domingo, 19 de abril de 2009

Eramos tan pobres



Conseguir trabajo en la época Menemista y encima con 18 años recién cumplidos, las posibilidades de éxito eran casi nulas. Ni hablar si encima le agregábamos que era pleno verano.
Pero ahí estaba, buscando un milagro en los clasificados de un día lunes. Tenía bien claro que no pensaba estudiar, pero créanme que al ver las ofertas lo pensé dos veces, es más hasta llegué a creer que mi viejo había mandado a imprimir el diario a propósito, para hacerme desistir de mi idea antes de empezar a concretarla.
Pero recordé viejas anécdotas. En especial una cuando tenía apenas 4 años. Mis padres fueron de vacaciones con el fin de ver a un tío de mi viejo a Montevideo.
Obviamente, como en esa época pedir golosinas era como insultar a los padres, me las rebusqué para vender unos atados de orégano que cosechaba mi tío Vicente en post de algunas monedas y concretar mi sueño de comprar unos dulces. El negocio prosperó hasta que una vecina se le ocurrió contarle a mi tío, la sangre turca que llevaba su sobrino en los bolsillos.
A la mierda las golosinas, la playa y todo lo que traspasara la puerta de mi habitación. Luego, con los años, seguí insistiendo -pero no vienen al caso todas mis experiencias laborales a excepción de ésta-.
Ese recuerdo me volvió a dar el coraje y me recordó que todo es posible siempre y cuando uno lo anhele con una pasión que no tenga límites. (tal como fue con las golosinas).
Lo que les estoy contando cambió el rumbo de mi historia. No sé si es parte del destino, pero yo decidí abrir esa puerta y saber a dónde me llevaba.
Luego de marcar en el diario y llamar a varios avisos clasificados, había uno que parecía el más interesante:
“Importante empresa multinacional en expansión busca jóvenes con EXCELENTÍSIMA PRESENCIA (Excluyente), para incorporarse de inmediato a su staff ($1200 + comisiones)…”.
Para aquel entonces, ese dinero no era nada despreciable. Y mucho más para un joven que tenía más músculos que cerebro y un currículum que moría en tres párrafos.
El tema es que para las dos de la tarde de ese mismo día, tenía una entrevista, a unas pocas cuadras de plaza Flores.
Dos colectivos de por medio, un calor que sólo Buenos Aires podía ofrecerme, y una corbata que no se acostumbraba a ser usada, fueron suficientes para entrar de mal humor a un edificio destruido, que en nada se parecía a esa imagen que tenía de multinacional en expansión.
Pero allí estaba. Mientras veía las distintas clases sociales que se agolpaban en la entrada para dejar los curriculum a una secretaria improvisada, en lo único que pensaba para no salir corriendo, era que tenía que tener el trabajo para no ir a la facultad.
Al cabo de dos horas de espera, observaba como la gente iba entrando de a grupos de veinte a un salón donde deberían dar el discurso evangélico para entrar a la bestial multinacional.
La cosa olía raro, pero ya había perdido la tarde y sólo me quedaba esperar. A todo ésto, no tenía la más pálida idea a que se dedicaban. Entre los que estábamos ahí, nos aseguramos que no era una de esas fantasmales ventas de tiempo compartido; porque ahí se armaba la rosca.
Ya harto, sentado en el piso y esperando un milagro, de una de las puertas del pasillo, salió una rubia de unos 40 años, con mi curriculum en mano y nombrando solo mi nombre de pila (táctica innovadora para ese tiempo).
Me incorporé como pude, puse la mejor de mis caras y entré a la habitación.
La mujer se ubicó rápidamente en su asiento ejecutivo y empezó a venderme la empresa como si fuera la Coca Cola. Después de un monólogo ensordecedor durante cinco minutos, la interrumpí.
- ¿Mire todo bien, pero… a qué se dedican?
La mujer, que ahora tenía el título de gerente, bajó sus deciveles, tomó aire y esbozó tímidamente:
- … Vendemos cacerolas a domicilio.
Mi cara de odio se notó al instante. Tenía ganas de tirarle todo lo que había en su escritorio. A la mierda con todas mis máximas del trabajo. ¡Quería matarlos!. No estudiar para vender cacerolas, no era negocio. Estaba en el horno y mi tiempo para conseguir trabajo se agotaba.
La bella señora de taco aguja, pollera ejecutiva, y vasta experiencia para reclutar inocentes como yo, utilizó el botón rojo para retenerme.
Se levantó, caminó hacia una ventana, dejando que vea su trasero de avispa meneándose, se apoyó con sus dos manos sobre el marco y sin mirarme, dijo ahora con vos firme.
- Bebé, quiero que te quedes. Puedo pagarte un fijo arriba de mil quinientos pesos y darte buenas comisiones…
Esas palabras fueron como un golpe de Tyson. Ahora la palabra cacerola no parecía tan mala.
- Un tipo como vos, no aparece todos los días- remató ella.
Luego de esas palabras mi protector bucal estaba en algún lugar del ring, mientras me resucitaban.
- Veras que no te hice pasar a ver esa demostración estúpida que hacemos. Sólo necesitamos seis personas y un líder.
Cada vez entendía menos. ¡¿Acaso no eran cacerolas?!. La gerente se acercó de una manera muy seductora y sentándose sobre la punta del escritorio, dejando ver un tajo desafiante para cualquier chico de 18 años, atacó nuevamente:
- Creeme que se distinguir de entre miles, a un verdadero líder con sólo mirarlo a los ojos.
El que no distinguía nada era yo. Estaba con la boca seca y el miedo a lo desconocido (en aquel tiempo era virgen), pregunté con voz aflautada:
- La propuesta es muy interesante, pero… ¿qué debo hacer para empezar?
Ella sonrió, abrió sutilmente las piernas y yo tragué saliva. Ahí entendí como se puede llenar un curriculum sin tantos estudios.
Salí de la oficina exhausto, asustado y totalmente desarreglado. El muchacho con el cual compartimos unas palabras, me preguntó de qué se trataba la cosa. Lo miré con cara de aturdido y sólo le hice una seña para que me dejara pasar.
Recuerdo que ese día me lo pasé en mi habitación, tratando de entender cómo fue que había perdido eso tan preciado en cuestiones de amor.
En la cena no acoté una sola palabra. Empezó el programa favorito de mi viejo “No toca Botón” y por primera vez, no pude reirme cuando el talentoso Alberto Olmedo expresó su frase que lo eternizó: “Eramos tan pobres…”

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