jueves, 28 de mayo de 2009

Noble Caballero

¿Qué podría afligirte, amado caballero, solo y pálido callejeando?

El junco se ha marchitado en el lago y ya no hay pájaros que canten...

Deja a La tejedora, noble caballero y adentrate en mi cuerpo...

Así empezó mi carrera de Letras, en la Universidad Nacional de Cuyo. Una bella dama, castigada por su codiciada belleza, carente de caricias, de besos, ejecutó con sus palabras mi sentencia para amarla, al menos lo que dura una eternidad bajo las escaleras que dan al subsuelo del edificio.
- Metete la camisa adentro del pantalón, si no querés que alguien se entere que no estabas estudiando, precisamente Letras.
Confirmo que tenía razón, y tras unas sacudidas a mi ropa, que traía polvos de unos escalones poco transitados, meto mi camisa como puedo, mientras me ato el cinturón.
- ¿Te conozco de alguna clase?
- ¿Deberías?
- No, pero parece que me conoces más de lo que yo a vos.
- Te tengo marcado desde que pisaste esta Universidad. Aun te recuerdo con esa camisa celeste y la minita de turno que llevabas a tu lado.
Hice lo posible por recordar ese día y me di cuenta que era cierto.
- ¿Qué raro? –comento pensativo- jamás conquiste a nadie por lindo.
Ella larga una carcajada, mientras se ponía brillo en sus labios. Guarda su kit de belleza en una cartera que antes no había visto y camina, con su metro cincuenta, hasta abrazarme con sus recientes débiles brazos.
- Supongo que debo decirte como me llamo…
- Creo que disimuladamente deberías decirlo al pasar.
- Claudia
- ¿Y ca-da una de esas pe-cas tam-bién tie-nen un nom-bre? – intercalando cada sílaba con un beso en sus cachetes.
- ¡Tonto! – golpeándome con sus puños en mi pecho
Caminamos unos metros, hasta llegar a la civilización. Automáticamente, cuando cruzamos una puerta roja, ella suelta mi mano y toma una postura más distante. Eso me decía muchas cosas sobre su presente y no era de caballero preguntar el por qué. Era evidente que no estaba sola. Y ninguna chica de su edad debería estarlo, aunque esta generación prefiere la libertad para hacer de las escaleras una identidad anónima, tratando de encontrar lo que aun no conocen y por eso ni siquiera pueden decirlo, apenas señalarlo.
- ¿Sería inapropiado pedirte tu teléfono?
- Sí, lo es, pero me dan ganas de dártelo.
- Y que te priva de hacerlo.
Ella señala a un personaje que venía en busca de su mirada. Era evidente que no pertenecía a Letras. Su cara de garca y un traje que le asentaba mejor que a un gerente de banco, me daba como resultado que pertenecía a una de esas profesiones (a mi criterio) poco honestas, llamada abogacía.
- Hola – digo sonriente estirando la mano.
- Hola – dice el abogado con cara de ya saben que y dejándome con la mano en el aire.
- ¡Pero que mal educado que sos! – dice ella con algo de pudor por su desprecio.
- ¿Vamos? Tengo el auto mal estacionado.
- ¡Ya voy! – dice enojada.
- Perdoname, pero jamás reaccionó así antes. ¿Ustedes se conocen?
Mi sonrisa cuando estiré mi mano, tenía más de venganza que de amable. Su rostro me pareció conocido y cuando se acercó lo suficiente, confirmé que era el amante de una amiga mía, también de su palo. El tipo se dio cuenta que yo sabía y al quedar en evidencia, que mejor que pasar por enojado.
- Seguramente, nos hemos cruzado, viste que Mendoza es un pañuelo.
- Raro pero bueno, ¿en qué estábamos?
- En tu celular
- Cierto, te doy mi número, ¿te parece?
- Mmm, prefiero que este edificio nos encuentre nuevamente, pero sin mochilas.
Ella se esfuerza con una sonrisa como entendiendo, pero en verdad parecía no entender.
- Quiero decir, que prefiero encontrarnos casualmente y descubrirnos poco a poco dentro de estas paredes.
- Mmm suena romántico, pero si así lo deseas, como quieras.
- Es que no me gusta poner en una misma oración tecnología y amor, me suena a ciberamor, volátil, frío, en fin poco romántico.
- Pareces del siglo pasado – dándome un abrazo de despedida.
En verdad, no quería empezar una historia, con alguien en el medio. Pero ¿cómo decírselo sin que se ofenda? Soy un caballero y si llegué a sus brazos, fue porque me encontró sin mi armadura. Si bien no es común que una mujer de su corta edad desnude su alma en una escalera con un hombre diez años más grande (por lo menos), lo cierto es que esta generación se empecina en destruir al romanticismo, mi aliado, mi todo.
Me entregué al enemigo, dejé ver mis heridas y así y todo no logré demostrarle mi pasión por lo que defiendo, por lo que lucho, aunque por momentos, como Don Quijote, me encuentre peleando contra molinos de viento. Mi enfrentamiento cuerpo a cuerpo y mis breves palabras cruzadas, no alcanzaron para ponerla de mi lado, para volverla una guerrera del amor. Tenía pasta, pero no supe pulirla lo suficiente para que se vea como tal.
- Te dejo porque sino mi hermano me va a dejar a pata otra vez.
Me beso lento y salió corriendo como una adolescente con sus zapatillas rosas de estudiante.
¿Dijo hermano? … Sí, soy un boludo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Una Salida Japonesa


Un viaje inesperado a Buenos Aires me encuentra solo, caminando por la glamorosa Avenida Corrientes. Luego de tomar un café con mí segunda mamá, que se extendió hasta la hora de la cena, me devuelve a las calles que me vieron crecer (sí, soy porteño).
Tengo unas cuantas cuadras hasta el estacionamiento donde dejé mi auto. La sensación a esa hora de la noche, era igual a la estar en medio del campo. Un silencio que pocas veces se puede apreciar estaba ante mí. Nada de autos, papeles que aun revoloteaban como mariposas ante semáforos indicando a nadie, era la mejor postal para una noche de mucho calor en “La Capi” como decimos nosotros.
La excitación de poder acostarme sobre plena Avenida pudo más que el temor a ser pisado. ¡Tenía que hacerlo!
Con algo de timidez me intento relajar y me acuesto sobre la franja peatonal. A lo lejos, se escuchan algunos matungos llevando a sus jinetes recolectando los últimos cartones disponibles.
¡Hacía mucho tiempo que no sentía esa adrenalina! Empiezo a dar vueltas sobre el asfalto como si estuviera en el mejor king side. La relajación era total. Sentía como si me estuvieran cambiando las energías. Me sentía el más fuerte del mundo, el más poderoso.
De repente una camioneta pasa despacio. Creo que me insulta. No me importa. Siento que clava los frenos, apaga el motor y se escucha que se abre una puerta.
-¿Loco, sos vos? – Dice una voz de mujer.
¡Cagamos! Me dije, ¿ahora quién es? Intento mirar para donde creo que viene esa voz de fumadora compulsiva.
-¡Sí! ¡Desgraciado sos vos! - mientras se escuchan esos taco aguja sobre el asfalto, ensuciando mi silencio.
-¡Levantate bebe! – mientras veo que cae su cartera roja de vinilo, inconfundible. Era la mujer aguantadora (Ver ¡Tengo aguante!)
Su voz imitadora de Adriana Varela, me hizo dar ganas de que pasara un auto y me atropelle. O mejor dicho nos atropelle. Si era una pesadilla, o no, de todas maneras iba a salir ganando.
- ¿Vos acá? – le digo como si recién me levantara.
- Dejá de buscar emociones coelhistas y subí que te llevo.
Trato de reaccionar apurado y le grito:
- ¡¿A donde?!
- A cenar o al Borda, ¿elegí?
No tenía muchas opciones y la verdad tenia hambre.
- Mirá que no tengo un peso – le advierto, tratando de ser lo menos caballero posible. O sea, no telo, no chocolates y mucho menos forros de vainilla.
- ¡Mejor! Así te vas a sentir culpable y me vas a deber un favor.
¡Puta madre! Todos los caminos conducen a uno solo, o sea ROMA.
- Creeme que no te he olvidado. Después de lo que me hiciste vivir, mi vida ha cambiado por completo.
¿Y ahora que carajo hice? Me preguntaba mientras me llevaba en su camioneta BMW.
Quise decirle que mi auto estaba a unas cuadras, pero la verdad estaba tan entregado que decidí no comentar nada al respecto.
- Perdoname, pero de hacer dedo en la ruta 7 a la BMW, ¿Qué parte me perdí?
Ella se ríe mientras enciende un pucho, de los largos y finolos. Solo faltaba el Gordo Caseros en el asiento de atrás diciendo: “Convenzansen, no es para cualquiera”
- Esta noche voy a devolverte todo lo que hiciste por mi
- Bueno, entonces dejame acá. – Le digo sarcásticamente.
Mientras se puso a parlotear contándome del viejardo millonario que se ligó, miro las carteleras de los teatros. La verdad que no escuché más que eso. Luego fue como escuchar una canción de los Guns, o al menos eso imaginé.
- Llegamos piojito.
Cuando me doy cuenta, estábamos en Puerto Madero. Me acomodo un poco la pilcha (no estaba muy limpia luego de revolcarme por la calle) y le pregunto a donde vamos.
- Hay un resto que me fascina. Me hace acordar a vos.
¡Dios! Cuanto mal he hecho, ¿me lo van a debitar todo en esta vida? En fin, estaba entregado, así que me propuse ver el vaso medio lleno, y en lo posible de un buen vino mendocino.
-¿Nanatsu? – Leo en voz alta el cartel que nos daba la bienvenida al lugar.
- Si mi amor, es lo más en comida japonesa. Entremos
La dejo pasar primero y veo que algo en ella había cambiado. El tiempo debo reconocer que le jugó a favor. Su cola estaba bien parada, como la calidad de su ropa y ni hablar de sus pechos. Enormes y bien altos. ¡El viejo tenía mucha guita!
- Debo reconocer que el lugar es impresionante.
- Minimalista, amor
Ahora se volvió fina y ¿me corrige? Eso si que no lo acepto. Así que saco mi lengua ácida, esa que mi mamá me recalcó siempre con su dicho: “La lengua te pierde a vos”.
- Che, perdón que sea bruto pero ¿qué es eso de Minimalista?. Cómo diciendo, ¡Tomá! ¿A ver con que me salis?
Ella me toma de la mano y mirándome como si fuera un hijo (que tranquilamente podría serlo) me dice como esperando que le hiciera esa pregunta.
- La gente cree que es tener los pisos y las paredes peladas. Pero en verdad tiene que ver con crear la ilusión de que poco, es mucho.
¡Me re cagó! Ha evolucionado. ¡La quiero!
- O sea, lo contrario de lo simple – le confirmo para que entienda con que bueyes está arando.
- ¡Ves! Por eso te decía que me recuerda a vos este lugar
La miro desconcertado, a lo que le pregunto:
- ¿Lo decis porque soy pelado?
Ella larga una carcajada y casi se ahoga con la copa de vino que ya teníamos en la mesa de bienvenida.
- Puede ser, pero no. Justamente por como definiste al lugar.
- Ahh, vos decis que este lugar te hace pensar como cuando estás conmigo – Sigo con mi humor ácido.
- No, justamente porque lo poco que me das, es mucho para mi.
Me dejó helado. Se acerca a mis labios y me los llena de su Labial esta vez de marca importada.
La lívido vuelve a pleno y nos matamos unos minutos hasta que se acerca el mozo para dejarnos la carta.
- No hace falta – dice ella muy segura,
- De entrada unos langostinos Pasión y luego Ebi Jo para mí. Y para el caballero que me acompaña hágale unos langostinos Nanatsu.
Si quería hacerme notar que era de la casa, la verdad, que me pasó el trapo.
Reconozco que comimos como minimalistas, ya que las ganas que nos teníamos a la segunda copa de vino, hizo que lo poco, vuelva a ser mucho. Eso si, el postre lo dejamos para después de la digestión.
A la hora de pagar la cuenta, transpiré un poco.
- ¡No, no! En que quedamos – dice ella enojada.
Saca su tarjeta dorada y la deja en la bandejita plateada.
Al salir abrazados, no por amor sino porque no nos podíamos tener en pie, me agarró un acto de sinceridad.
- Bueno, creo que aun dispongo de algunos pesos. ¿Vamos a un telo?
Ella intenta enfocar mi mirada y haciendo equilibrio sobre sus altos tacos, me señala con el dedo índice y lo pone sobre mi nariz.
- - Mejor vamos a mi casa. El viejo se fue al otro lado del mundo.
- ¿Se murió? – Digo asustado.
- No, se fue a Japón.
Subimos a la camioneta, prendo la radio y Fito Paez nos despide del Puerto con su canción “Ciudad de pobres corazones”.

