martes, 28 de abril de 2009

La Petite Mort



Luego de medirme la oreja con una regla que encontré en la sala de espera en el Psiquiatra (vaya a saber uno que hacía una regla entre tantas revistas), la secretaria me llama para pedirme los datos de la obra social.
Cinco centímetros de oreja. La secretaria, que también es cómplice de mi blog y mis locuras, se ríe al ver que entro con la regla y mis dedos, dejando en claro una medida.
- No se qué es, pero es chico – dice sin mirarme y sin poder contener la risa.
Ahora giro mis dedos, enseñando que no es justamente alto, sino ancho, mientras la miro fijo y le levanto mis cejas.
- Bueno en ese caso, retiro lo dicho.
- No, de todas maneras sigue siendo chico.
- …Si usted lo dice.
Ambos reímos. Pero ella insiste en reírse y lo hace nerviosamente, como para que yo siga acotando, pero me callé. Estaba idiota.
La verdad que no me caía bien, al menos hasta ese momento, ya que cumplía con todos los requisitos para matarla (y no justamente en la cama), pero bueno, eso será motivo de otro posteo.
- El Dr. te está esperando abajo.
Mientras busco las escaleras para llegar al consultorio, me doy cuenta, sin mirar, como se queda mirándome, pensando vaya a saber que. ¡Cómo me molesta eso! Entonces, me doy vuelta a propósito para decir algo, al igual que lo hacen esas minas que llevan un jean encarnizado, solo para dejarla en evidencia. (no hace falta que explique el quilombo que hizo girando su cuerpote y tirar todo lo que tenía a su alrededor).
Ahora sí, bajo satisfecho, dándole más motivos a mi idiotez para que siga en mi cuerpo un tiempo más.
Ya sentados con el Dr. frente a frente (en esos sillones lejanos), mi idiotez no me permite decir nada. La guerra del silencio comienza. El Dr. se acomoda y ajusta sus anteojos, dejando otra vez enseñarme una leve sonrisa, para que diga algo.
- Bueno, sí. Estoy idiota, ¿y qué?
Me sigue mirando sin inmutarse.
- Dr. estos juegos que ustedes suelen hacer para que hablemos, no esta dando resultados. ¿Por qué nos hacen esto?
- ¿A caso no estás hablando?
- Bla blabla bla bla bla
- Bla bla blaabla bla (tampoco les voy a contar todo lo que me pasa, ¿no?, hay que mantener algo de mística).
Más pastillas, más dosis. Más locura. Eso sí, ya sin la idiotez.
Al salir, ya se había hecho de noche. Y la Sexta Sección (barrio de Mendoza) se vuelve muy oscuro.
Mientras cierro la puerta, trato de recordar donde puta dejé el auto.
- Epa, epa, epa. Mirá lo que se guardaba la noche.
Me pongo de frente a la mujer que me acaba de intimidar, pero aun así, la falta de luz y de mi memoria, no me traen el más vago de los recuerdos.
- Hola – Digo con cara de nada, tratando de ver si en esos segundos recupero la memoria.
- Farmacia, remedios, cajón de muertos, ¿te recuerda algo?
Trato de poner mi mejor cara y adivinar. Pero nada. Estaba siendo descortés. Y la verdad, que sin el guardapolvos, se veía interesante.
- ¿Puedo pedir otro comodín?
- ¡Ja Ja! No, pero está todo bien. Trabajo en la farmacia. Compraste unos remedios, te di mi celular, hice algunas bromas pesadas, me expuse a tu juicio, pero no alcanzó. Nunca me llamaste (Ver: a la salida del Divan).
- Creo que ya te recuerdo. – En verdad recordé aquel momento donde me creía el hombre araña.
- Veo que seguis con medicaciones – arrancándome las recetas de mi mano.
- Parece que soy un loco, nomás.
Se pone a leer y mueve los labios como quien reza en voz baja. Empieza a rotar las recetas como si fuera un mazo de cartas y su expresión de no poder creerlo, me intimida un poco.
- De verdad, ¡estás hecho mierda!
- Creo que te lo mencioné aquella vez en la farmacia.
Ella se ríe y aprovecha ese gesto para abrazarme y darme un beso en la mejilla.
- ¿Me acompañas unas cuadras?
- Depende, tengo el auto por acá, si querés te acerco.
- Prefiero caminar, la noche está increíble.
- Bueno, vamos.
Y ahí estaba yo. Como un perrito con su collar controlado, en este caso por la farmacéutica. ¿Por qué acepté ir, cuando ni siquiera se a donde me llevan? Esto del SI fácil, me está llevando vaya a saber donde, y la verdad estaba cansado para hacerme el Jim Carrey como en la película ¡Si Señor!
En el caminar, sus tacos hacían más ruidos que sus palabras. Y con cada uno de sus pasos, ella rozaba mi antebrazo con el mío. “Acá hay olor a telo”, pensé.
No recuerdo que estaba diciendo para matar al silencio que cada vez era más ensordecedor. Llego a una esquina y ya no siento su brazo tocando el mío. Cuando estoy por bajar el cordón, su mano me agarra del codo y de un empujón, me lleva en dos pasos, hasta una pared, que un foco quemado ya no alumbraba. Era un pasaje muy angosto, donde apenas había espacio para un auto y por supuesto, sin veredas.
Mis músculos se ponen en guardia, y ahora soy yo, quien controla la situación, tomándola de los brazos y empujándola con mis besos, hasta el rincón más oscuro del pasaje. Sus piernas debilitan las mías y su boca de anchos labios inferiores, me saca hasta el último suspiro. Una caricia mía sin permiso, acaba con sus fuerzas. Mi pecho suena como un tambor. Los besos poco a poco, dejan de ser húmedos y ruidosos, hasta volver a su tamaño original. No abrazamos y ella apoya sus pensamientos en mi corazón y la escucho murmurar.
- Petite Mort… Petite Mort- rasgando mi camisa con sus uñas, algo cansada.
Quise preguntar que estaba diciendo, pero preferí llamar al silencio. El momento, aun era sublime.
Luego de una eternidad –que quizá fueron unos segundos- ambos nos acomodamos las ropas, buscamos la mirada del otro, bajo una luna que aun no alumbraba y luego de otro abrazo y un beso con suspiros incluidos, encaramos los lados opuestos de la calle.
- Creo que todavía guardo el ticket – arrojo tímidamente, ya con unos pasos de distancia.
Ella consigue darme la mejor sonrisa de una niña pura. Me arroja un beso y ambos volvemos a nuestros caminos.
- ¡Donde puta dejé el auto! – mientras camino apurado, pensando lo peor.
De repente el tema de Laura Pausini “Entre tú y mil mares” me paraliza. Era una llamada de La tejedora.
- ¿hola? – digo temeroso.
- ¿Cómo andas nene? – con una voz que sonó como si nos hablásemos a diario.
- Yo bien, pero… ¿vos estas bien? – tratando de entender su llamado.
- ¡Ja, ja, ja! Sí, todo bien. ¿te sorprendí?
- Digamos que algo así – mientras miro a todos lados pensando que me ha estado viendo.
- Vos que le haces al francés, ¿te puedo hacer una pregunta?, ya se que llamaste vos, pero sacame de una duda.
- Decime…
- Que quiere decir Petite Mort.
- ¡Sos un choto! Tuh, tuh, tuh, (cortó)
No se que hice, pero la cagué otra vez. Y esta vez, no solo me quedé sin ella, sino también sin auto. El espacio vacío me confirma, que me lo acaban de afanar.
Continuará…

