miércoles, 15 de abril de 2009

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Era un domingo al mediodía. Estaba solo y a pesar que el día daba para hacer un asadito en medio de la montaña con algún amigo de turno, preferí almorzar en el shopping.
Eran casi las dos de la tarde. Me arreglé como si fuera a una fiesta. Saqué mi perfume importado –que generalmente lo utilizo para citas confirmadas- y salí en busca de un domingo distinto. Aún sabiendo que jugaba Boca Juniors, en el mejor horario para la modorra.
Dejé el celular en casa a propósito, ya que demasiado debía usarlo en la semana, y partí hacia el cielo artificial de ese gigante de cemento. Típico de un porteño, quizá porque lo soy.
A diferencia de lo que pensaba, eran muchos más de los que imaginaba los que habían adoptado ese lugar como encuentro familiar.
El patio de comidas desbordaba. Por suerte los fanáticos de las cajitas felices, estaban concentrados en un rincón a plena luz artificial.
Recordando a mi madre, opté por unas pastas rellenas y me alejé de los zombies buscando lugar en el fondo, donde la luz natural entraba por un gran techo de vidrio.
Aun así me costó correr con mi bandeja para conseguir una linda ubicación. Me pareció raro ver que uno de los mejores sitios que ofrecía el lugar, estuviera vacío. Cuando me acerqué ilusionado, veo que una chica, no tan chica, estaba muy bien vestida, con bolsas de compras en una de sus manos, pero desparramada en el asiento de dos plazas, durmiendo casi en un quejido. Mi teoría de que era el mejor lugar acababa de ser confirmado.
Opté por una mesita contra la pared, cuya vista me permitía observar casi todo el resto de la mesas. Incluyendo a la bella durmiente.
No pude evitar pensar qué estaba haciendo esa chica, por cierto hermosa, sola y sin nadie que le acaramele el oído, como se veía a una pareja dos mesas más atrás.
Después de unos cuantos bocados, me dí cuenta que aquella pareja, donde los dos parecían modelos publicitarios, más ella que él, no mantenían una charla de dos. En una posición que los psicólogos determinarían como egoísta –y no pienso describirla para que aquellos que saben de lo que hablo, sigan con el privilegio de reconocerlos a tiempo-, estaba la rubia producida, obviamente muy flaca, hablando sin parar. El joven pensando vaya a saber que perversidad para después del almuerzo, que sólo él había comido, ponía cara de interesado mientras trataba de buscar posiciones que no lo hicieran dormirse. Calculo que si hubiese contado las veces que la rubia se llevaba las manos hacia ella, definitivamente se hubiese dormido.
Detrás mío tenía a un grupo de mujeres, tal vez hermanas, ya que eran todas muy parecidas y de aspecto regordete, pero muy felices, a pesar que la moda quisiera enseñar lo contrario.
Confirmado estaba que no se veían hace mucho, ya que tuve que hacer de fotógrafo para plasmar el encuentro con una cámara digital, que obviamente no sabía manejar.
Los de la mesa de al lado, miraban y sonreían. Un padre, desalineado y algo abandonado junto a sus dos hijos, me hizo pensar dos cosas. O estaba por descubrir algún cálculo matemático importantísimo para la humanidad o bien, se había dado cuenta que su futura ex mujer lo había dejado de amar. No por malo, decidí creer en la segunda opción. De todas formas era mi propio mundo, mi almuerzo dominguero donde decidía elegir quién era quién.
Tras mi último bocado y con un aburrimiento por no encontrar nada más divertido para analizar, acomodé los restos de comida en mi bandeja y me dirigí hacia el basurero que estaba a unos metros. Casualmente algo que no suelo hacer en mi casa y mucho menos después de convivir con tres mujeres –Pero no se asusten. Mi psiquiatra tiene un paciente que lleva 5 divorcios ¡Y ES CATÓLICO!-
Decidí mirar una película en el cine, con el fin de distraerme un rato, y evitar preguntar al guardia, que tenía una radio en su oreja, cómo iba el partido.
Cartelera aburrida si las hay, era la del domingo. Encima la mayoría de las películas ya circulaban por los videos club truchos como pan caliente.
Pero había una, “21 Black Jack”, que no sólo me llamó la atención sino que me hizo volver al pasado, tras ver que uno de los protagonistas era nada más y nada menos que Kevin Spacey, el mismo que me hizo ver con “Belleza Americana”, que mi primer matrimonio era todo un fracaso. Algo parecido me pasó con “Ricordate di me” en mi segundo matrimonio, pero no viene al caso.
Ya sentado en la butaca asignada, con mi bolsa de pochoclo a un lado y la gaseosa en el otro, esperé ansioso que se apagaran las luces.
La poca gente que había en la sala, me hizo dudar de la elección sobre la película, pero minutos después, empezaron a llegar los espectadores, molestando y haciendo ruido en medio de las colillas -una de las cosas que más me gusta ver cuando voy al cine-.
La verdad que la película me sorprendió y para bien. Si bien no soy crítico acepten esta puntuación: diez puntos sobre diez. Impecable. Un joven estudiante del MIT quiere ingresar a la facultad de medicina de Harvard, pero para eso debe juntar 300 mil dólares o bien una beca: pero para ganarse esta última debía, además de tener un currículo impecable, tener algo que lo haga sobresalir. Algo fuera de serie, que lo hiciera sobresalir por encima de todas las páginas que llevaba su carpeta, ya que 72 aspirantes a esa beca poseían un currículo tan bueno como él y con tantas recomendaciones iguales o mejores. Por eso debía preparar un ensayo, qué le hiciera ganar esa beca. Lo demás, mejor que imaginarlo es que vayan al cine y disfruten de esa película que me dejó no sólo con la boca abierta, sino que me hizo recordar el motivo por el cual había decido estar solo todo el fin de semana. Tenía que presentar mi propio escrito que me hiciera dar el salto a la escritura popular…

Siempre me sucede que cada vez que pasa algo importante en mi vida, y no hablo de sólo cosas buenas, lo identifico con las películas o bien, cuando era más joven, con temas musicales. Pero como la música cada vez viene más enlatada, me volqué al cine. Y como ahora pago solo una entrada, se volvió un vicio que vaya a saber hasta cuándo durará.
Creo que esta película dio en la tecla e hizo un clic en mi cabeza (ojo que no soy Adam Sandler). Y como no tengo 300 mil dólares decidí hacer este blog… al menos hasta que me den el alta.

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