martes, 19 de mayo de 2009

Demasiada Emoción Para Un Solo día


Tiempo atrás, cuando aun no me afeitaba pero con edad suficiente para enfrentar a mi madre, la desafié para que me dejara pasar un fin de semana de amigos, lejos de Trelew y cerca de las chicas más aceitadas de la Patagonia.
En aquellos tiempos, donde lo más próximo a estar con una mujer era a través de alguna revista triple xxx, cayo un primo del Pelado, contando lo maravilloso que era la vecina ciudad de Puerto Madryn.
La ciudad estaba en auge y recibía turistas de todas partes del mundo. No era Ibiza pero para tres vírgenes en la materia sexual, lo era todo. Y los boliches prometían robarnos eso que tanto nos molestaba.
Después de varios juramentos a la madre, prometiendo hacer caso a todos los cuidados que no se cansaban de repetir, salimos rumbo a la ciudad de los sueños.
El viaje en si era corto, solo 64 kilómetros nos separaban de la nueva vida. Y ahí estábamos, al cabo de una hora. Haciendo la carpa en el camping del ACA (precisamente en Punta Indio). Y esperando que el sol se pusiera en nuestra frente para dar batalla a un mar que se hacía desear.
El día estaba fantástico, la gente del lugar empezaba a estacionar sus sombrillas en los mejores lugares de una inmensa playa de aguas tan cristalinas como frías.
El primo del Pelado, apareció con su camioneta y unos trajes de buzo.
-Hoy vamos a bucear a la plataforma – Dijo totalmente sacado como si fuera un chico de 5 años haciendo una travesura.
Todos nos miramos y no salíamos del asombro. Si bien hacer un bautismo submarino, era lo más en ese entonces, había algo que nos hacía recular.
Una de las cláusulas del contrato con nuestras madres, era precisamente no hacer eso que estaba delante de nuestras narices.
El gordo, el más travieso de todos, disimuladamente quiso evadir esa responsabilidad de ir argumentando tonterías, ya que en verdad le tenía más pánico al sueco de la madre que a las cargadas nuestras.
- Martín, está buenísimo, pero si pensas que vaya nadando hasta el fin del mundo para bucear, me quedo en la costa. – Dijo el gordo mientras se sacaba una pelusa del ombligo.
El anfitrión nos lleva hasta la parte trasera de la camioneta y nos muestra el bote inflable, al que solo le faltaban un par de pulmonadas para convertirlo en nuestra isla.
El gordo se quedó atónito. Con el Pelado empezamos a gastarlo y le cantábamos “¿eres una gallina Mc Fly?”. Lo cierto es que nosotros dos teníamos más miedo que él. Pero hacerlo quedar como un gil, nos daba fuerzas.
El Primo, con unos años más encima y con más calle que una prostituta, se dio cuenta de la situación y comenzó a hablarnos de lo maravilloso que era bucear en esa zona, con el fin de relajarnos y hacernos sentir que nada había que temer.
- ¡La vida es una sola y tengo entendido que vinieron en busca de emociones! – Y eso fue como decirnos… ¡Gallinas!
Al cabo de 15 minutos estábamos en la costa empujando el bote. El día estaba increíble. El golfo estaba estático y la brisa de mar no alcanzaba a enfriar una idea que ya habíamos comprado.
La base, estaba como a 10 km de la costa. La balsa avanzaba lentamente, con dos remos improvisados que nos llevaban a reírnos de la precariedad de la balsa.
El primo se tiró al agua y con sus patas de rana empezó a empujar el bote para que nos calláramos. De a poco, empezábamos a divisar la plataforma. Para ese entonces, no sabíamos si estábamos cansados reírnos o de remar.
De repente, el gordo hace un movimiento de caderas. Todos reímos hasta que el Pelado pide silencio. Todos nos miramos.
-¡Todos al agua, ahora!- Grita el Pelado.
La embarcación acaba de perder uno de sus incontables parches.
Buscamos una nueva excusa para reírnos. Y mientras nos hundíamos entre todos, en un mar que nos enseñaba la profundidad con sus aguas cristalinas, el primo toma una de las sogas del bote, se la ata a su jean recortado con forma de malla y empieza a nadar para salvar los equipos de buzo.
-¡Dejense de joder y naden hacia la plataforma! – grita el primo, enfadado.
Todos nos quedamos mirando como se iba nuestra pequeña isla, nuestros equipos y la risa. Nos agarró la desesperación de golpe y empezamos a seguir la balsa que cada vez se nos alejaba más.
En medio de la desesperación y el cansancio, miro hacia la costa y toda la gente que debía estar en el agua ya no estaba. Ni siquiera las sombrillas se veían.
El viento empezaba a soplar como solo en el sur suele suceder y las olas nos empezaban a dar la bienvenida al mar adentro.
El clima cambió de repente, y los 30 grados que nos acompañaban pasaron a ser solo 20.
Miro hacia la plataforma y en el camino estaban todos mis amigos haciendo la plancha. Estábamos muy cansados. La distancia para llegar a la costa parecía la misma que había hasta la plataforma.
De repente veo como mis amigos se van hundiendo y hago lo mismo con el fin de descansar un poco mis piernas y mis abdominales, que se esforzaban por flotar. (¿quien dijo alguna vez que haciendo la plancha uno puede flotar por horas? Ya se, un profesor de la colonia de vacaciones y un jefe que se negó toda su vida a los cambios, pero él, nunca se ahogó).
En una de mis hundidas, me di cuenta que no podía flotar más. No había piernas que me hicieran volver a la superficie. Había descendido como dos metros. Miro hacia arriba y el agua cristalina dejaba ver lo que ya no podía alcanzar.
Me di por vencido. Miro hacia el fondo y comencé a rezar. No estaba desesperado. Ahí me di cuenta que era el fin, que nada se podía hacer y la calma llegó a mi alma.
Lo primero que pensé fue en mi madre. Tenía razón. No estábamos preparados para este viaje.
Mientras miraba con una calma desesperante todo el mar que me rodeaba, siento que de atrás algo me agarra el brazo. Ese año me había tocado leer en Literatura “relatos de un náufrago” de Gabriel García Márquez y lo primero que pensé era que uno de esos tiburones me había tomado por sorpresa de atrás.
Intento darme vuelta con mi última burbuja de aire, pero no puedo. Me tenían agarrado de un brazo como si fuera un delincuente, y me di cuenta que estaba subiendo a la superficie.
- ¡No hagas fuerza ni te sueltes por favor! – me grita un hombre de avanzada edad, mientras chiflaba a uno de los gomones de prefectura que estaban diseminados por toda la zona, buscando a mis amigos.
Ese día, mi Dios tenía nombre e historia. Se llamaba Jorge y era campeón sudamericano de Pata de rana. El me salvó la vida.
En la costa nos esperaba la gente, la radio local y la Guardia Costera. Los primeros, que no eran pocos, armaron el escenario de la tragedia. Los segundos buscaban la primicia de hablar con los náufragos. En cambio la Guardia nos esperaba para detenernos por no contar con los permisos necesarios para bucear.
El micrófono de la radio para hablar con el conductor de turno me hizo sentir un campeón un héroe, pero le recordé al periodista que verdadero héroe se llamaba Jorge, y trate de revivir esa vieja leyenda que la Patagonia había olvidado y que Jorge me la recordó en el trayecto a la costa. Además de héroes también había un perfecto pelotudo (primo del Pelado), pero eso no me animé a decirlo porque estaba seguro que no solo mi madre estaba escuchando la tragedia en vivo.
Al dar mi nombre (falso por supuesto) salí corriendo al igual que mis amigos. La policía solo pudo atrapar al capitán del Titanic, ya que, como rige la ley de los marineros, es el único que se quedó junto al barco.
Esa noche, ninguno atinó a mencionar las palabras como boliche, mujeres, sexo… fue demasiada emoción para un solo día.