viernes, 24 de abril de 2009

Otra Vez al Diván

Mucho tiempo pasó, desde que estuve con mi psiquiatra. Y muchas cosas me han pasado en ese lapso donde la Ritalina abandonó mi cuerpo para hacer estragos con mi vida.
La alegría al vernos, fue mutua. Una sonrisa pícara nos abrazó y nos acomodó a cada uno en uno de los sillones.

- Esta distancia que dejás entre tu sillón y el del paciente, ¿es por si alguno se te hace el loquito? – pregunto descontento por la frialdad que eso significaba.

El Dr. Larga una carcajada.

- Siempre el mismo vos. ¿No cambias más, eh?
- Ni con toda la Ritalina del mundo.
- Eso sería mucho.
- Depende – digo dudoso.

Ahí nomás el Dr. Se pone los lentes de lectura y entiendo que sin querer o queriendo empieza la terapia.
Por supuesto que abandonar el tratamiento y volver al año, no era fácil de explicar en breves oraciones. Mucho menos siendo una persona tan verborrágica como yo. Así que mi amigo y Dr. se toma mas de una hora para tratar a este loco lindo, que hace con sus escritos, un momento de lectura rápida y amena, cuando el poder del ojo marrón lo llama al trono.

- Te hago una pregunta, lo que escribis, ¿es todo cierto?

Lo miro como si se me desenfocara de mis lindos anteojitos seductores.

- No se por qué, Dr. Me suena que su pregunta poco tiene que ver con el tratamiento.
- Por favor, todo tiene que ver con todo – enseñando una sonrisa por uno de sus costados de la cara.
- Entonces, la publicidad que dice: un amigo es un psicólogo, ¿es cierto?
- En realidad, un psicólogo puede ser un amigo, pero en este caso, soy tu psiquiatra.
- Mmm –mirándolo con ojos de chino- Me parece que Ud. está abusando de ese diploma que tiene en la pared.

Ambos nos reímos. Y el empieza a recordar algunos pasajes de mis historias blogueadas.

- ¿Por qué todos me preguntan que hay de cierto y que de verdad, Dr?
- Porque tenemos la posibilidad de hacerlo. Con un libro es imposible dar con el autor.
- ¿Y si el que pregunta es el psiquiatra del escritor, mucho mejor?

Las carcajadas ahora hacían encrespar los nervios de los que esperaban al otro lado de la puerta.

- Mire, eso es algo que me lo voy a llevar a la tumba. Mi respuesta genérica es la siguiente: Conoces el principio de Pareto, 80/20? Bueno, igual.
- Pero no todos son del mundo comercial, como vos, para saber sobre esa regla.
- Obvio, para eso existe ¡Google!
- Entonces es 80 por ciento verdades y 20 por ciento ficciones, ¿o al revés?
- Usted no ha sido sobornado por La Tejedora, ¿cierto?
- Entonces, ¿existe? – ambos volvemos a reír pero ahora tapándonos la boca.
- Volviendo al tema, necesito pedirte que esta vez, no dejes el tratamiento. Vos tenes que pensar que tu cerebro es como un disco rígido que falla. No es un virus ni un gusano informático, simplemente falla. Lo cual se soluciona con una simple pastilla y con la ayuda de unas simples tareas, que ya sabes cuales son.
- Buena analogía Dr, diría mi amigo el Pelado.
- Si miras tus posteos, te das cuenta de cómo sube y baja tu TDA (trastornos de atención). Hay meses que te desgracias escribiendo y otros, que nada.
- Prometo incorporar esas pastillitas a mi dieta diaria.

Luego de unos consejos sanos de un Dr. que realmente sabe del tema en Mendoza, se levanta y se dirige hacia uno de los rincones del consultorio, para ir en busca de unos remedios.

- Disculpeme Dr, pero usted…
- ¿Si?
- Usted es un hijo de puta
- ¿Y esa conclusión? ¿Puede explayarse por favor?
- Si, por supuesto… Tras que, los que venimos y nos sentamos en este sillón, alejados del que sabe, tenemos que someternos a la difícil pregunta de entender si ese mueble que usted tiene, está con todas las patas muy torcidas, o es que nosotros ya vemos boludeces.

No puede evitar volver a reírse.

