martes, 28 de abril de 2009

La Petite Mort



Luego de medirme la oreja con una regla que encontré en la sala de espera en el Psiquiatra (vaya a saber uno que hacía una regla entre tantas revistas), la secretaria me llama para pedirme los datos de la obra social.
Cinco centímetros de oreja. La secretaria, que también es cómplice de mi blog y mis locuras, se ríe al ver que entro con la regla y mis dedos, dejando en claro una medida.
- No se qué es, pero es chico – dice sin mirarme y sin poder contener la risa.
Ahora giro mis dedos, enseñando que no es justamente alto, sino ancho, mientras la miro fijo y le levanto mis cejas.
- Bueno en ese caso, retiro lo dicho.
- No, de todas maneras sigue siendo chico.
- …Si usted lo dice.
Ambos reímos. Pero ella insiste en reírse y lo hace nerviosamente, como para que yo siga acotando, pero me callé. Estaba idiota.
La verdad que no me caía bien, al menos hasta ese momento, ya que cumplía con todos los requisitos para matarla (y no justamente en la cama), pero bueno, eso será motivo de otro posteo.
- El Dr. te está esperando abajo.
Mientras busco las escaleras para llegar al consultorio, me doy cuenta, sin mirar, como se queda mirándome, pensando vaya a saber que. ¡Cómo me molesta eso! Entonces, me doy vuelta a propósito para decir algo, al igual que lo hacen esas minas que llevan un jean encarnizado, solo para dejarla en evidencia. (no hace falta que explique el quilombo que hizo girando su cuerpote y tirar todo lo que tenía a su alrededor).
Ahora sí, bajo satisfecho, dándole más motivos a mi idiotez para que siga en mi cuerpo un tiempo más.
Ya sentados con el Dr. frente a frente (en esos sillones lejanos), mi idiotez no me permite decir nada. La guerra del silencio comienza. El Dr. se acomoda y ajusta sus anteojos, dejando otra vez enseñarme una leve sonrisa, para que diga algo.
- Bueno, sí. Estoy idiota, ¿y qué?
Me sigue mirando sin inmutarse.
- Dr. estos juegos que ustedes suelen hacer para que hablemos, no esta dando resultados. ¿Por qué nos hacen esto?
- ¿A caso no estás hablando?
- Bla blabla bla bla bla
- Bla bla blaabla bla (tampoco les voy a contar todo lo que me pasa, ¿no?, hay que mantener algo de mística).
Más pastillas, más dosis. Más locura. Eso sí, ya sin la idiotez.
Al salir, ya se había hecho de noche. Y la Sexta Sección (barrio de Mendoza) se vuelve muy oscuro.
Mientras cierro la puerta, trato de recordar donde puta dejé el auto.
- Epa, epa, epa. Mirá lo que se guardaba la noche.
Me pongo de frente a la mujer que me acaba de intimidar, pero aun así, la falta de luz y de mi memoria, no me traen el más vago de los recuerdos.
- Hola – Digo con cara de nada, tratando de ver si en esos segundos recupero la memoria.
- Farmacia, remedios, cajón de muertos, ¿te recuerda algo?
Trato de poner mi mejor cara y adivinar. Pero nada. Estaba siendo descortés. Y la verdad, que sin el guardapolvos, se veía interesante.
- ¿Puedo pedir otro comodín?
- ¡Ja Ja! No, pero está todo bien. Trabajo en la farmacia. Compraste unos remedios, te di mi celular, hice algunas bromas pesadas, me expuse a tu juicio, pero no alcanzó. Nunca me llamaste (Ver: a la salida del Divan).
- Creo que ya te recuerdo. – En verdad recordé aquel momento donde me creía el hombre araña.
- Veo que seguis con medicaciones – arrancándome las recetas de mi mano.
- Parece que soy un loco, nomás.
Se pone a leer y mueve los labios como quien reza en voz baja. Empieza a rotar las recetas como si fuera un mazo de cartas y su expresión de no poder creerlo, me intimida un poco.
- De verdad, ¡estás hecho mierda!
- Creo que te lo mencioné aquella vez en la farmacia.