domingo, 17 de mayo de 2009

Coco y Vainilla


Una cena en “Don Mario”, ya que en mi restaurant favorito no había lugar, fue el motivo por el cual Mercedes cedió ante mis encantos. Bueno la verdad que de encanto poco, pero reconozcamos que es un buen punto a mi favor empezar de esa manera, teniendo en cuenta los cocodrilos que abundan en los pocos hombres que quedan en la tierra.
Siempre que salgo con una chica, me acuerdo las anécdotas de una amiga con un sinfín de chabones que la invitaban a salir. Todos amarretes. Con plata o sin, el amarretismo poco tiene que ver con esa cualidad. Así es que ella, cuando veía que el flaco de turno, miraba demasiado la carta o sugería un plato para comer a medias, ya le caían las fichas y empezaba a contar con cuanta plata contaba encima, ya que el clásico “¿pagamos a medias?” era el principio del fin.
Ahí estaba yo, sentado, esperando la llegada de una mujer que seguramente poco tendría de esa imagen que construí en el taller literario.
Como buen estratega, tenía todo fríamente calculado. Mi depto estaba impecable, el auto lavado, me acababa de cortar el pelo y busque mi mejor camisa para esa velada.
Más de uno se preguntará por qué no la pasé a buscar. ¡Sencillo! En primer medida sabia que ella tenía auto. Si bien es, hasta un poco descortés de mi parte, estaba seguro que le generaría más confianza a ella y sus amigas la alentarían a que eso esta bueno ya que si la cita la aburre podía irse en cualquier momento. Por otro lado el decir “te veo en tal lugar” ya que debo hacer unas cosas antes, queda como algo mas “casual” (¿estoy muy comillero? ¡Ja!) Y hasta desinteresado, pero todo es mentira, claro está. Y también porque no me gusta llevar a nadie, ¡Que tanto!
Todo esto sin hablar de los silencios y lo contraproducente que puede ser perder los primeros diez minutos de mística hablando boludeces y que ella encima piense “que mal maneja” ¡Sigo con las comillas! (chiste válido para la Argentina).
Llegué 15 minutos antes –solo por ser la primera vez- y me hice amigo del mozo y le di unos pesos para que me llamara por mi nombre y me tratara como de la casa. Cuando llegamos a los 20 minutos, ya éramos como hermanos y hasta se burlaba de mi silla vacía.
Solo después de otros 5 minutos, Mercedes aparece. Radiante, fresca y con un toque en su cabeza que se convirtió en el centro de atención de todos los presentes. No hablo de un peinado punk, sino de una capelina que llevaba haciendo juego con su vestido sensual y naif.
El mozo se acercó a recibirla y la condujo hasta mi mesa.
Mi cara de feliz cumpleaños no se puede disimular. Me paro para saludarla y le acercó la silla, y de paso aprovechar para que saber perfume llevaba encima. (Algún día hablaré de esta teoría).
La gente volvió a sus platos y mis oídos volvieron a recibir todo el bullicio de un restaurant que comenzaba a llenarse.
- ¿Pedimos algo? Estoy muerta de hambre – mientras le hace una seña al mozo para que nos traigan la carta.
Pero, ¿qué fue de esa mujer tímida y sonrojosa (algo así como que se le ponen los cachetes colorados) que habitaba en mi mundo literario?
- También yo – le digo desconcertado por la actitud que traía bajo su vestido con un escote que ya me estaba poniendo celoso.
Todas mis técnicas de levante debían girar 180 grados. No me estaba enfrentando a la clásica muchacha de pueblo. Estaba ante una chica de ciudad, de luces… una verdadera mercenaria.
Mientras ponía el piloto automático de conversación (total, la mística se fue al carajo) revolvía en mi cabeza como hacer para sorprenderla. En este caso y como dirían en mi dulce pueblito, la vaca se volvió toro.
Creo que ella se da cuenta de su avasallamiento y decide bajar un cambio para que sea yo, el que me sienta a gusto.
Al no encontrar nada en mi cabeza, decido ser yo, exponiéndome a todo y hasta correr el riesgo de ser gastado por ella ante mi inocencia que solo unos pocos de mi círculo de confianza conocen.
Ya para el postre, estábamos relajados y gran parte de nuestras vidas habían sido digeridas.
A la salida del restaurant, y con chistes de ocasión por parte de ambos, para evitar una despedida incierta de besos, le pregunto donde dejó el auto
- En verdad no vine en auto, tomé un taxi – haciéndome una sonrisa alentadora
¡Mierda que se la sabe todas! Me dije mientras buscaba una cara que poner y algo que decir. Me sentía como un chico virgen. Pero revuelvo en mi interior y saco el tigre de Ludovica.
Cualquier cosa que dijera iba a estar demás. Así es que la abrazo y le estampo un beso de película.
Ella me agarra más fuerte aun y aprieta sus manos contra mi nuca. La cosa estaba en llamas. Suspiros entre beso y beso, y abrazos que querían ir más allá de las ropas nos sugirieron ir hasta mi casa.
En el auto aun quedaba algo de pudor. Prende un pucho y me mira seductoramente.
Les ahorro la pregunta. La gente que fuma no suele pedir permiso para tirarnos su vicio. Es lógico. Si a ellos no les importa intoxicarse ¿por qué se habrían de tomar la molestia para con nosotros? Aunque hay excepciones, como en todo.
Pasamos por la Octano (una estación de servicio muy conocida de nuestra querida Mendoza) y la típica fue comprar forros y chocolate mientras ella se pasaba el rimel por sus ojos.
- ¡Listo!
Dije, mientras cierro la puerta del auto apurado y con unos nervios que se parecen a cuando tengo frío.
Ella estaba tociendo. No podía hablar y solo hacía señas que no lograba entender.
- ¿Qué te pasa?- Le digo a los gritos mientras trato de sacarle a los sacudones que le estaba pasando.
Me hizo un gesto como para que abriera la ventanilla.
Pongo en contacto el auto y abro todas las ventanillas. Ella saca la cabeza afuera y luego de unos respiros me dice agitada:
- ¿Qué perfume usas para el auto?
Pienso. No entendía nada. ¿Se lo habrá tomado? Se ve medio piantada pero no creo que sea para tanto.
- ¡No se! Uno que compré en el Walmart.
- No, de que sabor es lo que quiero saber
¡Se lo tomó! Me dije en voz baja, mientras ella empezaba a toser.
- ¡No me lo tomé estúpido! ¿Es de vainilla?
- Y coco. Coco y vainila.
Remato con algo de culpa, aunque sin saber el por qué.
- Llevame a casa por favor. Le tengo mucho asco a la vainilla. No creo que tengas ganas de ver vomitar a una mujer toda la noche.
A la mierda con la fiestita. Mi humor en las cuadras restantes fue de mal en peor, mientras la veía de reojo como hacia movimientos de rana para evitar vomitar.
Quedamos en hablarnos y se baja del auto a las corridas porque el vómito estaba a punta de lanza.
No me dio tiempo a despedirla siquiera. Entró a la casa y yo arranco desmoralizado.
En el primer semáforo revoleo los forros contra el parabrisas (tampoco los voy a tirar con lo caro que están) y terminan en mi entre pierna.
¿A que no saben de que sabor era los profilácticos para el sexo oral?
Buena suerte, mala suerte… vaya a saber uno.

viernes, 15 de mayo de 2009

Contractura Cervical


Mi trabajo, el cual no es solo escribir, depende de estar muchas horas sentado en la notebook, con la difícil pero gratificante tarea de mentir, digo de vender. ¡Ja! Es solo un chiste, por favor no me lo vayan a creer 
En estos días, donde el dólar sube si parar, la presión en la empresa como en todo el sector de tecnología, está con una psicosis que no veía desde el 2001.
Por suerte Internet hay en todos lados y para no intoxicarme con todo el malestar y poder seguir visitando cuentas de real importancia, donde estos problemas no les llegan, me instalo en alguna estación de servicio al paso.
Los días en Mendoza vienen de mal en peor, hablando estrictamente del calor. Por suerte, en mi estación de servicio preferida tienen aire, plasma y un muy buen café. El sillón donde habitualmente me siento en principio resulta cómodo, pero al paso de unas horas, los dolores en mi espalda se vuelven imposibles de aguantar. A esto se le suma mi cuello y como resultado final, nace un terrible dolor de cabeza.
Al cabo de dos semanas, y con la caída de la bolsa y las benditas afjp, el dólar escaló más alto aún y mi jaqueca se instaló como los Kirchner en el poder.
Cómo sería el dolor, que me fui hasta una clínica muy importante de Mendoza, para hacerme ver (deberían anotar este día como una efemérides).
Créanme que imploré que el médico de turno, sea justamente “médico” con “o” de hombre. Pero bueno, sabrán que estoy engualichado con este tema y ahí estaba. Sentado en una camilla, muy relajado esperando que la doctora terminara de anotar mis datos personales.
La verdad que la miré con ojos de paciente ingles. Esta vez no iba a caer en la trampa de la inocente mujer sonrojosa. Ahora todas me parecían zarpadas. Lo bueno que al menos, en la clínica había una fragancia a vainilla (demasiado para mi gusto).
- Decime que te anda pasando…
Esto del marketing en la medicina no es muy bueno para detectar cuando te aprecian porque sos lindo o simplemente porque sos un cliente. ¡Maldito Patch Adams!
- Dolor de cabeza, mucha computadora, mucha presión en el trabajo… y tengo presión emotiva.
- A ver ¿cómo es eso?- Mientras me arremanga la camisa y pueda ponerme el aparato de la presión.
- En realidad tomaba una bocha de pastillas. Y ninguna me bajaba la presión
La doctora me interrumpe:
- Pero si tuviste todos los efectos secundarios
- Exacto, en especial el tema de la lívido – Le digo haciéndome el tímido.
Ella sonríe y se saca el estetoscopio.
- La presión está un poco alta pero es por el mismo dolor de cabeza.
Respiro profundo ya que era mi mayor miedo. No la presión, sino que me restrinjan la sal.
- A ver, sacate la camisa y acostate.
- Boca arriba, ¿cierto? – Le digo como haciéndome el que la tengo clara.
- No, boca abajo por favor.
¡A la mierda! Empezamos mal. Ya con algo de miedo me coloco de espaldas y espero el estacazo.
- ¿Duele acá? – haciendo presión con sus manos frías en mi omoplato derecho.
El dolor me llegó hasta la frente. Me dieron ganas de insultarla, pero sus manos estaban demasiado suaves como para pedirle que la saque.
- Un poco. Le digo con lágrimas en los ojo.
La Doctorcita siguió otro poco hasta llegar a mi nuca. La cosa se estaba poniendo caliente. Luego empezó con la otra y con la yema de sus dedos hacía círculos en determinadas partes de mi espalda confirmando que de virgen poco o nada, pero de escorpiano, demasiado.
- Estas marcas me dicen que abandonaste las pastillas hace un tiempito.
Aunque no lo crean, me puse colorado. Nunca quise enseñarlas a nadie (me dan vergüenza).
Moví la cabeza confirmando su teoría.
De repente se detuvo con sus caricias, digo masajes, y acomoda sus cuerdas vocales, como lo hace una persona que no traga saliva por un largo tiempo.
- Vas a tener que tomar unas pastillas y baños relajantes de agua tibia.
Me levanto como puedo y me abrocho la camisa.
- ¿Qué padezco doctora? – comento haciéndome el simpático pero con respeto para que no se sienta que la agarré en off side.
- Le diría que un osito, pero mirándolo bien, me hace acordar más al mamut de la era del hielo.
- ¡No estoy gordo!, soy panchoncito y peludito.- ¡Tomá que me iba a retirar después de semejante histeriqueo!
Ella larga una carcajada y se afloja del todo, dejando el recetario de lado.
- También tenés hijos parece.
- Dos hermosas criaturas – Le digo orgulloso.
Ella me mira hacendo una expresión que sonó a: “¡que voy a hacer con vos!” y vuelve con su birome.
- Padece una contractura cervical, padre de familia.
- Le falto la palabra divorciado, doctora.
Deja de escribir por un instante, lo piense y vuelve a escribir.
- Bhokium B12, un comprimido cada 12 horas.
- ¿Eso es todo?
- Si, pero si el dolor vuelve, le dejo mi celular más abajo.
- O puedo venir a la guardia – la interrumpo con una hermosa sonrisa que olía a ganador.
- Le recomiendo el celular… es más efectivo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

¡Una noche Gang Bang!