- Lo hace a propósito para no darnos el alta nunca y usted puede seguir llenado sus arcas, ¿cierto? ¡Confiese! – digo muy gracioso pero con cara de sacadito, a lo Brad Pitt, en la película 12 monos.
- Me hiciste acordar que también debo darte unas píldoras para la fatiga cerebral.
- ¿Por qué, Dr?
- ¡Porque estas hecho MIERDA!

jueves, 23 de abril de 2009

El buey solo bien se lame

Así me dijo un día mi padre, en uno de esos viajes a Quilmes a ver unas tías abuelas turcas (en realidad árabes). El Ford Falcon modelo ´71 nunca taxi, que en realidad develó su verdadera identidad al rascar un poco pintura negra del techo, fue la calabaza que hizo que nuestro almuerzo dominguero, se convirtiera en Fatay, Kepe crudo, cocido, fideos con estofado, vino de damajuana para los más grandes y agüita fresca para los más chicos. (¡minga gaseosas!)
El Felipe (pan de mesa) era nuestro aliado a la hora de esperar todo ese manjar que las tías ofrecían como muestra de amor, ante un viaje que solo su sobrino era capaz de hacer para mantener a la familia “unita” (ya que todas estaban casadas con tanos de pura sepa).
Obviamente la radio era AM, nada de FM y mucho menos de MP3 o cd. A lo sumo un casette de Valeria Linch que hacía que la humanidad se fuera del cuerpo para no escucharla acompañada de los cánticos de mi santa madre.
Pero era domingo y tipo 11, lo único que se escuchaba por ley eran los partidos del campeonato metropolitano (eternos) donde Racing convertía a mi padre en el mayor irónico de los hombres. Entonces, ahí aparezco yo, con todo el TDAH que podía generar mi cerebro.
- Papá, ¿por qué se casaron ustedes? – pregunto distraídamente.
Esa mañana mis padres habían discutido. El calor de un verano porteño no ayudaba y mis preguntas en el momento menos indicados, tampoco.
-¡Ja! – dice mi madre- Respondele a tu hijo- Mientras da vuelta la cara contra la ventanilla para dejar bien claro que estaba muy enojada.
Mi padre se rasca el bigote que lleva desde su casamiento (y nunca me quiso decir porque lo usaba) y saca lo peor de sí.
- Hijo, el buey solo bien se casa, esbozando una sonrisa para llamar la atención de su amada esposa.
Me quedo mirándolo. Con 9 años, apenas sabía preguntar. Estaba claro que la batalla no era la mía pero igual seguí molestando.
- ¿Mami, que quiso decir? Colgándome del hombro de una forma cargosa como solo los hijos lo saben hacer
- Mirá hijo, te voy a enseñar algo.
Mientras mira a su marido con ira y disfrutando como le dejó la pelota picando para hacer un golazo de media cancha.
- El hombre solo, vive como un rey, pero muere como un perro.
Volviendo ahora su cara hacia la radio para apagarla. Demostrando que aun manda ella.
Actualmente vivo solo y me pregunto, si esa charla de domingo con mis padres, fue la que me llevó a tantos amoríos desencontrados.
De todas formas, vivo solo y como dijo mi papá, vivo como un rey, pero tampoco quiero morir como un perro.
Ahora solo resta encontrar a mi reina, para que la profecía de mi madre no se cumpla y yo, vuelva a ser un hombre, como mi padre en ese Falcon 71.

martes, 21 de abril de 2009

El día que fui rico



Atrás quedaron las cacerolas, las entrevistas de trabajo, los acosos sexuales y mi miedo a estudiar.
Ahora me encontraba en posición de jefe, tenía mis propios negocios y empezaban a aflorar mis sueños que alguna vez, de chico, me acompañaron en cada tarde de merienda junto a Walter Lance, cuando nos enseñaba a dibujar al Pájaro Loco.
Un día me levanté y decidí hacer realidad la idea de hacer dibujos animados. Así fue que un 8 de diciembre, feriado, me puse en contacto con algunas productoras de TV y ose decir que tenía algunos guiones para dibujos animados, que obviamente, aun no escribía.
Para mi sorpresa, a los pocos días, recibí una invitación, de la productora que en aquel entonces venía haciendo furor en el país. Y pocos meses después, intercambiaba mi trabajo entre una ciudad que me dio una hija soñada, un casamiento, un divorcio prematuro y la querida Buenos Aires.
Mis ideas se materializaban en una oficina de pleno microcentro -Corrientes y Florida-, trabajando junto a otro loco como yo, juntando gente que anime, dibuje, ilustre, y personalidades de la farándula para poner las voces.
Mi otra mitad de la semana, estaba destinada a mi dulce pueblito, que aunque no nací allí adopté como propio, donde entre otras cosas, daba clases de informática y ciencias de la comunicación.
El tema es que de miércoles a domingos, estaba en Capital, solo y sin tener a quién llevar a su casa, un sábado por la noche.
Como los boliches no son mi fuerte, decidí llamar a una amiga, que la vida nos vio crecer juntos. Nuestros padres eran amigos inseparables, y por ende ella era algo así como una hermana.
Así fue como sin querer o queriendo, hizo todo lo posible para que su mejor amiga se convirtiera en mi novia. Y así fue. Dos meses después estábamos en un sillón, abrazados, sellando el momento con un tema del Gordo Caseros (shimaUta).
Mi amiga-hermana, estaba chocha. Éramos la pareja ideal. Teníamos los mismos gustos, los mismos desengaños y la misma mejor amiga!
Todo era perfecto, sólo faltaba el enano de la Isla de la fantasía. Pero había un detalle. Mi nueva profesión requería vincularse con personajes del under ilustrativo, lo cual implicaba tenía que subir o bajar, como quieran interpretarlo, hasta el nivel de locura de ellos y eso me convertía en uno de ellos.
Eso incluía charlas con el Gordo Caseros, que en ese tiempo tenía un barco y ¡le estaba adaptando un volante de carrera en lugar de un timón a su velero de 22 pies!. Era el país del nunca jamás, todos hacían lo que realmente querían.
Así estaban las cosas. Todo venía viento en popa. Los dibujos comenzaban a sonar. Eran todo un éxito. Otro de mis sueños empezaba a ser redituable y lo que era un hobbie, se transformó en una pasión que dejaba buenos dividendos.
Con mi socio y amigo, se nos subió el humo a la cabeza. Notas en todos los canales de televisión, merchandasing de nuestras creaciones y se empezaban a escuchar ofertas televisivas con conductores de renombre.
Pero de un día para el otro, el que parecía tener TDAH no era yo, sino el presidente de la República, que luego de dar una serie de contraordenes, decidió tomarse el palo en su helicóptero presidencial, para dar lugar a una infinidad de presidentes posteriores que lo único que lograron fue que el dólar se fuera por las nubes y por ende nuestro proyecto se esfumara junto con el peso argentino.
Estábamos en la calle. Las productoras empezaron a desaparecer y los canales de televisión se quedaron sin programación. Nadie invertía y los espacios se rifaban al mejor postor. Pero de dinero, ni hablar.
Mi amiga y mi novia, seguían en el limbo. Nada parecía perturbarlas, hasta que caí con la noticia que me volvía a mi pueblito.
Ese día me quedé sin novia y sin amiga. Pero aprendí una cosa. “Cuando buscamos un sueño, puede que no se dé. Pero el sabor de haberlo intentado todo por obtenerlo, te deja la satisfacción de haber aprendido algo que no está en ningún libro”. Y como decían los Mayas, la verdadera ciudad dorada reside en el conocimiento de cada hombre.
Créanme cuando les digo que ese día me di cuenta que era rico.

