, que una habitación con la palabra “suite”, que no era mucho más cara que una común, pero sí gozaba de un nombre algo más acorde a la situación, dejaba a este galán sin billetera en una posición deseable.

El taxi se fue y nosotros corrimos como dos fugitivos los pocos metros que separan al auto de la puerta. Los nervios, la corrida y estrenar labios nuevos, me sirvieron para fingir una agitación mientras cerraba la puerta y pensando como romper el hielo con una primeriza de los encuentros a oscuras. Pero su iniciativa me ahorró un despliegue del cual no tenía ganas y su seguridad de avanzarme me confirmaba que ella estaba muy asustada. Ella necesitaba sentirse que manejaba la situación, y yo no hice mayor esfuerzo para entregarme a su improvisación.

- Mmm, qué falta de estado, chiquito – mientras recorre su lengua por mi cuello que ahora se contraía con solo sentir su respiración sobre el paso de una lengua hambrienta.

Poco a poco, sus besos me fueron relajando y a su vez, erizando lo que creía imposible. Me desabrocha la ropa y me tira en la cama, mientras hace unos pasos hacia atrás y comienza con una danza algo exótica. Evité pensar lo patético de la situación, ya que me resulta hasta de mal gusto una danza, cuando en verdad la única danza que se puede disfrutar en un telo, es la de dos cuerpos húmedos frotándose como dos animales salvajes. Eso quería yo para olvidar a mi amada salteña, que no es salteña, pero que la vida hizo que esa provincia cambiara el rumbo de su vida.

El baile de esa mujer que parecía un mimbre como se doblaba, estaba logrando que me durmiera. Lo cierto es que intenté recordar como fue que terminé acá con ella que ni el nombre puedo memorizar, pero tengo en claro que esta mujer que se sigue meneando, queriendo de mi algo que ya tiene dueño, quiere vivir una aventura o una venganza hacia su pareja y creyó que yo era la mejor partida (a mal puerto fue por leña).

- ¿Te gusta? – ahora subiéndose a mi cuerpo como una víbora y mordiéndose los labios.

Sinceramente, tenía ganas de mandarla a la mierda y también a esa fiesta que fue la que originó todo esto, en complicidad con un Malbec mendocino de la puta madre. Pero si debía mandar a alguien a la remismísima mierda era sin dudas, a mi mismo. Así que, decidí que era momento de seguir con el sueño de ella y yo con mi pesadilla.

Ambos terminamos boca arriba, uno a cada lado de la cama, con las piernas entrecruzadas. Yo suspiro y vaya a saber que entendió ella por mi falta de oxígeno, que luego de un silencio tembloroso, se empezaron a escuchar los chillidos de una niña llorando. Iba a preguntarle lo que le pasaba, pero era demasiado obvio, así que, la abracé fuerte y dejé que llorara hasta el hartazgo.

El teléfono suena. El turno se terminó y aprovecho para pedir un taxi mientras veo que ella se levanta vergonzosa y corre hacia el baño expulsando una frase

- Soy una boluuuuuuuuuuda – estirando la u acompañada de un llanto que asustaba.

Me acerqué a la puerta del baño, quise explicarle como era este mundo. Que estaba lejos de ser ese paraíso como muchos lo venden y que la soledad no se vuelve nuestro mejor amigo, nunca. Vivir bajo las sombras no es bueno para nadie y en el único lugar donde añoramos un poco de esta, es en medio del desierto. Y quizá, es ahí donde nos encontrábamos en ese momento.

Como dos boludos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Semana de un solo día

El taxista me daba su vuelto y yo de reojo observaba a una mujer que me miraba ansiosa, apoyada sobre una pared durante un tiempo que fue más del tolerable para encontrarse con otra persona. Pero la llegada del micro se demoró, el taxi también y bajarme del auto, hasta sacar las valijas para enfrentarme a sus besos, parecían más lejanos que la distancia que nos separaban.

La conocí por chat. De igual manera conocí su tierra natal Salta. ¿Y por qué no? Allá estaba, dispuesto a pasar unos días en una ciudad desconocida, con una mujer hermosa y joven, que prometía el elixir de la vida eterna y yo, dispuesto a pagar con besos teñidos de rojo, todo el stock que tenía.