En mi primer sábado como soltero oficial (luego de unos siete meses de novio), decido salir solo a una disco. Es cierto, no es mi tipo, de hecho la idea original era ir a un teatro o algún lugar más cultural, donde además de cruzar miradas obscenas con mujeres rutinariamente aburridas, poder charlar y hacer de nuevas amistades. Al fin de cuentas, no tenía ganas de empezar nada nuevo. Estaba harto de las relaciones, el filo, el chamullo y el compromiso. Pero sí me di cuenta de lo solo que estaba en esta ciudad y los pocos amigos que había cosechado en todo este tiempo.

Siempre mis ex me preguntaron por que tengo más amigas que amigos. Nunca lo supe, hasta hoy. Si bien esto de tener muchas amigas me colocaba en el rubro de los mujeriegos (o como dice una de ellas, ¡Sos un gato!) lo cierto es que a diferencia de los hombres, ellas son más sensibles. Ejemplo: el otro día volvía de Buenos Aires y sabía que me estaba esperando la soledad, algo a lo que te temo demasiado. Mis amigas, todas casadas, especialmente los fines de semana, son de sus maridos y sus quehaceres domésticos. Por lo tanto, ni siquiera se molestaron en responder mis mensajes de auxilio por celular. Entonces acudí a algunos de mis amigos. Pero ninguno supo interpretar el S.O.S. y no fueron a hacerme el aguante, ya que pensaron que si iban a casa, era motivo de partuza.

Por lo tanto, las mujeres son sensibles, los hombres, no. ¡Y yo soy sensible! (pero no soy trolo, aclaro).

Con este verso del fin de año, las pocas amistades que quedan -llámese amigas con derecho a roce- estaban de asado en asado, festejando vaya a saber que pelotudes (eso lo dije de caliente resentido). Todas con agenda completa hasta que se termine este puto año bisiesto.

Me metí en Internet y la agenda cultural daba asco. Así que tome coraje y me adentré en el mundo apocalíptico de los boliches. Siempre me dio cosa. La previa me genera una sensación tan horrible que más de una vez desistí. Pero la idea era divertirse y olvidarme de todo.

Cuando llegué a la zona (para envidia de los porteños, en plena montaña) pregunté cuales eran la onda de cada uno. Como la moda de las zapatillas All Star y aliento a Beldent con Fernet no me pinta, compré información por una suma módica de 2 porros.

El boliche que albergaba a las mejores viejitas de la zona estaba a pocos metros.

Luego del tercer Paddy (un whisky realmente intomable, pero pegador) ya me podía soltar de la barra sin tantos prejuicios y me caí en un escote que me llamaba desde que entré.

Realmente no se que chamullo fue el esbozado para esa mujer que no dejaba en paz a su chicle. Iba de lado en lado y recuerdo que luego de mis exacerbados piropos me dijo:

- Estoy buscando gente para un Gang Bang, ¿te sumas?

No pude evitar poner cara de no entiendo que bosta me estás diciendo, pero le pegué el último sorbo a mi Paddy y respondí muy serio

- ¡Obvio!

Se que debí haber preguntado, pero en el estado en que estaba me iba a tener que repetir tantas veces lo que significaba, que se iba a terminar fastidiando.

- Ya vuelvo lindo.

Cuando se escabulle entre la gente, revisé mi billetera y trato de ver cuanta plata traía. Ese trago si se toma entre varios debe ser caro, pensé. Y para variar, estaba corto de plata.

Doy unas vueltas y miro lo diferente que se volvió todo este antro. Los códigos, las forma de bailar, las estupideces que hacen entre amigos… todo distinto.

De repente una pendeja bastante zafada me agarra de atrás y previa cosquilla con su lengua en la oreja me ruega por un Bukake.

- ¿Un que?

La nena me mira como diciendo “¡que viejo boludo!” y sigue caminando.

Parece que la onda de pedir tragos es lo más.

- ¡Que ambiente de mierda! – dije sin prejuicios y eso que estaba totalmente mareado.

En mi regreso a la barra, mi isla, me esperaba la Bang Bang o como puta mierda me dijo. Pero lo raro es que estaba con una latita de coca.

- Cagamos- dije, la onda parece que viene para disolver.

Estaba rodeada de tres muchachos más. Hablaba con todos y reía. Se me acerca y me parte la boca de un beso que tenía más de lengua que de labios.

- ¿Estas listo, bombón?

El miedo y la incertidumbre a perder algo más que unos pesos, -más que nada al ver a esos muchachones fornidos- me freno y comienzo a preguntar verborragicamente

- ¡Para un poco! Explicame que es esto. Al principio creía que hablabas de un trago. Ahora veo tres tipos y para serte sincero, no me está gustando nada.

Ella les hace un gesto a los otros como un entrenador cuando pide tiempo y me toma de las manos.

- Sorry, pensé que sabías. Pero te pido que no me aflojes ahora. Estamos todos al palo y sin vos no tiene sentido.

Me suelto de sus manos como un chico encaprichado, me revuelvo que cabellera que poco le quedaba de gel, y digo en un tono amenzante.

- Explicame que mierda es esto o me voy a la mierda.

Ella se ríe. Me lleva a la barra y me explica.

- Mira, no se hace cuanto no salís, pero la movida ahora pasa por estas cosas nuevas. Gang Bang, Gang Bang invertido, Bukaka…

La interrumpo.

- ¿Eso tampoco es un trago? – con una expresión de puchero.

- ¡Que dulce que sos por Dios! Si no te hubiera conocido acá, saldría con vos.

- Todo bien, pero me podes explicar… ¡please!

- Si, Gang Bang es cuando cuatro o mas hombres se juntan con una mujer y le damos duro sin parar. El invertido no hace falta que te lo explique y el bukaka es para los que se inician… los más miedosos, por así llamarlos.

- ¿cuál es la diferencia?

- No hay penetración. Estas pendejas del orto se hacen las come hombres pero no se animan a más que eso.

Mi mandíbula estaba por el piso. El Paddy era un analgésico a comparación de lo que estaba escuchando.

- Y… ¿Dónde se arman estas partuzas?

- Acá, atrás de la barra. Como estabas atornillado, pensamos que querías…

- Todo bien, solo que hacía mucho no venía por estos lugares y…

- Ya lo se mi vida, algo recuerdo de esas épocas. ¿Vamos? Nos están esperando.

Ya de día, viendo como algunos compraban el diario del domingo, otros entrando a las carnicerías en busca de un asado familiar, yo esperaba que el semáforo se pusiera en verde y pensé dos cosas.

Una, en las ganas de llegar a una cama urgente.

Dos, en un delicioso rezo para todas mis ex que de alguna u otra forma me llevaron a esto:

“¡Lareputisimamadrequelasparioylaconchadesurecalcadamierdaquelasremilpariohijasdelmilputasmalparidas…!”

PD: también va para mis amigos que insensiblemente me cambiaron por asados y quehaceres domésticos.

