jueves, 21 de mayo de 2009

Una Salida Japonesa


Un viaje inesperado a Buenos Aires me encuentra solo, caminando por la glamorosa Avenida Corrientes. Luego de tomar un café con mí segunda mamá, que se extendió hasta la hora de la cena, me devuelve a las calles que me vieron crecer (sí, soy porteño).
Tengo unas cuantas cuadras hasta el estacionamiento donde dejé mi auto. La sensación a esa hora de la noche, era igual a la estar en medio del campo. Un silencio que pocas veces se puede apreciar estaba ante mí. Nada de autos, papeles que aun revoloteaban como mariposas ante semáforos indicando a nadie, era la mejor postal para una noche de mucho calor en “La Capi” como decimos nosotros.
La excitación de poder acostarme sobre plena Avenida pudo más que el temor a ser pisado. ¡Tenía que hacerlo!
Con algo de timidez me intento relajar y me acuesto sobre la franja peatonal. A lo lejos, se escuchan algunos matungos llevando a sus jinetes recolectando los últimos cartones disponibles.
¡Hacía mucho tiempo que no sentía esa adrenalina! Empiezo a dar vueltas sobre el asfalto como si estuviera en el mejor king side. La relajación era total. Sentía como si me estuvieran cambiando las energías. Me sentía el más fuerte del mundo, el más poderoso.
De repente una camioneta pasa despacio. Creo que me insulta. No me importa. Siento que clava los frenos, apaga el motor y se escucha que se abre una puerta.
-¿Loco, sos vos? – Dice una voz de mujer.
¡Cagamos! Me dije, ¿ahora quién es? Intento mirar para donde creo que viene esa voz de fumadora compulsiva.
-¡Sí! ¡Desgraciado sos vos! - mientras se escuchan esos taco aguja sobre el asfalto, ensuciando mi silencio.
-¡Levantate bebe! – mientras veo que cae su cartera roja de vinilo, inconfundible. Era la mujer aguantadora (Ver ¡Tengo aguante!)
Su voz imitadora de Adriana Varela, me hizo dar ganas de que pasara un auto y me atropelle. O mejor dicho nos atropelle. Si era una pesadilla, o no, de todas maneras iba a salir ganando.
- ¿Vos acá? – le digo como si recién me levantara.
- Dejá de buscar emociones coelhistas y subí que te llevo.
Trato de reaccionar apurado y le grito:
- ¡¿A donde?!
- A cenar o al Borda, ¿elegí?
No tenía muchas opciones y la verdad tenia hambre.
- Mirá que no tengo un peso – le advierto, tratando de ser lo menos caballero posible. O sea, no telo, no chocolates y mucho menos forros de vainilla.
- ¡Mejor! Así te vas a sentir culpable y me vas a deber un favor.
¡Puta madre! Todos los caminos conducen a uno solo, o sea ROMA.
- Creeme que no te he olvidado. Después de lo que me hiciste vivir, mi vida ha cambiado por completo.
¿Y ahora que carajo hice? Me preguntaba mientras me llevaba en su camioneta BMW.
Quise decirle que mi auto estaba a unas cuadras, pero la verdad estaba tan entregado que decidí no comentar nada al respecto.
- Perdoname, pero de hacer dedo en la ruta 7 a la BMW, ¿Qué parte me perdí?
Ella se ríe mientras enciende un pucho, de los largos y finolos. Solo faltaba el Gordo Caseros en el asiento de atrás diciendo: “Convenzansen, no es para cualquiera”
- Esta noche voy a devolverte todo lo que hiciste por mi
- Bueno, entonces dejame acá. – Le digo sarcásticamente.
Mientras se puso a parlotear contándome del viejardo millonario que se ligó, miro las carteleras de los teatros. La verdad que no escuché más que eso. Luego fue como escuchar una canción de los Guns, o al menos eso imaginé.
- Llegamos piojito.
Cuando me doy cuenta, estábamos en Puerto Madero. Me acomodo un poco la pilcha (no estaba muy limpia luego de revolcarme por la calle) y le pregunto a donde vamos.
- Hay un resto que me fascina. Me hace acordar a vos.
¡Dios! Cuanto mal he hecho, ¿me lo van a debitar todo en esta vida? En fin, estaba entregado, así que me propuse ver el vaso medio lleno, y en lo posible de un buen vino mendocino.
-¿Nanatsu? – Leo en voz alta el cartel que nos daba la bienvenida al lugar.
- Si mi amor, es lo más en comida japonesa. Entremos
La dejo pasar primero y veo que algo en ella había cambiado. El tiempo debo reconocer que le jugó a favor. Su cola estaba bien parada, como la calidad de su ropa y ni hablar de sus pechos. Enormes y bien altos. ¡El viejo tenía mucha guita!
- Debo reconocer que el lugar es impresionante.
- Minimalista, amor
Ahora se volvió fina y ¿me corrige? Eso si que no lo acepto. Así que saco mi lengua ácida, esa que mi mamá me recalcó siempre con su dicho: “La lengua te pierde a vos”.
- Che, perdón que sea bruto pero ¿qué es eso de Minimalista?. Cómo diciendo, ¡Tomá! ¿A ver con que me salis?
Ella me toma de la mano y mirándome como si fuera un hijo (que tranquilamente podría serlo) me dice como esperando que le hiciera esa pregunta.
- La gente cree que es tener los pisos y las paredes peladas. Pero en verdad tiene que ver con crear la ilusión de que poco, es mucho.
¡Me re cagó! Ha evolucionado. ¡La quiero!
- O sea, lo contrario de lo simple – le confirmo para que entienda con que bueyes está arando.
- ¡Ves! Por eso te decía que me recuerda a vos este lugar
La miro desconcertado, a lo que le pregunto:
- ¿Lo decis porque soy pelado?
Ella larga una carcajada y casi se ahoga con la copa de vino que ya teníamos en la mesa de bienvenida.
- Puede ser, pero no. Justamente por como definiste al lugar.
- Ahh, vos decis que este lugar te hace pensar como cuando estás conmigo – Sigo con mi humor ácido.
- No, justamente porque lo poco que me das, es mucho para mi.
Me dejó helado. Se acerca a mis labios y me los llena de su Labial esta vez de marca importada.
La lívido vuelve a pleno y nos matamos unos minutos hasta que se acerca el mozo para dejarnos la carta.
- No hace falta – dice ella muy segura,
- De entrada unos langostinos Pasión y luego Ebi Jo para mí. Y para el caballero que me acompaña hágale unos langostinos Nanatsu.
Si quería hacerme notar que era de la casa, la verdad, que me pasó el trapo.
Reconozco que comimos como minimalistas, ya que las ganas que nos teníamos a la segunda copa de vino, hizo que lo poco, vuelva a ser mucho. Eso si, el postre lo dejamos para después de la digestión.
A la hora de pagar la cuenta, transpiré un poco.
- ¡No, no! En que quedamos – dice ella enojada.
Saca su tarjeta dorada y la deja en la bandejita plateada.
Al salir abrazados, no por amor sino porque no nos podíamos tener en pie, me agarró un acto de sinceridad.
- Bueno, creo que aun dispongo de algunos pesos. ¿Vamos a un telo?
Ella intenta enfocar mi mirada y haciendo equilibrio sobre sus altos tacos, me señala con el dedo índice y lo pone sobre mi nariz.
- - Mejor vamos a mi casa. El viejo se fue al otro lado del mundo.
- ¿Se murió? – Digo asustado.
- No, se fue a Japón.
Subimos a la camioneta, prendo la radio y Fito Paez nos despide del Puerto con su canción “Ciudad de pobres corazones”.

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