domingo, 19 de abril de 2009

Eramos tan pobres



Conseguir trabajo en la época Menemista y encima con 18 años recién cumplidos, las posibilidades de éxito eran casi nulas. Ni hablar si encima le agregábamos que era pleno verano.
Pero ahí estaba, buscando un milagro en los clasificados de un día lunes. Tenía bien claro que no pensaba estudiar, pero créanme que al ver las ofertas lo pensé dos veces, es más hasta llegué a creer que mi viejo había mandado a imprimir el diario a propósito, para hacerme desistir de mi idea antes de empezar a concretarla.
Pero recordé viejas anécdotas. En especial una cuando tenía apenas 4 años. Mis padres fueron de vacaciones con el fin de ver a un tío de mi viejo a Montevideo.
Obviamente, como en esa época pedir golosinas era como insultar a los padres, me las rebusqué para vender unos atados de orégano que cosechaba mi tío Vicente en post de algunas monedas y concretar mi sueño de comprar unos dulces. El negocio prosperó hasta que una vecina se le ocurrió contarle a mi tío, la sangre turca que llevaba su sobrino en los bolsillos.
A la mierda las golosinas, la playa y todo lo que traspasara la puerta de mi habitación. Luego, con los años, seguí insistiendo -pero no vienen al caso todas mis experiencias laborales a excepción de ésta-.
Ese recuerdo me volvió a dar el coraje y me recordó que todo es posible siempre y cuando uno lo anhele con una pasión que no tenga límites. (tal como fue con las golosinas).
Lo que les estoy contando cambió el rumbo de mi historia. No sé si es parte del destino, pero yo decidí abrir esa puerta y saber a dónde me llevaba.
Luego de marcar en el diario y llamar a varios avisos clasificados, había uno que parecía el más interesante:
“Importante empresa multinacional en expansión busca jóvenes con EXCELENTÍSIMA PRESENCIA (Excluyente), para incorporarse de inmediato a su staff ($1200 + comisiones)…”.
Para aquel entonces, ese dinero no era nada despreciable. Y mucho más para un joven que tenía más músculos que cerebro y un currículum que moría en tres párrafos.
El tema es que para las dos de la tarde de ese mismo día, tenía una entrevista, a unas pocas cuadras de plaza Flores.
Dos colectivos de por medio, un calor que sólo Buenos Aires podía ofrecerme, y una corbata que no se acostumbraba a ser usada, fueron suficientes para entrar de mal humor a un edificio destruido, que en nada se parecía a esa imagen que tenía de multinacional en expansión.
Pero allí estaba. Mientras veía las distintas clases sociales que se agolpaban en la entrada para dejar los curriculum a una secretaria improvisada, en lo único que pensaba para no salir corriendo, era que tenía que tener el trabajo para no ir a la facultad.
Al cabo de dos horas de espera, observaba como la gente iba entrando de a grupos de veinte a un salón donde deberían dar el discurso evangélico para entrar a la bestial multinacional.
La cosa olía raro, pero ya había perdido la tarde y sólo me quedaba esperar. A todo ésto, no tenía la más pálida idea a que se dedicaban. Entre los que estábamos ahí, nos aseguramos que no era una de esas fantasmales ventas de tiempo compartido; porque ahí se armaba la rosca.
Ya harto, sentado en el piso y esperando un milagro, de una de las puertas del pasillo, salió una rubia de unos 40 años, con mi curriculum en mano y nombrando solo mi nombre de pila (táctica innovadora para ese tiempo).
Me incorporé como pude, puse la mejor de mis caras y entré a la habitación.
La mujer se ubicó rápidamente en su asiento ejecutivo y empezó a venderme la empresa como si fuera la Coca Cola. Después de un monólogo ensordecedor durante cinco minutos, la interrumpí.
- ¿Mire todo bien, pero… a qué se dedican?
La mujer, que ahora tenía el título de gerente, bajó sus deciveles, tomó aire y esbozó tímidamente:
- … Vendemos cacerolas a domicilio.
Mi cara de odio se notó al instante. Tenía ganas de tirarle todo lo que había en su escritorio. A la mierda con todas mis máximas del trabajo. ¡Quería matarlos!. No estudiar para vender cacerolas, no era negocio. Estaba en el horno y mi tiempo para conseguir trabajo se agotaba.
La bella señora de taco aguja, pollera ejecutiva, y vasta experiencia para reclutar inocentes como yo, utilizó el botón rojo para retenerme.
Se levantó, caminó hacia una ventana, dejando que vea su trasero de avispa meneándose, se apoyó con sus dos manos sobre el marco y sin mirarme, dijo ahora con vos firme.
- Bebé, quiero que te quedes. Puedo pagarte un fijo arriba de mil quinientos pesos y darte buenas comisiones…
Esas palabras fueron como un golpe de Tyson. Ahora la palabra cacerola no parecía tan mala.
- Un tipo como vos, no aparece todos los días- remató ella.
Luego de esas palabras mi protector bucal estaba en algún lugar del ring, mientras me resucitaban.
- Veras que no te hice pasar a ver esa demostración estúpida que hacemos. Sólo necesitamos seis personas y un líder.
Cada vez entendía menos. ¡¿Acaso no eran cacerolas?!. La gerente se acercó de una manera muy seductora y sentándose sobre la punta del escritorio, dejando ver un tajo desafiante para cualquier chico de 18 años, atacó nuevamente:
- Creeme que se distinguir de entre miles, a un verdadero líder con sólo mirarlo a los ojos.
El que no distinguía nada era yo. Estaba con la boca seca y el miedo a lo desconocido (en aquel tiempo era virgen), pregunté con voz aflautada:
- La propuesta es muy interesante, pero… ¿qué debo hacer para empezar?
Ella sonrió, abrió sutilmente las piernas y yo tragué saliva. Ahí entendí como se puede llenar un curriculum sin tantos estudios.
Salí de la oficina exhausto, asustado y totalmente desarreglado. El muchacho con el cual compartimos unas palabras, me preguntó de qué se trataba la cosa. Lo miré con cara de aturdido y sólo le hice una seña para que me dejara pasar.
Recuerdo que ese día me lo pasé en mi habitación, tratando de entender cómo fue que había perdido eso tan preciado en cuestiones de amor.
En la cena no acoté una sola palabra. Empezó el programa favorito de mi viejo “No toca Botón” y por primera vez, no pude reirme cuando el talentoso Alberto Olmedo expresó su frase que lo eternizó: “Eramos tan pobres…”