lunes, 11 de mayo de 2009

Una travesura llamada Sexting



El domingo pasado asistí al cumpleaños de mi mejor amigo mendocino.
Algo íntimo, para pocas personas. Un asado como Dios manda me estaba esperando en la casa del Pelado. Mejor dicho en la casa de su hermana, ya que él, al igual que muchos, fue asesinado económicamente por su ex en la “Batalla del Divorcio”. Ahora su cuñado y su hermana, lo alojan temporalmente, hasta que la plata los separe.
Llegué temprano. La mesa aun no estaba puesta, pero se veía algo larga para lo que yo suponía. Me acerco a la parrilla y constato que la carne era superior a la parrilla. El asador, que era el cuñado del pelado, se prende conmigo para sacarle algunos trapitos al Pelado y divertirnos con su reciente liberación de las fuerzas del mal.
La joda iba a ser grande. La hermana traía una caja llena de platos y cubiertos.
- ¿Si quieren puedo traer la bebida?
Digo con ganas para encontrar un vaso de vino mendocino.
- Juan, traele uno de tus vinos a este porteño. Así aprende lo que es bueno- grita el Pelado a su cuñado, que entre otras cosas, además de marido perfecto, es enólogo.
Esta demás decir que, cuando empezó a caer gente al baile, yo ya tenía los ojos con un brillo bien delatador.
Los 40 años del Pelado, me auguraba un buen momento con gente piola. Sacando a su ex, todo su entorno es muy bien seleccionado y si algo sabe mi amigo, es qué gente elegir para cada momento. Así que me relajé. Unas copas de más, no me iban a dejar mal parado.
Después de hablar en forma verborrágica –algo que suele hacer el vino blanco con mi lengua- me doy cuenta que estoy sentado con gente demasiado joven, mientras que los más grandecitos, estaban en la otra punta de la mesa.
- Y vos, ¿a qué te dedicas?
¡Pregunta de mierda si las hay! Con apenas 34 años, tenía que exponer a un grupo de adolescentes, mi temible oficio de escritor.
- Escribo artículos para diferentes medios de comunicación.
- ¡Ah! –comenta la más linda de todas- Sos el escritor, ¿cierto?
Esto ya me empezaba a sonar una cama de mi amigo.
- Algo así – comento con cara de pocos amigos.
- ¡Sí! Sos el del blog. He leído tus escritos – comenta otra de las doncellas.
Levanto mis manos con los cubiertos en mano, como diciendo “Me descubrieron”.
Ellas empiezan a reír. Yo empiezo a putear a mi amigo por lo bajo.
- Chicas, ¿quién hará la pregunta del millón?
La carcajada, hacen que hasta los del fondo prestaran atención.
- ¡No! Por favor.
- Daleeeeee – corean todas al unísono.
El pelado, desde la parrilla, empieza a alentar a todos con sus aplausos para que largue prenda.
- ¡Qué lo di-ga!… ¡Qué lo di-ga!… ¡Qué lo di-ga!
- Es ficción, ya lo he dicho antes, es ficción.
- Uhhhhhhhhhhhhhh – corearon todos. Seguido de muchas risas.
La carne se empezaba a servir y el anfitrión se acercaba plato por plato. Eso calmó las ánimas de La Tejedora. Y yo dejé de transpirar.
- Acá te dejo este pedazo que esta bien jugoso – me dice el Pelado.
Luego se acerca al oído y remata con una frase que espero no la haya escuchado nadie.
- Dejate de joder con las mamis, y empezá a degustar el sabor de una verdadera carne tierna… ¡Carne Argentina!
Me puse de todos colores. Es cierto que mis gustos siempre superan mi edad, pero es prioridad para mí, que además de tener un buen lomo, tenga buenos comentarios a la salida de un cine, o en una cena, o después de una buena noche carnívora.
Con el correr de las comidas y las rondas de alcohol, una de las chicas empieza a hacer buenas migas conmigo.
Una morocha muy linda, joven y aunque parezca injusto, inteligente. Nos reímos mucho. Y parece que la hermana del Pelado se dio cuenta, ya que en una de las miradas a la parrilla, observo como cuchicheaban los dos, como si todo hubiese estado planeado.
- ¿Me das tu número de celular? – dice ella, algo alegre.
Por supuesto accedí. Le di mi número y agendé el de ella. Acto seguido me levanté y me fui al rincón de los hombres, que ya me estaban esperando.
Anécdotas incontables y risas desmesuradas, hacías que las mujeres se preguntaran de qué hablábamos.
De repente siento que mi celular vibra. Un mensaje de texto. Miro hacia todos lados. Era de ella, mi compañera de cubiertos. Pero no la encontraba en ninguna parte.
- ¿Pasa algo, papá? – dice uno de los amigotes que animaban la fiesta.
- No, nada. Nada importante.
Abro el mensaje exagerando una cara de “¿quién se atreve a joderme a esta hora?”. La torta de mi celular se demora más de lo previsto. ¿Un mensaje tan largo?, pensé yo.
Se abre. Una foto de ella mostrando sus pechos, hace que lo cierre inmediatamente. Miro a la hermana del Pelado y se estaba riendo junto a su marido. No se por qué la miré, pero sospeché que todo era una joda.
Me hago el boludo y vuelvo a abrirlo. Quizá el alcohol me esté pegando más de lo normal.
Efectivamente era ella. Su cuerpo era más curvoso que lo que insinuaba su vestido negro. Volví a cerrarlo, pero no sin antes leer el mensaje, “ahora te toca a vos!”
No se cómo, pero el alcohol ingerido se me escurrió por algún lado, porque mi sobriedad afloró junto con las gaseosas que ahora recorrían las mesas, a falta de cerveza y vino.
Veo al pelado solo en un rincón tratando de destapar al corazón de una chica y corro con el fin de hacerle una sola pregunta.
- ¿Tu baño es con azulejos verdes?
- ¿Qué?
- Dale boludo, decime.
- Sí, sí, creo que sí, pero ¿qué te pasa?
Lo dejo hablando solo, o mejor dicho con su chica. Y empiezo a armar mi coartada para huir de la casa.
Busco a mi grupo, pero ahora estaban todos dispersos, como buscando a sus parejas en medio de un asalto (baile que se hacía en la preadolescencia). De repente siento su perfume detrás de mí. Me doy vuelta y ella tratando de no reírse mordiendo su labio, ataca de nuevo.
- ¿Y ahora que vas a hacer?
- ¿Hacer qué? - digo enojado.
- ¡Ja, ja! Resultaste ser más inocente de lo que dicen tus escritos.
La miro desconcertado. Me estaba apedreando, y no sabía como reaccionar. ¡No tenía más de 18 años!
- A ver, plan “A” jugar conmigo y hacemos un rato de sexting, plan “B” escribir sobre esta anécdota.
- Plan “C”, huir de acá. – Le digo apurado.
La tomo de los hombros y con un beso en la mejilla, la dejo hablando solo aunque escucho sus últimas palabras.
- De todas maneras creo que he ganado
Me freno, doy media vuelta y no puedo evitar decirle lo que siento
- Lo que es seguro, es que mientras sigas usando estos juegos, jamás vas a ganar una noche de romanticismo.
Busco a la hermana del Pelado, a su marido y luego de unos saludos apresurados, salgo asustado para mi depto.
Aun no podía creer, ni entender que era esto nuevo del Sexting. ¿A caso esta ciudad está matando al romanticismo?
Sin dudas que mi susto, no era por ella, sino por empezar a sentir que una de las cosas más lindas que tiene esta vida, esta siendo ultrajada por un par de jóvenes con celulares.
Ya llegando a casa, en el semáforo de Cobos y Adolfo Calle, la nostalgia me invade. Abro mi celular y me tiento a mandarle un mensaje a La Tejedora. Al fin de cuentas, y más allá de sus agujas ¾, su romanticismo era como la lana para sus tejidos.
El semáforo se pone en verde y los 25 segundos que me otorga antes que se vuelva a poner en rojo, no me deja escribirle.
Ya en casa, luego de buscar información en Internet sobre este fenómeno, que atenta contra mi romanticismo, me decido por el plan “B”.
Escribir esta historia.

sábado, 9 de mayo de 2009

Taller Literario


Llego tarde. Encima que soy nuevo, me involucro cuatro clases después. Doce personas son las que están atentas a las palabras del orador.
Sin hacer demasiado ruido, trato de llegar al grupo de amigas que me alentaron para que hiciera este taller. Pero es imposible, así que me arrincono en un pupitre al lado de la puerta y lejos de todos.
El aula parecía devastada por una cantidad de alumnos muy superior a la de los bancos. El olor a encierro me hace acordar a mis años de adolescencia en el normal Nº1 de Trelew. Las manos me transpiran como si fuera a dar un examen.
El profesor termina de hablar y me da la bienvenida.
Todos saludan amablemente y yo me quedo absorbido por la mirada de una morocha que destellaba ansiedad por conocerla.
Casualmente estaba sentada al lado de mis amigas. Ahora me cierra todo. El tema no era perfeccionar mi escritura, sino conseguir inspiración. Pero estaba claro que no a través del profesor, sino de la amiga solterona que tenían en común.
En dos párrafos muy breves, el que estaba levantando una suma de 2600 pesos por mes dictando la clase, me explica lo que fueron haciendo a lo largo del mes.
- ¿Quién quiere leer el escrito que había que hacer para hoy?
La morocha carraspea pero el joven sentado delante de ella le gano de mano.
Un texto brillante, un verdadero iluminado pero que sin dudas le faltan años para que se de cuenta de su potencial, si es que llega ese “algún día”.
Todos aplaudimos. El profesor intenta ser imparcial, ya que tenía que repartir elogios para todos.
Un Ingeniero sentado estratégicamente empieza a hacer preguntas absurdas. Mis amigas ya me habían prevenido de este personaje que se niega a ser lo que es y se anota en talleres como éste.
El profesor, intenta recordar el aporte que ese profesional invierte en la causa y le contesta rápido y conciso para que sus preguntas no contaminen al resto.
- Mercedes, creo que querías leer tu escrito – le dice el profesor a la morocha que ahora con nombre propio, vislumbra mis ojos.
- En verdad, y después de escuchar lo de recién, lo mío creo que es de infantes.
Todos ríen, pero yo la sigo observando sin pestañar. Y ella se da cuenta, y mis amigas también.
- Todos tenemos que empezar alguna vez. Dar el primer paso. Creo que hay mucho potencial en esta aula y quiero descubrirlo- Comenta el profesor.
Mercedes esboza la tarea de la semana. La misma consistía en redactar un acto del día. Cualquiera, pero con suficientes fuerzas y energías como para darnos cuenta que a veces, el tiempo se detiene lo suficiente para poder observar y describir un momento como solo los escritores suelen hacerlo.
Cuando ella levanta la mirada de su hoja, soy el primero en aplaudir para seguir con el ritual del aliento a cada uno de los presentes. Aunque reconozco que había también algo de interés, más allá de lo fresco del escrito.
- Lo mío es un robo.- dice ella tímidamente
Todos ríen con el comentario de la autora.
- Si es por robar, tendríamos una larga lista de autores, empezando por los de autoayuda.
Su comentario me molesta de principio. En ese lugar es muy arriesgado arrojar un comentario de semejante tenor. Un tenor que me pareció más graso que Light.
Levanto la mano algo enfadado y mis mejillas sonrojadas de la calentura.
- Usted cree que todos aquellos que publican un libro con algo de inmadurez literario, ¿roban?
El profesor se dirige hasta su pupitre para dejar bien claro cuál es el orden de mando. Yo me atrinchero en mi pupitre y dejamos que comience la balacera.
- No es que roben, pero el común de la gente confunde literatura con estos autores de turno.- arroja con altanez mientras se pon unos anteojos que lo hacen mas intelectual.
- Usted dijo que roban y para mí, aquel que edita su libro, más que ladrón es un valiente.
- También hay ladrones valientes- dice el profesor, mientras se arremanga las mangas de su camisa.
- Seguro estamos de eso, como también sabemos que no existen escritores cobardes.- comento algo sacado y en un tono que nada tenia que ver. Más en mi primer día de entrenamiento.
El profesor hace un alto el fuego y se da cuenta que sin querer se puso a batallar en una guerra a la cual no era invitado desde hacía mucho tiempo.
- ¿Alguién puede decirme a que viene todo este rollo?- comenta distraído para llamar a la calma.
La risa volvió al aula y todos nos distendimos. Vuelvo a levantar la mano.
- Solo quise defenderme o mejor dicho defender a Mercedes.
Todos volvieron la vista a ella que ahora se escondía entre sus papeles, mientras mis amigas hacían ruido como de gente que no quiere reírse.
- ¿Defenderla de que?
- De que entienda que escribir no es robar. Es un acto de valentía. Y por suerte o desgracia, esto no se aprende en ninguna universidad ni en ningún curso y mucho menos en un taller literario.- sonriendo para desorientar al maestro.
- ¿Entonces? – dice entre desconcertado y enojado.
- Entonces, sería bueno saber que para que un pecado sea concretado, como dice la Biblia, una de las condiciones es justamente saber que estamos cometiéndolo. Sino, no lo es.
El profesor ahora ríe, entendiendo mi juego.
- De ahí lo de tu enojo por mi comentario acerca de los escritores ladrones.
- Algo así. Yo creo que si nos creemos escritores, lo somos. Que después no salgan las cosas como nos gusta es otro tema. A caso Borges tiempo después de ser considerado un referente literario, ¿no compró toda la edición de su primera publicación y la quemó?
- Es correcto. Estaba avergonzado de lo que había publicado.
- Yo solo, con esto quiero decirle a Mercedes, que no deje de escribir y que jamás vuelva a pensar que sus escritos son un robo. Al contrario, éstos tienen que ser primero un regocijo para su alma y luego, si los quiere compartir que lo sean para los demás, o no. Da igual. Pero no por eso debe dejar de hacer lo que tanto le gusta y que a mi gusto, tan bien le sale.
Mis amigas aúllan y mis ahora compañeros de clase golpean los bancos.
Mercedes, que se encuentra en medio de las dos trincheras, no sabe si golpearme o darme un beso. Ambas elecciones con la misma intensidad. Amor y odio que le llaman por ahí.
- Entonces, ayudame a dejar en claro algo que creo entendimos, pero que seria bueno reforzarlo. ¿a que se debe tu estadía en esta clase?
- A buscar la técnica que usted, según colegas suyos, tan bien enseña.
- Gracias por la aclaración y el elogio.
- De nada. Sepa que es un honor estar en este taller para mí.
- Caballero, para no dejar a su soldado Mercedes, en medio de esta trifulca, ¿quiere decirle algo más? – guiándome un ojo para que de la estocada final.
Me levanto y mirándola de banco a banco le digo:
- Quiero pedirle si su próximo escrito quiere compartirlo conmigo en algún restaurant de velas rojas y luces tenues.
El salón estalla de gritos y euforias. Mercedes sonríe más sonrojada que nunca en años o meses –aun no lo sé- me hace señas como que después hablaremos.
El profesor ríe y antes de seguir con la clase, se me acerca al oído y me dice en medio del bullicio:
- No se si aprenderás la técnica para escribir, pero de lo que sí estoy seguro es que la técnica para sacarle el teléfono a la chica que todos venimos buscando, la aprendimos hoy.

jueves, 7 de mayo de 2009

¡Tengo Aguante!