No fue necesario encontrarla con su remera verde Benetton. La mirada me fue suficiente para saber que era ella y no otra la que me estaba esperando. Los bolsos duraron en mis manos, lo que ella tardó en abrazarme como una niña a su padre. La valija se desplomó y me uní a ese abrazo que si bien parecía fraternal, en verdad era de una total pasión desenfrenada que aun conservábamos por respeto a ese primer y único encuentro que nos da la vida.

Nos miramos a los ojos. Sonreímos y cada uno volvió a su posición original del abrazo. Ahora se sentía su corazón y calculo que ella el mío. Más allá del cliché que tienen estas escenas, lo cierto es que cuando uno es el protagonista, las disfruta pero, como ahora, sin poder expresar con palabras todo lo que se siente.

Lo cierto es que ella saca un manojo de llaves y me mira con deseos de pecar. Su voz era más seductora aún, que en las largas charlas telefónicas que manteníamos en forma ardiente cuando el Messenger ya no podía expresar lo inexpresable.

- ¿Así que, me trato de putita la forra de tu ex? – dice, enrollando los pelos de mi pecho, mientras intentaba escuchar mi corazón.
- Decirte que no tenes que leer mi blog, es al pedo. Así que, es mejor que entiendas que el despecho tiene muchas caras. Esa fue solo una.

Ambos suspiramos.

- ¿En serio que te pasó eso? – dice ella con voz angustiada. Pero aún así, se podía notar su certeza de creer todo lo que conté.
- ¿Si te digo que no, me creerías?
- No.

Nos buscamos con la mirada. Nos esforzamos por un beso y nos hundimos en el mismo sueño y las mismas sábanas.

Cuando desperté, ya no estaba.

Los viernes por la noche, siempre tienen invitados a su casa. Ella se encarga de las empanadas.

El marido, del asado y el vino.

sábado, 6 de marzo de 2010

Keep me in your Heart for a while

La miro sin entender lo que pasaba. De repente un suspiro de ella me pone en alerta. Aún así, no dejo de servir el café con mi mejor cara de anfitrión.

- ¿Azúcar o edulcorante?
- Pasame el edulcorante.

Estaba inquieta, no se cuantas vueltas le dio al café para que se mezclara. Aún así, seguía con la mirada fija buscando la mía, que seguía escondiéndose en detalles de una mesa que debía parecer improvisada.

- ¿Por qué café y no vino?
- Ehhh, no se. Supongo que el vino es para algo más premeditado. – Digo con la misma cara fresca y despreocupada.
- A caso, ¿esto no lo es? – me dice con una mirada incisiva.

Aun puedo ver el fuego de sus ojos y la ira que le provocó mi gesto de reconocimiento ante lo que ya sospechaba durante los 20 minutos de trayecto en micro que tuvo que hacer hasta llegar a mi casa.

El café en mi chomba nueva, mis libros que volaban por todo el departamento hasta que uno terminó atravesando un vidrio, calmó en seco a una Natalia que no conocía.

- A mi no me vas a dejar así nomás. ¡A mí, no! – ahora agarrándome del cuello y zamarreándome como una bolsa de papa.
- Necesito que te calmes, por favor.
- ¡Una mierrrrrda me voy a calmar! – ahora me suelta y retrocede como para tomar envión- ¡Sos un hijo de millllll putas!
- Calmate por favor – haciéndole señas que los vecinos iban a escuchar. Aunque ya estaban escuchando hace rato.
- ¿Ahora queres que no escuchen? ¡Bien que cuando me cogías no me decías que me calle! Así que ahora, ¡repedazodehijodemilputas! – ella comienza a arrancarse la ropa - ¡Ahora me vas a cogerrrrr!... que digo, me vas a recontra recoger.

Estaba desconocida, su despecho era temerario y mi plan de querer volver a ser amigos, veía que se estaba yendo como el celular que tiró mi hijo por el inodoro. No encontraba una sola frase que pudiera calmarla mientras empezaba a lamer mi cuerpo en forma preocupante. Me intimidaba y el torrente sanguíneo seguía en mi cabeza, lo cual iba a provocar aún más ira en ella.