viernes, 17 de abril de 2009

Daño Colateral



Tenía apenas 18 años cuando decidí empezar a trabajar a cambio de no estudiar. El sólo hecho de pensar en tener que estar 4 o 5 años en un mismo lugar estudiando, me mataba. Decir que tenia TDAH en ese momento, era como contar que eras astronauta. Ni mis viejos iban a creer en ese diagnóstico. Así es que mi vieja optaba por la psicología del cinturón –aun siendo jugador de rugby- Pero era mi vieja, y un cinturonazo o la simple amenza dolía más que cualquier tacle de atrás y a los pies.
Pero mi otro yo se negaba a estudiar. Realmente no sé cómo terminé el secundario. Apenas con 15 años me asocié con un analista de sistemas, pusimos una casa de computación y ganaba mis manguitos: pero mi viejo, ni lento ni perezoso, al sospechar mi jugarreta, acudió a una simple frase: “Sí te llevas una materia, la casa de computación te la meto en el orto”. Así eran ellos. De pocas palabras, pero muy sabias para que lograra mi título de bachiller sin llevarme una sola materia.
Pero ya tenía 18 años. Mis hormonas estaban más alteradas que nunca, no tenía clonazepam, y mucho menos la mágica pastilla llamada Lexapro –si hay algún laboratorio que quiera auspiciar mi blog, bienvenido sea-, así que decidí encarar a mis viejos y decirles que lo mío era trabajar.
·"Estudiar" era una palabra que le asentaba muy bien a mi hermano. La naturaleza no había sido equitativa con nosotros. Y eso nos convirtió en el día y la noche. Pero hermanos al fin. Así que me tocó ser la oveja negra. El hijo descarriado, contrera, fanático de Boca –una de mis decisiones más asertivas- cuando todos eran de River.
De alguna u otra manera siempre sobresalía. Para bien o para mal, pero era mi esencia. Así que tuve que dar la nota un domingo de pastas caseras.
- ¿Ya pensaste nene qué vas a hacer con tu vida? – dijo mi hermano, que me lleva tres años y con un futuro brillante como comunicador social.
Mi mamá miró a mi viejo, como diciendo “decí algo”. Pero él sólo puso cara de cansancio, ya que ser bancario de lunes a viernes y administrador de edificios los sábados, era una tarea demasiado estresante como para también tener que lidiar con el menor de la familia.
El horno no estaba para bollos, entonces quise esquivar el misilazo de mi hermano argumentando que no era mi padre para hacerme esa pregunta.
Mi vieja, tomando las cartas del asunto y aprovechando que el tema estaba servido en la mesa, apaga la tele justo cuando iban a dar la formación de River, en el recordado programa “Polémica en el Fútbol”. Las gallinas gritaron al unísono su disconformidad.
Mi vieja, con tres hombres en la casa, estaba harta de la pelota, de Víctor Hugo, Maradona, los suplementos deportivos y vaya a saber cuantas cosas más.
- A ver hijo mío, qué vas a hacer con tu vida. ¿Ya sabes lo que vas a estudiar?- Mirando de reojo a su marido para que tome la posta.
Obviamente estaba claro que de trabajar ¡ni hablar!. La pregunta fue más incisiva que la de mi hermano.
Mi viejo se limpió los bigotes, tomó un trago de vino y esbozó con algo de poder:
- Respondele a tu madre nene, así nos da de comer – empezando a reirse y descomprimir el tema.
La reina de la casa se enchinchaba y yo aprovechaba para tirar la bomba.
- ¡Voy a trabajar!
El silencio fue unánime. Mi hermano viendo la catástrofe que se avecinaba, manotea el Pagina 12 para esconderse.
Mi madre creía que era una joda y aprovechó para salir en busca de una cuchara para servir. Pero mi viejo no pensó lo mismo. Se le borró la risa de un plumazo y empezó con su discurso que todos los hijos sabemos.
Ya en la sobremesa, luego de que me sangraran los oídos, mi hermano preguntó si podía encender la tele.
- Sí hijito – dice mi vieja, tratándolo como a un niño mimado, obviamente porque “estudiaba”.
- Igual voy a trabajar – expresé en voz alta pero sin mirar las caras que ahora apuntaban a mí.
- El que te jodés sos vos solito – dijo mi vieja con tono amenazante, mientras levantaba la mesa con bronca.
- Mañana me toman una prueba en una multinacional. – Arrojé para que me dejaran tranquilo.
Todos me volvieron a mirar, pero ahora desorbitados.
- Bicho hace algo por favor – fueron las pocas palabras que pudo pronunciar mi madre a su marido.
- Y qué querés que haga. Es tu nenito– haciéndome un gesto como que después hablaríamos, pero ahora con cara de amigos.
Mi vieja se volvió, como si hubiese visto nuestras caras de cómplice y arrojó enfurecida:
- ¡Ustedes son dos Boludos!
Luego retó a mi hermano por tener el volumen alto de la tele y se fue a acostar, previo cuarto de Astisol (un anti alérgico que usaba ante la falta de conocimiento de la existencia del afamado Clonazepam).
Mi viejo me hace señas para irnos y me dijo en voz baja:
- Acompañame a buscar helado, así la mami se calma.

