jueves, 16 de julio de 2009

Día de Taller



Calculo que todos los autos, pasados los dos años de uso, tienen problemas. Pero el mío es el padre de todos ellos. Así es, que luego de dejar el Corsita en el Taller, me encuentro en la parada del Trole, con destino al centro mendocino.
El frío parece que también quiere subirse a este, tan maravilloso como lento coche eléctrico.
Y la vida, aunque muchas veces no lo parezca, es justa y equilibrada. Y prueba de ello es que, ante semejante frío de una tarde de invierno, la vida me recompensa con una rubia que genera más terremotos que toda la Cordillera de los Andes.
La miro de arriba abajo –sin que se de cuenta, por supuesto- y para situarla entre las mujeres más hermosas de este planeta, necesito escuchar su voz.
En verdad no pretendo nada más. El presupuesto que vaticinó el mecánico, no me dejaron energías para otra cosa. Me sentía más abajo que nunca. Y solo estaba matando el tiempo. Si fuera otra la ocasión, seguramente hubiese intentado hacer algo más estúpido que preguntar la hora.
- Sí, ya te digo. Dejame que busque mi celular.
- No te hagas drama – le digo al ver su incalculable cantidad de ropa de invierno y sus guantes de lana- de todas formas ya debe estar por pasar.
- No, no -insiste ella- ya te digo.
No termina de sacar la mano de su diminuta cartera, que el celular se estrella contra el piso.
- ¡Ay! - dice ella
- La puta madre – digo yo en voz baja.
Ambos nos arrodillamos y empezamos a buscar las partes, que se desparramaron por toda la vereda.
Justo pasa el Trole y el conductor sigue de largo, mirándonos y pensando vaya a saber que cosa.
- No puedo creer que este tipo no haya frenado. – digo con bronca.
- ¡Qué vergüenza! Te pido mil disculpas, fue todo por mi culpa – dice ella mientras se levanta con las partes de su celular.
- ¿Disculparme? ¡No, por favor! Todo fue mi culpa- mientras le entrego la batería de su celular.
- Fijate si anda por favor.
Ella se pone nerviosa. Más de lo que debería, pero bueno, cada loco con su tema. No me atreví a hacer ningún juicio sobre su comportamiento. Al fin de cuentas, todo fue por preguntar la maldita hora.
- Perdón que insista, pero de verdad quiero saber si anda tu teléfono. Lo único que falta que encima de hacerte perder el trole, te quedes sin celular.
Ella logra encenderlo y me lo muestra.
- Listo, funciona.
- ¿Seguro? ¿Por qué no intentas llamar a alguien?
- Eh…
Estaba tan metido en mis quilombos que no me percaté, hasta el momento de ver su rostro avergonzado, que la estaba poniendo en un compromiso. ¡Obviamente no tenía crédito!
- ¿Puedo llamarte si queres?
- ¿Seguro? No quiero hacerte gastar crédito. Para mí, que anda.
- Dame el número.
No me estaba dando cuenta, pero sin querer, aunque de una manera muy bizarra y discutible, además de estar escuchando su voz, estaba obteniendo su número de celular.
- Parece que no suena – le digo. mientras vuelvo a llamarla.
- Parece que no – dice ella dándole unos golpes inútiles a la pantalla.
Para ese entonces, ya ni recordaba, el por qué estaba en la parada para ir al centro, y tampoco, la sarta de problemas que padecía mi auto. Ahí me di cuenta en la situación en la que me encontraba, y me dije: ¿por qué no?
Dada la hora que era y su vestimenta que decía “tengo frío, pero miren. ¡Soy una linda mujer!”, estaba claro que no iba al trabajo.
Pero lo que más me motivó a seguir con un plan no planeado, era su altura. La obligación a invitarla a tomar un café, fue sin dudas, su metro casi ochenta que la naturaleza le concedió.
Tengo una teoría, hecha en base a estadísticas caseras y dice así: las mujeres que miden más de un metro setenta y cinco, casi nunca son encaradas casualmente. Y no solo lo dicen ellas, sino que los hombres también confirman a teoría: “Nos sentimos más seguros, encarando a chicas de baja o media estatura…no se por qué, nos sentimos más seguros”.
Y yo estaba seguro, que éste era uno de esos casos.
- Creo que estamos en problemas – le digo.
- ¿Vos decis?