- ¿Dale forrito, no era que te gustaba así? ¿No era la mejor, la más puta, la más caliente de todas? – mientras quiere arrancarme el cinturón con movimientos brutos y bajando una bragueta que se resistía a su barbaridad.

Fueron varios minutos donde no obtuvo lo que quería. De repente un silencio agudo y escalofriante me dejó tieso.

- Yo no te puedo creer. – abandonando su rezo y manoteando en cuatro patas su ropa que yacía por todos los rincones del comedor.
- ¿Qué? – le digo con ganas de tragar saliva.
- Sos un pelotudo. No solo me dejás, sino que además estás enamorado.

Mi silencio se lo confirma. Ella, ahora con una calma caligulezca, se acerca a mis labios no solo con su boca sino también con su mirada y susurra:

- Te enamoraste, ¡pelotudito! – mientras muerde mi labio inferior – ahora vas a saber lo que es este sentimiento.
- Andate.
- Claro que me voy. Me voy bien a la mierda. – Agarra la cartera y centrando su pollera camina hasta la puerta.

Yo sigo inmóvil. Aún no respiro y anhelo que cierre la puerta. Pero no. Antes de dar el paso final, se frena, levanta su dedo índice como acordándose de algo y se vuelve decidida. Camina hasta el equipo de música, tira todos los Cd´s al piso, hasta que lo encuentra.

- Y si lo querés a Warren Zevon, que te lo compre la putita esa que tenes por novia.
- ¡Pero ese Cd es mío! - le digo, recordando lo que me costó conseguirlo. Pero enseguida recobré mi papel de subordinado y volví al recato.
- Ya no. ¿O te pensás que sos el único que puede decidir sobre los demás? – ahora suspira - yo también tengo derecho a robarte un pedazo de tu corazón.

Pega un portazo y luego, hace enojar sus tacos que tan bien le quedan, para completar su plato de venganza.

Aún sospecho que se fue con una sonrisa entre sus labios.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Terremoto emocional


La salida del diván me tiene preocupado. No dejo de pensar que el amor no existe. Que solo pertenece a mis sueños, a mis imágenes llenas de una vida que no tengo y que no sé si alguna vez la tendré. Esas playas cada vez están más desoladas y la presencia de un abrazo se aleja con cada mujer que se mete en mis sábanas. Besos cada vez más fríos y sensaciones que solo me recuerdan lo aburrido que estoy, le dan la razón a todos esos que se encargaron de librar una batalla contra ese sentimiento tan noble y puro. ¿Estarán ganando? Aún así prefiero seguir de este lado de la línea.

El viaje a casa no me trae nada nuevo, el Mc Donald solo agrupa personas descorazonadas donde disfrutan de una no comida en su casa y en familia. ¡Mierda! Que duele estar sólo. Pero aún así me niego al miserable desafío de lo poco. ¡O todo o nada! Cueste lo que cueste.

Llego a casa, abro las ventanas y dejo las llaves sobre la heladera. Enciendo un sahumerio de vainilla (de todas formas, ¿quién me va decir que huelen feo?), prendo la tele para simular el ruido de una casa habitada y ya tirado en el sillón, enciendo la notebook para mirar los correos que ya nadie ve. Como dijo José Saramago en su Ensayo sobre la Ceguera: “(…) se levantaron trabajosamente, vacilando, con vértigo, agarrándose unos a otros, luego se pusieron en fila, primero los ojos que ven, luego los que teniendo ojos, no ven”.

Los correos siguen siendo basura, nada interesante y lo poco que suelen escribir mis contactos son frases del tipo “no se si es cierto pero por las dudas lo mando” haciendo referencia a que Hotmail cerrará y cuanta estupidez se le cruza a un ser inhumano por la cabeza. ¡Qué vuelva el correo caracol! Al menos teníamos el sabor de no solo oler el perfume de las cartas, sino también su postal, su sobre comprado especialmente o bien robado de la oficina donde se trabaja, una hoja aunque más no sea arrancada y por sobre todo, el empeño en escribir de puño y letra lo que quieren contarnos.

Ahora todo es “copio y pego”, hasta el más octogenario de los humanos se acostumbró a los SPAM y a reenviarlos. Parece que el romanticismo solo queda en alguna que otra rosa que ofrece algún que otro suicida enamorado.

El mundo explota.

Y parece que nadie se da cuenta.