Hace tiempo, cuando mi oficio de escritor aun no estaba del todo desarrollado (¿ahora sí?), mis días como viajante me llenaban de experiencias. Hoy quiero compartir una de esss tantas aventuras que me trajo la Ruta Nacional 7...

A mi regreso de la ciudad de Buenos Aires, mi ciudad natal que me vió crecer hasta los 13 años, encaré la ruta 7 con destino a Mendoza, con más mercadería de la que cualquier viajante quisiera tener encima.
Milagrosamente y como muy pocas veces me pasa, salí temprano con el fin de no hacer noche en la ruta, ya que no me gusta dormir en estaciones de servicio.
Tractores a mi izquierda, luego a la derecha y así la misma imagen que se repetía una y otra vez, ante cada pueblo que atravesaba. Y todo gracias a las increíbles palabras, de una presidente nefasta (como los hubo siempre en la Argentina), que puso su sello bananero, atacando a los productores diciéndoles la frase, que Dios quiera pase pronto a los libros de historia… ¡Tengo Aguante!
Ya por la localidad de Vedia, la última parada para poder cargar gas (GNC) hasta llegar a Río Cuarto, me estacioné para tomar un rico café con leche.
Para los que conocen del lugar, saben que la estación, no tiene un Bonafide instalado, pero su café de máquina, es bastante rico. Por suerte ese día había muy poca gente, y para mi gusto, en una de las mesas que daba contra la pared de vidrio, posaba una hermosa señorita de aspecto similar al de Graciela Alfano, sólo que reemplazaba sus cumpleaños –más de cincuenta- con cremas en lugar de cirugías.
Sola, aburrida y mirando más allá de las cosas, estaba sacudiendo un sobrecito de edulcorante para un café que se estaba poniendo frío.
Con mis habilidades de cazador –novato por cierto- y mi necesidad de cariño ante el sexo opuesto, que ya llevaba dos meses de almanaque tachados, me senté en una mesa donde ella pudiera verme.
Mientras esperaba que me traigan el café con medialunas, busqué una excusa para acercarme a ella.
Se la veía bien vestida, quizá demasiado para un simple café de estación a las once de la mañana. ¿Una cita a escondidas?, ¿un amigo confidente que nunca llegó? O un café de reflexión, a solas, luego de una noche inolvidable. Pero su cara de aburrida no coincidía con ninguna de todas mis conjeturas.
Después de pensar y hacer todos esos análisis, que obviamente no me llevaban a ningún lado, recordé a una vieja amiga de la primaria, Marianela, que me enseñó con apenas doce años, que mis aires de Robert Redfordt en nada coincidían con la ropa que generalmente usaba, ya sea por las combinaciones o bien por el estado de la misma. Imagínense que mi esencia nunca cambió y si hubo alguna modificación fue para peor, ya que mi trabajo de viajante y con veinte picos de años más, llegaban a la conclusión que lo único que podía encarar en ese momento, era la puerta para ir al baño y arreglarme un poco.
Cuando volví, ya aseado y con la ropa en su lugar, mi café esperaba calentito en mi mesa. Al mirar más allá me di cuenta que había quedado solo y la mesa que más me interesaba, totalmente sin rastros, como si nunca se hubiese sentado nadie.
-¡Siempre tarde! – me dije.
“A la hora de encarar no hay que pensar” me decía un amigo, cada vez que salíamos a bailar. Por desgracia pasaron los años y lo sigo pensando, aunque ya no soy virgen.
Volví a la camioneta y emprendí nuevamente mi largo camino a casa.
No podía evitar pensar en el motivo de su huida. El café aún no lo empezaba a tomar y yo no me tarde más de cinco minutos!
Mis pensamientos machistas no pudieron evitar llegar a la conclusión que el amante de turno pasó a recogerla de apuro y con algo de retraso. Una amiga que tengo, con algo de sensibilidad en sus venas –Y ojo que ya no quedan muchas- hubiese reprochado mi patética conclusión y sacaría de su manga, su lado más femenino con un final mucho más de película. Nuestras charlas siempre terminaban en pelea y en este caso, hubiese sido de la siguiente manera: “Esperaba a su fiel marido que volvía del hospital, con los resultados de unos estudios que ella no se animó a buscar”. O cosas más románticas aún. Pero por suerte, ella no estaba y mi morbo, revuelto con mis necesidades de un macho en celo, no permitían ese tipo de reflexiones… como casi siempre me pasaba.
Ya llegando a un cruce, no muy lejos de la estación, diviso a una mujer de tapado rojo intenso haciendo dedo.
Una vez más mis patéticas reflexiones, habían sido erróneas. Era ella. Me paré unos metros más adelante y puse las balizas. Desvíé mi espejo retrovisor apuntando directamente a su cuerpo, que venía haciendo equilibrio sobre el pedregullo, ya que llevaba unas excelentes botas negras con taco alto y bien fino. –¡Como a mi me gustan!-
Llegó a la puerta del acompañante, bajé el vidrio –eléctrico por suerte- y apoyando un cuerpo que prometía me adelanté a decirle:
-¿Hasta donde vas bombón?- con cara de banana y necesitado.
-Hay mi sol, voy hasta San Luis- Me dice muy amorosa y con una voz de fumadora que tampoco se parecía a la de mi fantástica Graciela Alfano.
Por un momento intenté no pensar en el peligro al que me exponía -Sí, soy demasiado miedoso, ¿y qué?- Pero esta vez le hice caso a mi amigo de secundaria y sin pensar más le dije con voz firme:
-Dale, subite- Mientras tiraba algunas cajas para atrás.
-Siempre es bueno tener a alguien que te cebe mate mientras manejás- Le tiré, para que bajara la guardia y se sintiera más cómoda.
Ya en ruta, mientras ella se hacía del equipo de mate, yo buscaba una FM para ambientar el espacio y ganar tiempo para el chamullo.
-Vos sos la chica que estaba en el café de la estación, ¿cierto?
Ella se quedó tiesa. Dejó de agitar el mate, para sacar el polvillo a la yerba y respondió en forma seca.
-¿Estabas ahí vos? – mientras volvía a su labor del mate.
¡Mierda! Me dije. Esa chica de séptimo grado me engualichó. Éramos solo tres personas las que estábamos ahí. Evidentemente voy a tener que volver al gimnasio y cambiar mi guardarropa.
-En realidad estaba cargando combustible y no pude evitar mirarte. Creeme que no pasas desapercibida.
Supuse que esa respuesta, fue algo inteligente para no quedar como un estúpido.
-Gracias por el piropo, pero ese es mi problema cuando tengo que viajar.
-Al contrario, ¿por qué decís eso? – con voz firme y poniéndome en papel de padre, aunque casi me duplicaba en edad.
- Si realmente me viste, habrás notado que un camionero se ofreció a llevarme- Dando vuelta su cara para que no vea el dolor que aún llevaba dentro.
- ¡El muy cabrón quiso propasarse conmigo! – dijo muy enojada como si el mate fuera la cara de ese camionero.
-¡Pero así le fue también! – esbozando una sonrisa que sonaba a venganza.
Con ese comentario, mis fantasías de una aventura amorosa se esfumaron por la ventanilla.
- Gracias por levantarme, pareces un buen pibe – Tomando mi mano cuando justo estaba poniendo la quinta marcha.
¡Mujeres!… ¿quién las entiende?. Obviamente me enojé, pero mi cuerpo se empezó a revolucionar al sentir sus tibias manos, algo huesudas, encima de mí.
Bajé un cambio, de marcha por supuesto, intentando evitar su mano sobre la mía, ya que se me vino a la mente la imagen del ahora pobre camionero.
Ahí nomás y en forma verborrágica , empecé a hablarle sobre mi vida, que mi destino era Mendoza y vaya a saber uno cuántas estupideces más, con el sólo fin de saber si era yo y no ella, el que estaba confundiendo todo.
En medio de mi monólogo, ya que ella se limitaba solo a mirarme despiadadamente, mientras me acercaba mate tras mate, empecé a transpirar y bajé mi ventanilla para refrescar mi cuerpo y mis ideas, que cada vez eran más perversas.
Ella hizo un gesto de aprobación y colocó el mate a un lado para sacarse el fabuloso tapado rojo, con movimientos violentos ya que el espacio no era mucho. En medio de esa pelea, uno de los botones de la camisa que parecía chica, para sus dos atributos naturales, se desprendió haciendo que mis ojos no tengan otro destino que ese paisaje de montaña.
Creo que ella se dió cuenta de mi estado y decidió divertirse conmigo.
-Qué cantidad de bultos que llevas aquí adentro – Dejando que me diera cuenta que estaba mirando mi entrepierna.
- ¡Sí, sí! - Digo con cara de chico virgen asustado.
- Me parece que vamos a tener que dejar el mate, porque yerba… ¡no hay más! – largando una carcajada.
Ante semejante desliz, la miro desencajado. ¡Era la histeria hecha carne! No sabía si hacerla eyectar del asiento o romperle la boca de un beso. Seguí mirándola, ahora sin emitir un solo gesto. Estaba petrificado sin saber que hacer.
-¡Guarda! – Dice ella señalando hacia delante.
Clavé los frenos, me fui a la banquina y evité un choque contra otro auto. El motor se paró.
De repente, el ruido de unos bombos y cánticos hacia la presidente se hacen cada vez más fuertes, en repudio por la guerra entre el campo y el gobierno. Subí las ventanillas para tratar de reestablecer la magia que había, hacía unos segundos, mientras ella no paraba de estrujarse los pechos del susto, mientras respiraba agitada.
- ¡Pensé que nos matábamos, bebe! –
Quise decirle mil frases amorosas estúpidas como cumplidos, pero mejor que hablar es hacer, así que recordé al querido actor de “Rolando Rivas, taxista” y le estampé un beso en la boca, como si fuera el mejor Don Juan de la historia.
La tomé de la nuca con las dos manos y le dije muy excitado:
- ¡No se vos, pero yo me adhiero al paro!
Ella miró todo a su alrededor, vió que la camioneta tenía vidrios polarizados y volviendo su mirada hacia mi zona más erógena, refuta, quizá más caliente que yo:
-No te preocupes… ¡Tengo aguante!

miércoles, 6 de mayo de 2009

La Chica Hamburguesa


Mis días como padre divorciado casi siempre terminan, o mejor dicho empiezan en Mc Donald.

