jueves, 20 de agosto de 2009

Café con aroma de Mujer



Mis viajes a Buenos Aires, tienen como fin encontrarme con mi familia y seres queridos.
Este último viaje, tenía además el sabor de no encontrármela. Mil kilómetros de distancia eran suficientes para no provocar un encuentro con ella. Uno de esos que terminan envueltos en sabanas y con la ilusión de volver a creer que nos amamos.
Muchas visitas, muchos encuentros con viejos amigos y una agenda llena de frivolidades, lograron que no tuviera intenciones de llamarla.
En otras oportunidades, compartía con ella, aunque sea por mensaje de texto, lo bien que la estaba pasando y también alguno que otro párrafo de algún libro o anécdota que me invadía en medio de una charla pasajera.
La casa que me alberga en un pueblo hermoso llamado Navarro, frente a una laguna imponente, con atardeceres dignos de ser compartidos con alguna mujer, no me permite otra cosa que escribir. Y junto con las letras también llega la nostalgia. Pero por suerte llega mi amigo –dueño de la casa- y nos vamos al super.
Recordando viejas épocas, donde mi departamento era también el suyo y la miseria era una sola, nos reíamos de la cantidad de anécdotas que pasamos juntos, justamente cuando íbamos al Walmart con las pocas monedas que teníamos.
Ahora el super era otro, y el dinero también. Ya no pateábamos pelotas de rugby entre las góndolas, ni hacíamos jueguitos con una de fútbol.
Y tampoco estábamos en Mendoza.
El me pide que le busque una tabla para cortar pizza. No me costó mucho encontrarla pero cuando levanté la vista, ahí estaba. Esperándome para que vertiera el agua caliente en su interior. Miro hacia todos lados buscando a su dueña, que era la misma de mis insomnios, mis tristezas y mi dolor, pero no estaba. Ahora solo veía a esa cafetera con un precio en su etiqueta. Un precio que yo no estaba dispuesto a pagar.
Mi estomago se endurece por ese trago amargo que suelen darnos las casualidades y me doy vuelta. Ya no quería mirarla, no quería recordar cada una de las imágenes que se venían sin permiso, a mi mente.
Ya sin fuerzas, trato de alejarme de ella, de sus recuerdos y de sus besos.
Había hecho muchos esfuerzos por olvidarla y casi lo había logrado. Ya no me importaba encontrar autos iguales al suyo o perfumes que dejaban rastros de ella, pero la cafetera fue un golpe bajo. Como una daga atravesando mi corazón, quitándome el poco aliento que me quedaba.
La relación con ella empezó con un café y también terminó. Y la cafetera, siempre de testigo. Siempre con algo que nos entibiara los labios, con ese aroma que nos obligaba a un abrazo, lleno de besos, de promesas y hasta de una despedida no deseada pero necesaria.
Esa cafetera supo atarme a esos recuerdos… que hoy están anclados por ese café con aroma de mujer…

3 comentarios:

Pilot dijo...

Espero que pronto puedas encontrar otro gusto de café que sea acorde a tu paladar.
A veces hay que cambiar de marca, o de intensidad.

Blonda dijo...

Malditos olores que nos evocan la misma proporción de buenos recuerdos y de malos.

besos!!

Eliot dijo...

Pilot:
Ojalá llegue ese café antes que el último se enquiste en mi corazón para siempre...
Besos (y suerte con tu búsqueda!)

Blonda:
Los olores, como la música nos trasladan a ese tiempo, a ese lugar, dejando en claro que el tiempo es uno solo, que no existe tal reloj y que con solo llaamr a algunos de ellos, podemos vovler a sentir hasta el sabor de estar enamorados. Son malos, pero de alguna manera necesarios. Gracias por pasar... Un besote!