- Nos quedamos sin transporte, sin celular, se esta haciendo de noche y lo peor, aun no sabemos que hora es.
Ella se ríe y se relaja un poco.
- Además debo arreglar ese celular.
- No seas exagerado, de todas formas se me cayó a mí.
- Si no tenes mucho que hacer, podemos caminar unas cuadras. Hay una estación de servicio que preparan un café delicioso.
- ¡Ja, Ja! ¡Qué caradura que sos! – dice asombrada, pero con una sonrisa que me invitaba a ser mas inteligente que piropeador.
- No, creo que me mal interpretaste. Al lado de la Estación hay una casa que repara y venden celulares. MIentras esperamos, tomamos un café, si queres.
Su sonrisa se borró de su cara inmediatamente, al darse cuenta que le marqué un offside (aunque ambos sabíamos que mi fuera de juego estaba mal cobrado, pero bueno, es parte del folklore).
- Bueno, si es así, entonces acepto.
Las tres cuadras que caminamos por el Carril Cervantes hasta llegar al mini complejo que hay llegando al Puente Olive, resultó ser una charla divertida y distendida.
No quise preguntar a que se dedicaba, porque eso implicaría que me respondiera con la misma pregunta, y la verdad no quería contar lo que hacía.
- ¿Qué hacías esperando el Trole? – le digo para romper el hielo.
- Nada, iba para la casa de mi novio.
La miro desconcertado. Ella me mira con cara de poker, pero no se aguanta y larga la carcajada.
- Veo que lo tuyo es el humor.
- ¡Ja, Ja! No te enojes, pero tenía que bajarte esos humos de porteño agrandado.
- ¿En verdad, crees eso de mí?
- No, pero me sirve para defenderme de un próximo ataque tuyo. No estoy acostumbrada a ser cortejada.
- No seas exagerada. De verdad me siento mal por lo del celular.
- Y vos, ¿A dónde ibas?, no te había visto nunca.
- Es cierto. Es que vine a dejar el auto en el taller y me iba para el centro. ¿Vos no me respondiste?
- Iba al centro también. Estaba aburrida y quería ver si encontraba unas botas.
El resto de la charla hasta llegar al complejo, donde estaba la Estación y el negocio de celulares, fue distendida, sin mucho contenido y por sobre todo sin revelar ambas identidades.
- ¿Dos horas dijo el técnico?
- Sí. – dice ella, mientras llama a la chica del bufet.
Pedimos una promo de café con leche, jugo de naranja y dos medialunas. Ya parecíamos ser amigos de toda una vida. Estábamos totalmente relajados. Pero ya estaba cansado de no saber nada de su vida.
- Por cierto, y mientras esperamos que se cumplan las dos horas, ¿puedo entrevistarte?
- ¡Ja! ¿Sos periodista?
- Algo así.
- Bueno dale.
- Ok. Pregunta número uno… ¿aceptarías una propuesta indecente, de una persona que conoces hace menos de una hora?
- Si, pero lo siento, ¡ya pedimos la promo!
Ambos nos reímos muy fuertes, y las pocas personas que habían se molestaron por el tono de nuestra charla.
- Segunda pregunta, ¿hace cuanto que nadie te toma de la mano para caminar un par de cuadras?
- Si te digo que hace unos minutos, ¿me creerías?
- No, esa persona, tuvo ganas, pero no se animó.
- Cierto. En verdad ya ni me acuerdo cuando fue la ultima vez… que me tomaron de la mano.
Otra vez, risas pero más contenidas.
- Tercera y última pregunta: ¿aceptarías una propuesta indecente de un desconocido como yo?
- ¡No vale! Esa pregunta ya me la hiciste.
- Cierto. Es que soy olvidadizo.
- ¡Igual que yo! –tomándome de la mano.
- Entonces… - digo algo excitado
- Acepto. ¿No fue así como respondí la primera vez? - dice ella mordiéndose los labios por la travesura que estaba cometiendo.
Dejé un billete de veinte pesos sobre la mesa y corrimos hasta la playa donde había un taxi cargando combustible.
- ¿Tu casa o la mía?– le digo mientras caminábamos abrazados hasta el coche.
- A solo que quieras conocer a mi mamá y mi tía, prefiero la tuya.
Ya en el auto, algo más calentitos y con mi boca encimada sobre la de ella, me pregunta.
- ¿Y mi celular?
- Supongo que seguirá en el taller hasta mañana.