Sí, Sí, ya se. Está muy mal. Los chicos no se alimentan bien, no es de lo más económico y tampoco ayuda al diálogo con mi hijo (ya que se enloquece en el pelotero). Pero es mi mejor opción para que él pueda descargar toda su energía en el patio de juegos. Por otro lado, ¿quién dijo que mi cocina es más sana que la de esta gente?

Claro, que como en todo, hay que saber mirar el lado positivo de esta situación. En el caso de mi hijo se socializa con otros niños, aprende a defenderse de gente nueva, forja su carácter y no se alimenta de comidas usualmente quemadas o pasadas de cocción.

En el caso de los padres, la cosa cambia. Un gran cartel invisible tenemos sobre nuestras espaldas que dice “Soy separado y busco amante y cocinera”. En lo posible todo en uno, al menos en mi caso.

Así que para aquellos que digan que comer en estos lugares de comidas rápidas es malo, les daría la opinión de mi cocina, lastima que no habla. Pero es ella quien sufre los atentados, cada vez que pretendo asociarme con ella para una deliciosa comida.

Hoy martes, y calculo que por ser un cliente fiel, una empleada con vestimenta distinta a las demás –y sin ningún anillo en su dedo anular- nos invita a conocer este lugar desde adentro.

- ¡Hijo, vamos a conocer la cocina de papá! –

Mi hijo me mira sin entender nada. Con 4 años, solo aceptó la propuesta.

Una vez dentro veíamos que todo estaba impecable. Las normas de higiene y seguridad, lejos estaban de parecerse a las de mi casa.

En el pequeño recorrido –ya que el lugar no era muy extenso- me percataba que las miradas y sonrisas, en cada uno de los comentarios que la joven hacía, indicaban que mis normas de seguridad estaban cayendo precipitadamente.

De repente, Paula –así lo indicaba una chapita en su camisa- comenzó a hacer unos silencios que me incomodaban. Lo pero es que creo que los disfrutaba. Me sentía vulnerable. Estaba sorprendido por la actitud de la guía. Nunca pensé que me estaba mirando con ojos de otra clase de cliente. Eso me tomó por sorpresa y me dejó tieso.

Ella siguió abusando de la situación y yo comencé a hacer comentarios tontos a mi hijo, y así tapar algunos huecos.

Por suerte el recorrido finalizó y mi hijo se hizo acreedor de una gaseosa y otro muñeco (ya habíamos almorzado cajistas felices).

Ella se acerca para saludarme con un beso en la mejilla, pero en el trayecto cambia de idea y se acerca a mi oreja.

-Más te vale que me dejes tu celular.

Fue un susurro, que lo disimuló muy bien mientras hacía una sonrisa típica de una madame de prostíbulo.

-Agradecidos por el recorrido, Srta Paula… -señalo el patio de juegos- estaremos un rato en aquel sector.

Una vez sentado, tratando de entender lo sucedido y más que nada mi actitud de hombre casado que no quiere problemas, observo como “La Chica Hamburguesa” vuelve al ruedo, ahora invitando a otros padres a realizar el recorrido. Recorre mesa por mesa, dejando la mía, para el final.

Apuré sus intenciones y empecé a revolver mis billetera. Solo encontré una vieja tarjeta de mi antiguo trabajo. Así que, taché los números viejos y dejé mi celular en la parte de atrás.

- Gracias, pero creo que ya hicimos ese recorrido.- Digo algo apurado mientras dejo sobre una esquina de la mesa, mi vieja tarjeta personal.

- No hagas que te llame. Me encantaría que estés en la puerta a las 8 en punto.

El resto del día, solo me concentré en pensar una coartada para que mi ex esposa, sin poner quejas, recibiera a mi hijo una hora antes de lo pactado.

Al acercase el inicio de clases y mi ex adivinar que mi llamado tenía fines, casi comerciales –ya que nunca llamo cuando estoy con mi hijo- jugó de mano su primera carta. Despotricó contra todos los gobiernos de turno, debido a las subas de precio en útiles escolares y ropa de ocasión para tal fin. Obviamente, no tuve otra opción que entregarme como un genio a su amo y ofrecerle el dinero en cuestión.

Ya más calmada, y entendiendo el juego, supo que una mano lava a la otra y dos la cara. Así es que Paula tenía a su príncipe azul –bastante desteñido-, en la puerta como lo había solicitado. Me sentía como un delivery de amor, o sexo, vaya a saber uno.

- ¡Por Dios! ¿Este pedazo de hombre está esperando por mí?

Le hago un símbolo de tamaño con mis dedos.

- Un pedazo así, diría yo.

Ambos largamos una carcajada y el poco hielo que quedaba de la relación, se esfumó.

- Ya veremos cuán modesto sos al hacer ese gesto.

Entramos al auto y pregunto hacia donde quiere ir.

- ¿Mi belleza te ha dejado tan tonto, que ya no recordás el camino a tu casa?

Por un momento me había olvidado que llevaba un cartel que decía “DD: divorciado desesperado”.

- Ponete el cinturón de seguridad, porque yo no pago multas de otros.

- A sus órdenes mi general – riéndose de su gastada.

- Paula, ¿no sos demasiado joven para tenerla tan clara?- Comento enojado porque, según las apariencias me llevaba como diez años menos y me estaba haciendo sentir que era la mujer de la relación.

- Puede ser, pero te aclaro una cosa. Mi nombre no es ese. Me llamo Laura.

Me quedo sorprendido mirándola. ¿A caso leí mal?

- No estás loco. Lo que leíste era Paula, solo que la empresa, cuando tiene dos personas con el mismo nombre de pila, rebautiza a la más nueva, en este caso, Paula.

En uno de los semáforos, se desprende el cinturón y toma mi arma por sorpresa. Luego siguió con mi boca, con la cual se detuvo, luego de recibir insultos y bocinazos de los conductores que estaban detrás.

Gracias a Dios que no hubo más semáforos hasta mi departamento. Subimos los dos pisos por escalera como pudimos. Éramos un solo nudo y ninguno se preocupaba por llegar. Cualquier escalón era bienvenido.

El hecho de buscar la llave, abrir la puerta -que tiene sus mañas- y encender las luces, calmó un poco el fuego que se estaba gestando. Mientras recuperábamos el aliento, tomamos distancia para reconocer nuestros cuerpos.

- Debo decirte que la vestimenta de tu trabajo, no favorece en nada tus curvas.

Ella abre la heladera como si estuviera en su casa, saca una botella de agua y comenta entre trago y trago.

- Las chicas decimos que la ropa parece diseñada por un novio celoso.

- Demasiado celoso, diria yo.

Le saco la botella y repito su ritual de tomar del pico.

- ¿Y vos? Trabajas en una empresa de software, ¿cierto? – mientras saca mi tarjeta de su cartera.

- Hasta hace algún tiempo, si.

Me hago el desinteresado y pongo el agua para tomar algo, pero la siguiente pregunta fue inevitable.

- Entonces, ¿a que te dedicas ahora?

- ¿Un par de besos y ya debo someterme a un cuestionario prematrimonial? ¡Esto si que es ir rápido!

- Tonto, solo me gusta escucharte. Ese tono porteño me mata.

Sabía que iba a seguir insistiendo. Pensé en cientos respuestas falsas. No quería que mi profesión de escritor, la flasheara y le hiciera creer cosas que no son (qué tendrá de raro o místico esta profesión, pero para bien o para mal, llama la atención).

- En verdad, realizo algunos trabajos para España vía Internet.

Ella pone cara de interesante y comienza a acercarse lentamente. Yo me doy vuelta y agarro el mate para prepararlo, aun sin saber si a ella le gusta.

- Mmm, No serás un integrante de la ETA, ¿cierto?

Comienza a respirarme en la nuca y yo me tiento por su chiste pelotudo.

- ¡Que boluda que sos! Me parece que las lombrices de tus hamburguesas te están haciendo alucinar.

- ¡Te descubrí! –grita agarrándome las bolas- ¡Sos el James Bond Argentino!

Los dos comenzamos a reir, pero ella sigue con su mano ahí.

- Será mejor que entregues tu arma.

- ¿Que la entregue o la deje caer?

- Solo apóyala en un lugar seguro – susura con voz de doblaje porno.

Dejamos la risa para otro momento, y fuimos directamente al dormitorio.

Lo que comenzó de una manera tierna, con el correr de los minutos, se convirtió en un salvajismo desmesurado.

- Estas sana- Digo agitado.

- Si lo decis por las hamburguesas, no.

Otra vez no pudimos evitar la carcajada.

- ¡Shh! Escucha. – le digo sorprendido.

- Que cosa, no siento nada.

No termina de decir eso, que se para en la cama horrorizada tirándome al piso y con las sabanas envueltas sobre su cuerpo.

- ¡No me digas que hay ratas! – Dice con una voz seca.

- No boluda, -agarrándome la cabeza- era mi erección que se fue con ese chiste pelotudo de las hamburguesas.

Ambos volvemos a la posición horizontal y me pide que la abrace. Aun le quedaba algo de miedo.

Luego de unos minutos de caricias y ronroneos, volvemos al ruedo.

- ¿En serio se fue tu erección? – dice con voz ratonera.

- ¿Te gustaría que la volvamos a llamar con mi boca?

- Eso sería una gran idea…

Finalmente, acabamos los dos mirando el techo. Ella busca un cigarrillo de su cartera y vuelve a la cama y también a las preguntas.

- Por cierto Bond, ¿qué hiciste con los forros saborizados de Coco y Vanilla?

- ¿Perdón? – digo entre asustado y enojado.

- Srta Laura, ¿hay algo que quiera contarme que yo no sepa?

Ella larga una carcajada y se ahoga con el humo del cigarrillo.

- Note asustes, solo quería saber que tan cierto era ese escrito tuyo en el blog.

¡Mierda! Cómo puta sabía de mí. Un solo libro hace más de un año y un blog personal, no hacen conocido a nadie. Las ventas del libro, solo me alcanzan para vivir casi dignamente. O sea que por plata tampoco.

- Ahora, decime con quién hice el amor, ¿con el personaje o con el escritor?

Sigo con cara de pánico. Ella se divierte de la misma manera que cuando me enseñaba la cocina de su trabajo. La estoy empezando a odiar.

- ¿Cómo supiste de mi?

- Con las chicas del trabajo siempre nos codeamos cuando llegabas con tu hijo. Un día pagaste con la tarjeta y nos quedamos con tus datos. Una de las chicas googleó tu nombre y desde entonces, en las juntadas leemos tus historias.

- Entonces todo esto…

- Sí, también es a pedido de ella. Acordemos que me encantás, pero resultaste ser tal cual tu personaje y eso hizo que no resultara difícil lograr el objetivo.