A partir de ese momento me dí cuenta de dos cosas. La primera fue que mi viejo me demostró que ya era todo un hombre y como tal, me respetaba y apoyaba en todo lo que decidiera hacer en mi vida. Y la segunda fue que si tus hijos tienen TDAH o algo parecido, el clonazepam lo tomen todos y no uno solo.

miércoles, 15 de abril de 2009

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Era un domingo al mediodía. Estaba solo y a pesar que el día daba para hacer un asadito en medio de la montaña con algún amigo de turno, preferí almorzar en el shopping.
Eran casi las dos de la tarde. Me arreglé como si fuera a una fiesta. Saqué mi perfume importado –que generalmente lo utilizo para citas confirmadas- y salí en busca de un domingo distinto. Aún sabiendo que jugaba Boca Juniors, en el mejor horario para la modorra.
Dejé el celular en casa a propósito, ya que demasiado debía usarlo en la semana, y partí hacia el cielo artificial de ese gigante de cemento. Típico de un porteño, quizá porque lo soy.
A diferencia de lo que pensaba, eran muchos más de los que imaginaba los que habían adoptado ese lugar como encuentro familiar.
El patio de comidas desbordaba. Por suerte los fanáticos de las cajitas felices, estaban concentrados en un rincón a plena luz artificial.
Recordando a mi madre, opté por unas pastas rellenas y me alejé de los zombies buscando lugar en el fondo, donde la luz natural entraba por un gran techo de vidrio.
Aun así me costó correr con mi bandeja para conseguir una linda ubicación. Me pareció raro ver que uno de los mejores sitios que ofrecía el lugar, estuviera vacío. Cuando me acerqué ilusionado, veo que una chica, no tan chica, estaba muy bien vestida, con bolsas de compras en una de sus manos, pero desparramada en el asiento de dos plazas, durmiendo casi en un quejido. Mi teoría de que era el mejor lugar acababa de ser confirmado.
Opté por una mesita contra la pared, cuya vista me permitía observar casi todo el resto de la mesas. Incluyendo a la bella durmiente.
No pude evitar pensar qué estaba haciendo esa chica, por cierto hermosa, sola y sin nadie que le acaramele el oído, como se veía a una pareja dos mesas más atrás.
Después de unos cuantos bocados, me dí cuenta que aquella pareja, donde los dos parecían modelos publicitarios, más ella que él, no mantenían una charla de dos. En una posición que los psicólogos determinarían como egoísta –y no pienso describirla para que aquellos que saben de lo que hablo, sigan con el privilegio de reconocerlos a tiempo-, estaba la rubia producida, obviamente muy flaca, hablando sin parar. El joven pensando vaya a saber que perversidad para después del almuerzo, que sólo él había comido, ponía cara de interesado mientras trataba de buscar posiciones que no lo hicieran dormirse. Calculo que si hubiese contado las veces que la rubia se llevaba las manos hacia ella, definitivamente se hubiese dormido.
Detrás mío tenía a un grupo de mujeres, tal vez hermanas, ya que eran todas muy parecidas y de aspecto regordete, pero muy felices, a pesar que la moda quisiera enseñar lo contrario.
Confirmado estaba que no se veían hace mucho, ya que tuve que hacer de fotógrafo para plasmar el encuentro con una cámara digital, que obviamente no sabía manejar.
Los de la mesa de al lado, miraban y sonreían. Un padre, desalineado y algo abandonado junto a sus dos hijos, me hizo pensar dos cosas. O estaba por descubrir algún cálculo matemático importantísimo para la humanidad o bien, se había dado cuenta que su futura ex mujer lo había dejado de amar. No por malo, decidí creer en la segunda opción. De todas formas era mi propio mundo, mi almuerzo dominguero donde decidía elegir quién era quién.
Tras mi último bocado y con un aburrimiento por no encontrar nada más divertido para analizar, acomodé los restos de comida en mi bandeja y me dirigí hacia el basurero que estaba a unos metros. Casualmente algo que no suelo hacer en mi casa y mucho menos después de convivir con tres mujeres –Pero no se asusten. Mi psiquiatra tiene un paciente que lleva 5 divorcios ¡Y ES CATÓLICO!-
Decidí mirar una película en el cine, con el fin de distraerme un rato, y evitar preguntar al guardia, que tenía una radio en su oreja, cómo iba el partido.
Cartelera aburrida si las hay, era la del domingo. Encima la mayoría de las películas ya circulaban por los videos club truchos como pan caliente.
Pero había una, “21 Black Jack”, que no sólo me llamó la atención sino que me hizo volver al pasado, tras ver que uno de los protagonistas era nada más y nada menos que Kevin Spacey, el mismo que me hizo ver con “Belleza Americana”, que mi primer matrimonio era todo un fracaso. Algo parecido me pasó con “Ricordate di me” en mi segundo matrimonio, pero no viene al caso.
Ya sentado en la butaca asignada, con mi bolsa de pochoclo a un lado y la gaseosa en el otro, esperé ansioso que se apagaran las luces.
La poca gente que había en la sala, me hizo dudar de la elección sobre la película, pero minutos después, empezaron a llegar los espectadores, molestando y haciendo ruido en medio de las colillas -una de las cosas que más me gusta ver cuando voy al cine-.
La verdad que la película me sorprendió y para bien. Si bien no soy crítico acepten esta puntuación: diez puntos sobre diez. Impecable. Un joven estudiante del MIT quiere ingresar a la facultad de medicina de Harvard, pero para eso debe juntar 300 mil dólares o bien una beca: pero para ganarse esta última debía, además de tener un currículo impecable, tener algo que lo haga sobresalir. Algo fuera de serie, que lo hiciera sobresalir por encima de todas las páginas que llevaba su carpeta, ya que 72 aspirantes a esa beca poseían un currículo tan bueno como él y con tantas recomendaciones iguales o mejores. Por eso debía preparar un ensayo, qué le hiciera ganar esa beca. Lo demás, mejor que imaginarlo es que vayan al cine y disfruten de esa película que me dejó no sólo con la boca abierta, sino que me hizo recordar el motivo por el cual había decido estar solo todo el fin de semana. Tenía que presentar mi propio escrito que me hiciera dar el salto a la escritura popular…

