jueves, 7 de mayo de 2009

¡Tengo Aguante!


Hace tiempo, cuando mi oficio de escritor aun no estaba del todo desarrollado (¿ahora sí?), mis días como viajante me llenaban de experiencias. Hoy quiero compartir una de esss tantas aventuras que me trajo la Ruta Nacional 7...

A mi regreso de la ciudad de Buenos Aires, mi ciudad natal que me vió crecer hasta los 13 años, encaré la ruta 7 con destino a Mendoza, con más mercadería de la que cualquier viajante quisiera tener encima.
Milagrosamente y como muy pocas veces me pasa, salí temprano con el fin de no hacer noche en la ruta, ya que no me gusta dormir en estaciones de servicio.
Tractores a mi izquierda, luego a la derecha y así la misma imagen que se repetía una y otra vez, ante cada pueblo que atravesaba. Y todo gracias a las increíbles palabras, de una presidente nefasta (como los hubo siempre en la Argentina), que puso su sello bananero, atacando a los productores diciéndoles la frase, que Dios quiera pase pronto a los libros de historia… ¡Tengo Aguante!
Ya por la localidad de Vedia, la última parada para poder cargar gas (GNC) hasta llegar a Río Cuarto, me estacioné para tomar un rico café con leche.
Para los que conocen del lugar, saben que la estación, no tiene un Bonafide instalado, pero su café de máquina, es bastante rico. Por suerte ese día había muy poca gente, y para mi gusto, en una de las mesas que daba contra la pared de vidrio, posaba una hermosa señorita de aspecto similar al de Graciela Alfano, sólo que reemplazaba sus cumpleaños –más de cincuenta- con cremas en lugar de cirugías.
Sola, aburrida y mirando más allá de las cosas, estaba sacudiendo un sobrecito de edulcorante para un café que se estaba poniendo frío.
Con mis habilidades de cazador –novato por cierto- y mi necesidad de cariño ante el sexo opuesto, que ya llevaba dos meses de almanaque tachados, me senté en una mesa donde ella pudiera verme.
Mientras esperaba que me traigan el café con medialunas, busqué una excusa para acercarme a ella.
Se la veía bien vestida, quizá demasiado para un simple café de estación a las once de la mañana. ¿Una cita a escondidas?, ¿un amigo confidente que nunca llegó? O un café de reflexión, a solas, luego de una noche inolvidable. Pero su cara de aburrida no coincidía con ninguna de todas mis conjeturas.
Después de pensar y hacer todos esos análisis, que obviamente no me llevaban a ningún lado, recordé a una vieja amiga de la primaria, Marianela, que me enseñó con apenas doce años, que mis aires de Robert Redfordt en nada coincidían con la ropa que generalmente usaba, ya sea por las combinaciones o bien por el estado de la misma. Imagínense que mi esencia nunca cambió y si hubo alguna modificación fue para peor, ya que mi trabajo de viajante y con veinte picos de años más, llegaban a la conclusión que lo único que podía encarar en ese momento, era la puerta para ir al baño y arreglarme un poco.
Cuando volví, ya aseado y con la ropa en su lugar, mi café esperaba calentito en mi mesa. Al mirar más allá me di cuenta que había quedado solo y la mesa que más me interesaba, totalmente sin rastros, como si nunca se hubiese sentado nadie.
-¡Siempre tarde! – me dije.
“A la hora de encarar no hay que pensar” me decía un amigo, cada vez que salíamos a bailar. Por desgracia pasaron los años y lo sigo pensando, aunque ya no soy virgen.
Volví a la camioneta y emprendí nuevamente mi largo camino a casa.
No podía evitar pensar en el motivo de su huida. El café aún no lo empezaba a tomar y yo no me tarde más de cinco minutos!
Mis pensamientos machistas no pudieron evitar llegar a la conclusión que el amante de turno pasó a recogerla de apuro y con algo de retraso. Una amiga que tengo, con algo de sensibilidad en sus venas –Y ojo que ya no quedan muchas- hubiese reprochado mi patética conclusión y sacaría de su manga, su lado más femenino con un final mucho más de película. Nuestras charlas siempre terminaban en pelea y en este caso, hubiese sido de la siguiente manera: “Esperaba a su fiel marido que volvía del hospital, con los resultados de unos estudios que ella no se animó a buscar”. O cosas más románticas aún. Pero por suerte, ella no estaba y mi morbo, revuelto con mis necesidades de un macho en celo, no permitían ese tipo de reflexiones… como casi siempre me pasaba.
Ya llegando a un cruce, no muy lejos de la estación, diviso a una mujer de tapado rojo intenso haciendo dedo.
Una vez más mis patéticas reflexiones, habían sido erróneas. Era ella. Me paré unos metros más adelante y puse las balizas. Desvíé mi espejo retrovisor apuntando directamente a su cuerpo, que venía haciendo equilibrio sobre el pedregullo, ya que llevaba unas excelentes botas negras con taco alto y bien fino. –¡Como a mi me gustan!-
Llegó a la puerta del acompañante, bajé el vidrio –eléctrico por suerte- y apoyando un cuerpo que prometía me adelanté a decirle:
-¿Hasta donde vas bombón?- con cara de banana y necesitado.
-Hay mi sol, voy hasta San Luis- Me dice muy amorosa y con una voz de fumadora que tampoco se parecía a la de mi fantástica Graciela Alfano.
Por un momento intenté no pensar en el peligro al que me exponía -Sí, soy demasiado miedoso, ¿y qué?- Pero esta vez le hice caso a mi amigo de secundaria y sin pensar más le dije con voz firme:
-Dale, subite- Mientras tiraba algunas cajas para atrás.
-Siempre es bueno tener a alguien que te cebe mate mientras manejás- Le tiré, para que bajara la guardia y se sintiera más cómoda.
Ya en ruta, mientras ella se hacía del equipo de mate, yo buscaba una FM para ambientar el espacio y ganar tiempo para el chamullo.
-Vos sos la chica que estaba en el café de la estación, ¿cierto?
Ella se quedó tiesa. Dejó de agitar el mate, para sacar el polvillo a la yerba y respondió en forma seca.
-¿Estabas ahí vos? – mientras volvía a su labor del mate.
¡Mierda! Me dije. Esa chica de séptimo grado me engualichó. Éramos solo tres personas las que estábamos ahí. Evidentemente voy a tener que volver al gimnasio y cambiar mi guardarropa.
-En realidad estaba cargando combustible y no pude evitar mirarte. Creeme que no pasas desapercibida.
Supuse que esa respuesta, fue algo inteligente para no quedar como un estúpido.
-Gracias por el piropo, pero ese es mi problema cuando tengo que viajar.
-Al contrario, ¿por qué decís eso? – con voz firme y poniéndome en papel de padre, aunque casi me duplicaba en edad.
- Si realmente me viste, habrás notado que un camionero se ofreció a llevarme- Dando vuelta su cara para que no vea el dolor que aún llevaba dentro.
- ¡El muy cabrón quiso propasarse conmigo! – dijo muy enojada como si el mate fuera la cara de ese camionero.
-¡Pero así le fue también! – esbozando una sonrisa que sonaba a venganza.
Con ese comentario, mis fantasías de una aventura amorosa se esfumaron por la ventanilla.
- Gracias por levantarme, pareces un buen pibe – Tomando mi mano cuando justo estaba poniendo la quinta marcha.
¡Mujeres!… ¿quién las entiende?. Obviamente me enojé, pero mi cuerpo se empezó a revolucionar al sentir sus tibias manos, algo huesudas, encima de mí.
Bajé un cambio, de marcha por supuesto, intentando evitar su mano sobre la mía, ya que se me vino a la mente la imagen del ahora pobre camionero.
Ahí nomás y en forma verborrágica , empecé a hablarle sobre mi vida, que mi destino era Mendoza y vaya a saber uno cuántas estupideces más, con el sólo fin de saber si era yo y no ella, el que estaba confundiendo todo.
En medio de mi monólogo, ya que ella se limitaba solo a mirarme despiadadamente, mientras me acercaba mate tras mate, empecé a transpirar y bajé mi ventanilla para refrescar mi cuerpo y mis ideas, que cada vez eran más perversas.
Ella hizo un gesto de aprobación y colocó el mate a un lado para sacarse el fabuloso tapado rojo, con movimientos violentos ya que el espacio no era mucho. En medio de esa pelea, uno de los botones de la camisa que parecía chica, para sus dos atributos naturales, se desprendió haciendo que mis ojos no tengan otro destino que ese paisaje de montaña.
Creo que ella se dió cuenta de mi estado y decidió divertirse conmigo.
-Qué cantidad de bultos que llevas aquí adentro – Dejando que me diera cuenta que estaba mirando mi entrepierna.
- ¡Sí, sí! - Digo con cara de chico virgen asustado.
- Me parece que vamos a tener que dejar el mate, porque yerba… ¡no hay más! – largando una carcajada.
Ante semejante desliz, la miro desencajado. ¡Era la histeria hecha carne! No sabía si hacerla eyectar del asiento o romperle la boca de un beso. Seguí mirándola, ahora sin emitir un solo gesto. Estaba petrificado sin saber que hacer.
-¡Guarda! – Dice ella señalando hacia delante.
Clavé los frenos, me fui a la banquina y evité un choque contra otro auto. El motor se paró.
De repente, el ruido de unos bombos y cánticos hacia la presidente se hacen cada vez más fuertes, en repudio por la guerra entre el campo y el gobierno. Subí las ventanillas para tratar de reestablecer la magia que había, hacía unos segundos, mientras ella no paraba de estrujarse los pechos del susto, mientras respiraba agitada.
- ¡Pensé que nos matábamos, bebe! –
Quise decirle mil frases amorosas estúpidas como cumplidos, pero mejor que hablar es hacer, así que recordé al querido actor de “Rolando Rivas, taxista” y le estampé un beso en la boca, como si fuera el mejor Don Juan de la historia.
La tomé de la nuca con las dos manos y le dije muy excitado:
- ¡No se vos, pero yo me adhiero al paro!
Ella miró todo a su alrededor, vió que la camioneta tenía vidrios polarizados y volviendo su mirada hacia mi zona más erógena, refuta, quizá más caliente que yo:
-No te preocupes… ¡Tengo aguante!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso es suerte no me digas que no, jaja que jugador la verdad, muy lindo tu blog tambien, saludos!

Xaj dijo...

Esa grosoo.