- Tenemos muchas preguntas que queremos hacerte, “Sr Escritor”.

- Nada de preguntas, son solo escritos. Lo que no hay en ellos, no lo vas a encontrar en mi cama.

- ¿Qué hay de “La Tejedora”? Ella si que te ha dado un revés. ¡Es nuestra Heroína!

La miro algo desorbitado ahora. Realmente estaba metiendo el dedo en el ventilador.

- La miro algo desorbitado ahora. Realmente estaba metiendo el dedo en el ventilador.

- Y si a las pruebas me remito, hay que tener ovarios para darte de tu propia medicina.

Como un boludo me enganché en su juego.

- ¿Te parece que me merecía eso?

Ella, simula que agarra un celular y habla con sus amigas “Chicas, ¡lo confirmé!”. Luego se me ríe en la cara con una alegría que parecía haberse sacado la lotería.

- ¡Te merecías eso y mucho más! Pero no lo escuché de tu boca. Es cierto, ¿existe?

- No solo existe, también escribe. Y muy bien por cierto.

- Entonces… -hace gestos de sacar cuentas- ¿ella es la misma que la del escrito “Taller Literario”?

- Creo que es hora de preparar un café bien negro.

Ella gritaba de alegría, estaba más que feliz, y no justamente por lo sucedido en la cama. Otra vez el personaje ofuscó al escritor.

Ya desde la cocina, le grito:

- No se por qué, comienzo a sospechar que este encuentro tiene olor a investigación privada.

- No te persogas, solo queremos saber más acerca de tus historias.

No quise ser descortés, pero algo ya me empezaba a molestar de ella y antes de apretar el botón eyector quería saber exactamente que era.

- De alguna manera seguís enamorado de “La Tejedora”, ¿cierto?

Ahí estaba la molestia. Sabía que en cualquier momento me iba a dar la estocada final.

Vuelvo a la cama con la bandeja y los dos cafés. Hecho edulcorante en el de ella y azúcar en el mío y le respondo,

- ¿Por qué debería responder a esa pregunta?

Ella pareció no escucharme. Estaba concentrada mirando el café con su mandíbula desencajada.

- Cómo carajo te animaste a poner edulcorante en el café sin siquiera preguntarme si tomo y cuánto.

No le doy importancia a lo que dice. En verdad poco me importaba, estaba enojado con ella por sacarme la ficha, y esa actuación de “soy genial” no me iba a comer.

- Ves, tenés esa cosa de papá. De protector, tu seguridad tu forma de actuar con nosotras. Estar en los detalles.

- Gracias por los elogios, pero creo que aun seguís enganchada con el personaje. Ese no soy yo.

- Sos uno solo, y sos especial.

Le hago caras de persona aburrida para que cambie de tema.

- A propósito, estudias psicología o periodismo.

Ella justo estaba tomando un buen sorbo de café y me levanta la mano haciendo un dos.

- Ya me parecía.

- ¿Te molestaría mucho dejar de seducirme? Soy pendeja pero no boluda. ¡No paras!

- Creo que te gustaría, en este momento, salir corriendo. Algo me dice que te estas enredando en tu propia red.

- Con tener el teléfono de la tejedora para que me salve, sería suficiente.

- Creo que esa llamada puede esperar todavía.

- Si vos lo decis…

Ambos dejamos las tazas en el piso y esta segunda vez, el romanticismo se impuso sobre el canibalismo. Quizá porque ya habíamos engañado al estomago y también al corazón.

Ya frente a su casa, le abro la puerta del auto para despedirla.

- Supongo que acá termina todo.- dice ella algo consternada.

- Supongo que sí – acariciando su rostro cabizbajo-… al menos así terminan mis escritos en el blog.

Me da un último beso, y con una mirada, lejos de ser la me acechó en su trabajo, me dice “adiós”.

Ambos retomamos nuestros caminos. Ella pone la llave en la cerradura y yo desde el auto, no puedo evitar contenerme. De alguna manera esa joven mujer, supo encontrar el escritor y al personaje en la misma cama. Y lo mejor de todo, es que supo como hacer para que yo no la convirtiera en una historia de más de blog. De verdad sentía que la quería.

- Por cierto, el martes le prometí a mi hijo llevarlo a ese lugar feo donde trabajas.

Ella seca sus lágrimas con su puño y se da vuelta sorprendida.

- Supongo que eso no es muy sano… para tu hijo.

- ¡La vida no es sana! Pero en este caso vale la pena, si el resultado es una hermosa sonrisa.

- Seguís haciéndolo, ¿sabías?

- Solo me dejo llevar por lo que siento.

- Mmm, ¿O estas buscando un remate para el final de tu próximo escrito?

Salto con la mano levantada como un chico que le pide a su maestra ir al baño porque se hace pis.

- ¡Yo, yo, yo!… Prefiero verte el próximo martes.

Ella se ríe con algo de bronca.

- Creo que estoy empezando a sentir la fuerza de ese mito llamado “La Tejedora”.

- La escritura me llama, es hora de irme.

Ella saca algo de la cartera y veo que sus intenciones no son buenas. Arranco y veo por el espejo que me revolea un muñeco de esas cajitas felices.

Trato de esquivarlo pero su puntería es excelente. Y se mata de risa.

lunes, 4 de mayo de 2009

La mujer disfrazada de Keats




Llegué temprano al cine. El Shopping casi no tenía gente y en el sector de entrada al complejo solo había un puñado de personas, esperando como yo, para sacarse el aburrimiento.

La fila para comprar pochochos, tenía otro tanto de personas. Una madre intentando hacerle upa a su hijita de apenas 45 kilos; un hombre de unos 50 años al estilo Sean Connery, con una barba que desprolija, pero que, al verle un libro en la mano, me di cuenta que era otro cazador de mujeres imprevistas. Dos jóvenes que no reprimían sus hormonas, cada vez que se rozaban y dos viejitas que estaban más para tocar el arpa que la guitarra, completaban el espectáculo previo.
Cómo los pochoclos no me gustan, porque me dan mucha sed, y mucha sed me obliga a tomar Drogacola, y querer más Drogacola, lo que implica sacar plata de mi billetera, cosa que no abunda, me quedo observando y pensando que sin plata y con panza, no soy un buen candidato para captar mujeres, lo que me pone en una perspectiva desesperante. En fin, me acerco al que corta las entradas, pero me las devuelve, ya que la sala aun no estaba disponible.
Busco un asiento cerca de la cartelera para distraerme un rato, pero no pude evitar visualizar a una chica leyendo un libro (y no parecía de autoayuda, por suerte).
- Guau! – digo mientras busco en el bolsillo de mi saco, unas pastillas Tic Tac de naranja.
Ya no quedan casi lectoras y crease o no, para mí un libro en manos de una mujer, es como un buen perfume en su cuello.
Busco en la cartelera si relaciono una película con algún libro, pero nada. Aparentemente, el objetivo era del palo. Así que, disimuladamente vuelvo a tickear la entrada, con el fin de que me rebotaran nuevamente y así pasar por al lado de ella y confirmar el título del libro.
Su belleza era tan interesante como el libro que tenía ante sus ojos.
“Poemas”, de John Keats. ¡Que alguien me salve de esta belleza disfrazada de mujer solitaria!
Ante una situación así, usaría un término muy masculino, pero que solo sucede en las mujeres, así que imagínense mi emoción cuando encontré a ese terroncito de azúcar, ¡leyendo a un poeta del siglo pasado!
Por desgracia, mi aspecto, poco tenía de escritor, profesor, o algo por el estilo. Por lo tanto, no había nada que pudiera hacer, para que ella sacara los ojos de esas bellas estrofas. Y mucho menos para canjearlas por mi aspecto deteriorado debido a mi soledad y mi oficio.
Aun tenía que esperar unos diez minutos para entrar a la sala. Pensé en acercarme, pero si estaba leyendo a Keats, qué mejor que contemplarla.

Me quede extasiado recorriéndola descaradamente con la mirada, la mandíbula desencajada, buscando una excusa para abordarla, vislumbrando el día después; pensé en tirar deliberadamente la entrada al piso justo al pasar delante de ella… si surtiera efecto mas tarde pensaría….

“No se como, logré que ella me de bola a la salida del cine y diez años después, nos encontramos viviendo juntos, en un lindo Depto vaya a saber donde”.

- ¿Por qué conservas ese libro en la mesa de luz?
Dice mi terroncito que aun no apagaba la luz de su lado de la cama.
- ¿Cuál? – digo yo, boca abajo, con la cara en la almohada, algo cansado por el buen momento previo a la lectura.
- El de John Keats
- ¿En serio me lo preguntas? – incorporándome
- Sí.
- Ese poeta me salvó de seguir naufragando en un mar de corazones tibios.
- ¿Todavía tenes ganas de hacerme el filo?
- ¿El filo… nada más?
Ambos empezamos a reírnos, mientras mis manos buscan sus debilidades. Desarmamos la cama, pero la risa es más poderosa. Pido un tiempo para recuperar mi aliento, mientras ella levanta los libros que cayeron de su lado de la mesita…

Un cuerpo algo exuberante para definirlo como ser humano, me saca de mi película, de mi sueño.
- ¡Qué miras pavote!
Lo miro como quien recién se levanta y encuentra un montón de amigos en el dormitorio despertándote a las apuradas.
Seguido de mi respuesta con esa expresión, una trompada llenó de murmullos el lugar. Lo próximo que observo, fue a mi terroncito yéndose abrazada a la morsa vestida jean y un pañuelo en la cabeza (solo le faltaba la moto, que por suerte no la tenía sino también me pisaba).
Trato de acomodar mis ideas y mi ropa, mientras intento fallidamente levantarme. De repente, alguien me toma del brazo para quedar de pie.
- La próxima vez, tendrás que ser más discreto con esa reina de hadas.
Mi sorpresa fue mucha, al ver que esta persona que me doblaba en edad, tenía los mismos gustos que yo. Salvo por los pochoclos que ahora se caían ya que con una mano tenía un libro y la bolsita, mientras que con la otra me levantaba agarrándome del codo.
- Cuanta verdad, amigo. – le digo mientras sacudo mi saco y veo como el alrededor seguía como si nada hubiese pasado.
- “La belleza es la verdad… la verdad es belleza”- dice recitando con una mano en el corazón.
- “Esto es cuanto sabes… y saber necesitas”- remato esa cita que me devolvió la sonrisa.
- ¡John Keats!– decimos a la vez, citando al autor de esa gran verdad, de esa gran belleza.
- Mi nombre es Damian.
Nos damos la mano, y me muestra su entrada. Teníamos la misma sala.
- Creo que la película está por empezar.
- Entonces, vayamos ¡A por ella!. – le digo con un gesto pícaro.
- ¿Por quién? ¿Por la película? – Dice siguiéndome el chiste.
- No, por Ella – haciendo comillas en la palabra ella, con mis dedos.
- Entonces, ¡vayamos por la verdad!

… Esta vez, “Sean Connery” me ha salvado.