Siempre me sucede que cada vez que pasa algo importante en mi vida, y no hablo de sólo cosas buenas, lo identifico con las películas o bien, cuando era más joven, con temas musicales. Pero como la música cada vez viene más enlatada, me volqué al cine. Y como ahora pago solo una entrada, se volvió un vicio que vaya a saber hasta cuándo durará.
Creo que esta película dio en la tecla e hizo un clic en mi cabeza (ojo que no soy Adam Sandler). Y como no tengo 300 mil dólares decidí hacer este blog… al menos hasta que me den el alta.

lunes, 13 de abril de 2009

A la salida del Diván



Cuando le decis a tus amigos y los no tanto, que estas yendo al psiquiatra podes ver como las caras van tomando distintas transformaciones. Por un lado te miran como si fueras la cara de jack Nicholson en “Sin Salida”. Pero luego de unos nanosegundos de reflexión, piensan “que bueno, el flaco tiene coraje” y todo vuelve a la normalidad.
Uno se auto convence que no es malo y que en estos años es casi como ir a un gimnasio. Es parte de nuestra salud mental. Pero cuando pongo la cabeza en mi almohada, me convierto en uno de ellos y me doy cuenta que no soy de los más normales, mientras miro el vaso con agua que me ayudó a tomar las pastillas.
Quilombos me sobran. Pero me los elegí yo solito, diría mi madre. La plata que nunca alcanza, dos ex esposas – ¡sí leyó bien! – que deberían estar en el record de guiness por lo rompe pelotas. Un celular que a veces deseo tirarlo al infinito y más allá –Obviamente tengo dos hijos, uno con cada Eva-. Mis amigos en el rincón más lejano del mundo, y yo, como la ovejita Dolly en la gran ciudad de Mendoza.
Aunque no lo crean, mi amistad con el psiquiatra, llegó de la mano de mi cardiólogo –gauchito el doc- ya que sufro de presión emotiva. ¿Qué quiere decir eso? Resumiendo mi enfermedad, es algo así como tener una bolsa de quilombos, obviamente sin resolver, haciendo que mi torrente sanguíneo se vaya por las alturas.
De ahí que me deriva al psicólogo de terapias cortas (por suerte) pero al llegar, éste percibe que además de la bolsa tengo un comportamiento que lo llevó a hacerme un test, ni bien le dije mi nombre –reconozco que el Psicólogo es muy bueno- y me dice:
-Quedate tranquilo, lo que tenés se resuelve con medicación – mientras me ofrece una pastilla mentolada.
Al ver mi cara de desconsuelo, como si me diagnosticara la peor de las enfermedades, me trata de calmar.
- No te asustes, problema sería que tuvieras que trabajar conmigo desde el análisis. Acá con una pastilla vas a resolver gran parte de tus problemas.
Digamos que eso me alivió un poco y tomé con gusto el teléfono de mi actual psiquiatra.
Conclusión: Dacten D y carvedilol fueron las golosinas de mi cardiólogo. Reiki y tareas para el hogar fueron las actividades de mi psicólogo, mientras que la eminencia psiquiatrita optó por Clonazepam y la maravillosa foxetina, que es algo así como tomarse una garompa ¡todo te chupa un huevo!.
Pero de todo rescato lo bueno y pienso que es una experiencia interesante ya que me puedo poner en la piel de un viejito y hacer que mi trabajo de escritor tenga más sensibilidad cuando hablo de ellos y sus amores que no fueron, para algunos concursos literarios.
Pero este soy yo. Y los que leyeron mi anterior escrito “pensamientos de diván” sabrán que mi segunda visita al psiquiatra, era de rutina y ver como influían los medicamentos en mi vida y en mi sangre alterada.
Le pregunté si el clonazepam (medicamento para bajar los desiveles) luego de su efecto, hacia un efecto rebote, potenciando mis iras.
El médico ríe con la mano apoyada en su mandíbula.
- El clonazepam hace que bajes un cambio, pero cuando el efecto se va, no se potencia. En realidad… ese sos vos.
En términos populares me dijo que soy un loco de mierda, pero vaya con que onda. Ambos reímos un rato.
Ahora, con respecto a la segunda medicación, la cosa se puso seria. Le dije que la había abandonado hacía una semana, ya que al poco tiempo de tomarla y sentir que era el hombre más concentrado del mundo y el más frío para la toma de decisiones –una combinación perfecta para terminar todo lo que empiezo- aparecían terribles dolores de cabeza y fotofobia –No le quise exagerar, pero me sentía como Kai-El (Superman) cuando le acercaban la criptonita-.
- mmm, a veces esa medicación obstruye las fosas nasales, comprimiendo la zona y haciendo que aparezca la fotofobia – me dice mientras se levanta de su sillón –que ya conté lo cómodo que era- para ir en busca de un recetario.
- Voy a cambiarte la droga por una de última generación. La macana que no entra por recetario.
¡Mierda! La única de las pastillas que pagaba con gusto, por lo barato y la que más resultados me daba, ahora prometía convertirse en la más devastadora de mi billetera.
- Mucho gusto y hasta luego – le digo encarando la puerta para ir en busca de una farmacia para que me dé el veredicto final a mi presagio.
Mientras espero a ser atendido, tomo la difícil decisión de subirme a la maldita balanza. –Aún no puedo creer que el marketing no haya llegado a la farmacia y reemplazaran éstas, por unos espejos que te hagan ver como cuando uno tenía 18 años-.
Mi turno. Salgo espantado antes que los números digitales arrojen un resultado increíblemente indeseado y con cara de no haber pasado la prueba –como en el programa de Cormillot- me dirijo a la simpática empleado de turno.
- No te preocupes, debe andar mal. – me dice sonriendo mientras lee lo actualizado que estaba el médico al recetarme una de las últimas y mágicas pastillas para locos del orto como yo.
De paso aprovecho y le pido el restante de pastillas, ya que recordaba que no quedaban muchas. Y la verdad que salir a hacer mandados no es mi fuerte.
La chica, agarra la registradora, empieza a sumar y sumar y sumar, hasta que antes de apretar el total, me dice casi con una carcajada:
- ¿No pensás que es más barato el cajón y el entierro? – tapándose la boca de la risa que ya no podía contener.
- También es caro, pero sería solo una vez y listo – mientras se seguía riendo y haciendo gestos con la mano para que no me lo tomara en serio mientras cortaba el ticket.
- Son para mí – le digo mirándola desconcertado y con más ganas de llorar que de reír.
- ¡Uy perdoname! De verdad lo siento, pensé que eran para tu mujer. Fue un mal chiste, disculpame.
- No tengo esposa… mejor dicho tengo dos ex esposas- para que supiera con quien se estaba metiendo.
- En serio, disculpame. Me llamo Mariana.
Recién ahí caigo en la cuenta que todo fue una artimaña para que la mirara más allá de su guardapolvos blanco.
- No te preocupes, no es nada que no lo podamos resolver con un café.
Ambos nos miramos en forma cómplice y mientras saco de mi billetera mi tarjeta de crédito –ya que no había más efectivo- ella anota su celular detrás del ticket.
-Salgo a las ocho – entregándome el ticket con cara de haberse ganado vaya a saber que –Si entiende de remedios, sabe que además de ser un loco de puta madre, soy inestable en cuestiones de amor.
Me doy vuelta y caminando como en el final de la película de “Spiderman” pienso: “un gran poder, merece una gran responsabilidad”, así que tomo mi blister de pastillas y mientras me llevo la última tecnología farmacéutica a la boca, marco desde mi celular, el teléfono para una gran cita. Con el psiquiatra, claro está.