Ella se ríe y aprovecha ese gesto para abrazarme y darme un beso en la mejilla.
- ¿Me acompañas unas cuadras?
- Depende, tengo el auto por acá, si querés te acerco.
- Prefiero caminar, la noche está increíble.
- Bueno, vamos.
Y ahí estaba yo. Como un perrito con su collar controlado, en este caso por la farmacéutica. ¿Por qué acepté ir, cuando ni siquiera se a donde me llevan? Esto del SI fácil, me está llevando vaya a saber donde, y la verdad estaba cansado para hacerme el Jim Carrey como en la película ¡Si Señor!
En el caminar, sus tacos hacían más ruidos que sus palabras. Y con cada uno de sus pasos, ella rozaba mi antebrazo con el mío. “Acá hay olor a telo”, pensé.
No recuerdo que estaba diciendo para matar al silencio que cada vez era más ensordecedor. Llego a una esquina y ya no siento su brazo tocando el mío. Cuando estoy por bajar el cordón, su mano me agarra del codo y de un empujón, me lleva en dos pasos, hasta una pared, que un foco quemado ya no alumbraba. Era un pasaje muy angosto, donde apenas había espacio para un auto y por supuesto, sin veredas.
Mis músculos se ponen en guardia, y ahora soy yo, quien controla la situación, tomándola de los brazos y empujándola con mis besos, hasta el rincón más oscuro del pasaje. Sus piernas debilitan las mías y su boca de anchos labios inferiores, me saca hasta el último suspiro. Una caricia mía sin permiso, acaba con sus fuerzas. Mi pecho suena como un tambor. Los besos poco a poco, dejan de ser húmedos y ruidosos, hasta volver a su tamaño original. No abrazamos y ella apoya sus pensamientos en mi corazón y la escucho murmurar.
- Petite Mort… Petite Mort- rasgando mi camisa con sus uñas, algo cansada.
Quise preguntar que estaba diciendo, pero preferí llamar al silencio. El momento, aun era sublime.
Luego de una eternidad –que quizá fueron unos segundos- ambos nos acomodamos las ropas, buscamos la mirada del otro, bajo una luna que aun no alumbraba y luego de otro abrazo y un beso con suspiros incluidos, encaramos los lados opuestos de la calle.
- Creo que todavía guardo el ticket – arrojo tímidamente, ya con unos pasos de distancia.
Ella consigue darme la mejor sonrisa de una niña pura. Me arroja un beso y ambos volvemos a nuestros caminos.
- ¡Donde puta dejé el auto! – mientras camino apurado, pensando lo peor.
De repente el tema de Laura Pausini “Entre tú y mil mares” me paraliza. Era una llamada de La tejedora.
- ¿hola? – digo temeroso.
- ¿Cómo andas nene? – con una voz que sonó como si nos hablásemos a diario.
- Yo bien, pero… ¿vos estas bien? – tratando de entender su llamado.
- ¡Ja, ja, ja! Sí, todo bien. ¿te sorprendí?
- Digamos que algo así – mientras miro a todos lados pensando que me ha estado viendo.
- Vos que le haces al francés, ¿te puedo hacer una pregunta?, ya se que llamaste vos, pero sacame de una duda.
- Decime…
- Que quiere decir Petite Mort.
- ¡Sos un choto! Tuh, tuh, tuh, (cortó)
No se que hice, pero la cagué otra vez. Y esta vez, no solo me quedé sin ella, sino también sin auto. El espacio vacío me confirma, que me lo acaban de afanar.
Continuará…

3 comentarios:

Yo, la peor de todas... dijo...

ESAAAAAAAAAAAAA yo sabia que en esa farmacia te daban algo especial aparte de las pastillitas de colores... me encanto el post
besotes
yo

Natz dijo...

Bueno, medirse la oreja...Petit mort...depende como se lo mire puede estar todo relacionado.
Te bajarán la dosis por empezar a relacionar cosas? Hum...

Muy bueno como siempre!! =)

claudia dijo...

Gracias por el atajo al blog… ahora si lo lei todo!!! Te felicito … tenes una escritura atrapante!!!!
Clo