jueves, 9 de abril de 2009

Pensamientos de Divan



Suerte para aquellos que necesitan de un psiquiatra y lo encuentran – y también lo pueden pagar-. En mi caso pude con ambas variables, aunque en este país se puedan modificar, de un día para otro; que me quede sin plata, o bien, que mi psiquiatra huya con su título a un país donde no lo vuelvan tan loco.
Así es, que por segunda vez, tomé el coraje de entregar mis más terribles pensamientos al letrado, en el cual deposité no sólo mi confianza sino que también mis últimos cien pesos del mes.
Al llegar al consultorio, obviamente tarde, ya que es parte de mi personalidad; aún cuando tomo pastillas para corregir mis conductas ejecutivas; me encuentré con la desgracia de que mi afamado médico cambió de dirección sin avisarme, y por ende logró un fastidio, no sólo por la falta de delicadeza ante su paciente, sino porque acentuaba más fuerte que nunca, mi enojo por tonterías o mejor dicho, por cosas que no merecían ser magnificadas a tal punto de hacerme subir la presión arterial. Y eso confirmaba que mi tratamiento iba a ser más largo de lo que imaginaba, ya que no cumplí con mi primer tarea, que era la de empezar a llevar una agenda, entre otras cosas, para llegar a tiempo a mis citas.
Tratando de adivinar la dirección y preguntando a cuanto transeúnte intentaba esquivar mi camioneta, dí con el nuevo y flamante consultorio.
Al llegar, por supuesto me topé con la secretaria de turno, por cierto con más aires que los cinco médicos que compartían los gastos del lugar.
En forma irónica, esta maravilla de empleada, seguramente en negro, tuvo el agravio de empezar el “buenas tardes” acompañado de un “¿qué pasó que se le hizo media hora tarde?” ¡Cartón lleno! No pude con mi genio, ni con mis genes paternos. Saqué la sonrisa más falsa que encontré y le respondí mirándola como para ojearla– si no me llaman para avisarme que se mudan, cuando tengo el turno sacado hace más de quince días y encima le agregamos que no soy de acá, créame que pude haber llegado mucho más tarde–. La mujer joven pero con aspecto de vieja, puso cara de pocker y empezó a pedirme los datos, para llenar una ficha que ya estaba completa.
Por suerte el médico no estaba si no también pondría en mi historial que para todo tengo una excusa. (y lo peor es que es cierto).
“Porteño engreído” debe ser lo mínimo que habrá pensado la secretaria, que descubrió mi procedencia, no sólo por mi estúpida altanería, sino porque se me escapó una “she” como sólo un porteño la puede decir.
En ese momento aterrizó el doctor. Con cara de “yo no fui” y la mejor de mis expresiones calmadas, típico de un loco que soy, lo saludé muy amablemente y me hizo pasar a su consultorio, mientras cruzó en privado algunas palabras con su empleada.
¡Guau! Fue la palabra que encontré al quedarme solo en esa habitación. ¿Cómo podría hacer para crear algo parecido en mi departamento de divorciado y ultrajado de muebles y útiles por mis últimas tres esposas?
Agarré mi humilde celular –que en algún tiempo fue lo más top- y saqué fotos en las cuatro direcciones.
Mientras esperaba la llegada de mi salvador, me senté sobre uno de los dos sillones, por cierto comodísimos, que incluía la habitación. “Que buenos y que cómodos para ver fútbol en casa”- pensé. Lástima que no tengo plata para los sillones ni tampoco TV, pero la idea estaba buena y el dinero plástico siempre puede hacer realidad tus sueños.
Lo malo es que, como a muchos desorganizados como yo, justo llegan esas malditas facturas y cheques a nuestra cuenta bancaria, cuando uno se decide a cometer ese pecado capitalista. Pero para bien o para mal, la calma llega y el aplome hace que desaparezcan todas esas ideas infantiles que alguna que otra vez, me llevaron a la quiebra de mi humilde economía.
Volviendo a la sala, me deslumbraron los dos cuadros en tamaños increíbles con obscenidades abstractas. Al menos eso interpretaba yo, desde mi cerebro algo quemado y necesitado tras dos meses de celibato. Mejor será que no me pregunte qué veo, porque en vez de mandarme a mi casa, me dará un pase directo hacia la Alameda, que alguna vez fue el cuartel donde San Martín entrenaba y alimentaba a sus soldados (aquel que sabe algo de historia sobre el paso de este prócer por Mendoza, sabe que fue él quien hizo instalar los primeros burdeles para que los muchachos fueran más alegres a las batallas de turno). Así que intenté tratar de encontrar otras figuras en esas pinturas que si bien seguían siendo obscenas, ahora tenían un “touch” de amor y pasión.
Primero comento cine –lean mis anteriores escritos-, ahora sobre arte y me pregunto: ¿no seré perfecto? Pero ahí nomás la voz de cualquiera de mis ex vuelve a mi memoria para terminar la frase: “¡un perfecto idiota!” seguido de un portazo, que por suerte no era de ninguna de ellas, sino del psiquiatra.
¿Acaso dije suerte?…